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01/16/142 -- N62

 06/08/2024   1521

La doctrina debe ser predicada y no simplemente enseñada.

Significa que hay que hacerla conocer, comprender y sentir.

Juan Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, 1974.



Introducción


Cuando se estudia la historia política de la Argentina peronista, sus logros y proyecciones estratégicas, nos viene a la mente automáticamente la siguiente pregunta: ¿cómo se explica que un país periférico lograra defender y sostener una visión propia del mundo?

Pero para pensar una respuesta conviene que aclaremos esa noción de “una visión propia del mundo”. Lo primero a lo cual nos remite es a una defensa del interés nacional y la patria, es decir, a una política exterior que se desarrolle a partir de lo que es conveniente o no para el crecimiento de la nación. Y esto implica nada más y nada menos, por un lado, atender a la complejidad de llevar adelante una negociación geopolítica en un mundo interdependiente; por el otro, a enfrentarse a formadores de opinión y hegemonías mediáticas que, cada vez de un modo más obsceno, nos desvían del propósito de una Argentina próspera y soberana para imponer su agenda externa.

Remarcamos lo último porque no podemos olvidar que vivimos una época donde el régimen neoliberal modela la subjetividad del planeta entero, y por ello es cada vez más necesario proyectar hacia el futuro el pensamiento de Perón. Y al hacerlo, tenemos que resguardarnos de caer en un sectarismo sin sentido que no puede sino responder a la lógica del adversario. Con esa amplitud, pero con un objetivo bien concreto, se podrá potenciar y expandir nuestra identidad política y cultural, definida por la militancia de la grandeza de la nación y la felicidad del pueblo argentino. No es un eslogan barato que repetimos mecánicamente: fue una realidad concreta y es un horizonte de sentido inclaudicable gravado en la memoria popular argentina.

¿Cómo logra posicionarse Argentina entonces? En primer lugar, gracias a un pensamiento estratégico pero pragmático y atento a las relaciones de poder. No hay lugar para abstracciones llenas de buenas intenciones, primera enseñanza de Juan Domingo Perón. Hay que pensar y actuar como un realista defendiendo, con cada decisión, los intereses de la patria y del Estado argentino en una coyuntura internacional extremadamente delicada, donde hay vencedores y vencidos y donde los países dominantes subyugan a los demás mediante las políticas imperiales.

Por eso, volver a Perón para proyectarlo al futuro es asumir un desafío nada menor. En las últimas décadas se han impuesto dentro del movimiento nacional y popular tristes y estériles dicotomías que cabe debatir críticamente. Hay voces que hablan de una reactualización constante, pero tienen dificultad para nombrar a Perón. Y hay quienes cooptados por el régimen neoliberal no pueden pensar en el interés nacional. Pero en el mundo multipolar actual cobra cada vez más fuerza el pensamiento peronista, nuestro modelo propio hecho carne en el pueblo. Porque la comunidad organizada es más que nunca resguardo ante el caos organizado que propone el régimen neoliberal a nivel global, y tiene todavía una potencia trascendental para pensar soluciones en un mundo convulsionado y profundamente fragmentado.


El legado estratégico de Perón


En el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (1974) se profundizan dos parámetros muy importantes en el pensamiento de Perón: el universalismo y la liberación nacional, uniendo los dos aspectos que, al parecer, más interesaban en lo profundo al creador del justicialismo. La relación entre una geopolítica mundial siempre móvil y una cultura nacional incompleta, inacabada y nunca terminada de realizar en plenitud.

El estadista, en tanto, inculcó en los pueblos latinoamericanos la necesidad de unirse para poder tener algún destino en el mundo que se avecinaba. También advirtió a sus aliados amigos del Movimiento de los Países No Alineados el gran problema de la creciente contradicción entre el desarrollo económico y la destrucción ambiental, porque corremos siempre el riesgo de que la voluntad de dominación de los más fuertes siga considerando cómo propios los recursos naturales existentes en nuestro territorio común.

Al respecto, es fundamental entender que el Modelo debe ser visto cómo la herencia político- cultural de Perón para sus compatriotas, desde una perspectiva estratégica que se profundiza esencialmente en clave ideológica y cultural: “Nuestra Patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir y una doctrina que sistematice los principios fundamentales de esa ideología”. Ahora bien, hay que aclarar que la conformación ideológica de un país no debe provenir de una ideología foránea, y esto es de suma importancia al momento de analizar la influencia de las distintas vertientes en pugna del ambientalismo transnacional.

Unirnos para liberarnos: la difícil tarea que nos deja como legado Perón es la de reunir esfuerzos a nivel regional e internacional para que, en mutua colaboración, podamos elevar las condiciones de vida de la sociedad universal del porvenir. En defensa de sus intereses, los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción solidaria. Como sabemos, esta idea de Comunidad Latinoamericana ya estaba en San Martín y Bolívar, pero Perón agrega un corolario: los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños.

Esta es la concepción de la Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa, y sobre todas las cosas, sincera. Nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice. Por tal motivo, el desarrollo no debe quedar en manos de unos pocos, o de grupos poderosos, como tampoco debe responder a la concepción de una sola comunidad política o de las naciones más fuertes. Por el contrario, todos los sectores dentro de cada país y el conjunto de las naciones en el orden internacional deben participar en dicha tarea.

La traducción de este ideal de integración a políticas públicas durante los gobiernos peronistas fue clara e inequívoca: independencia económica, que significaba lograr la industrialización nacional y el autoabastecimiento energético nacionalizando los rubros económicos clave en ese sentido y favoreciendo una industrialización sustitutiva con un rol interventor fuerte del Estado. Soberanía política, que significaba recuperar la toma de decisiones estratégicas desde y para la propia Nación, sin tener que seguir obligadamente al poder hegemónico internacional. A su vez, este carácter soberano de la política nacional tenía como correlato interno la ampliación de la participación política y la permanente apelación al voto como respaldo de la política nacional.

La Tercera Posición es una necesidad geopolítica para no ser arrastrados por la dinámica empobrecedora liderada por las potencias. Hoy podríamos agregar: por la dinámica empobrecedora del sistema capitalista financiarizado y alarmantemente ecocida global. Pero incluso con el pasar de las décadas y las dinámicas mundiales, el objetivo no deja de ser el mismo: la afirmación de la soberanía nacional que necesita de su autoconciencia. Las siguientes páginas están destinadas a repensar esa soberanía y autoconciencia desde una perspectiva socioambiental estratégica e integral.

El Modelo es, en ese sentido, la última gran propuesta integral de nación que se haya sistematizado. Parte de concebir la realidad desde el lugar en que nos posicionamos, es decir, el espacio a partir del cual pensamos qué queremos y cómo lo queremos para reconocer por qué lo queremos. Implica asumir que formamos parte de diferencias que surgen a partir de intereses divergentes. Supone también relaciones de dominación que tornan estructurales determinadas disputas. Un modelo de desarrollo, en ese sentido, es una forma idealizada y orientada hacia el futuro respecto de lo que se quiere y se desea. No es un proceso histórico, en el sentido de una decantación que ocurre necesariamente, pero sí un proyecto histórico que aglutina una fuerza colectiva puesta en acción. Por esa orientación práctica, la pregunta que surge para toda persona atenta al interés nacional es: ¿qué ideal, con toda la carga moral que le corresponde, puede guiarnos desde y para nuestro espacio en el mundo?

Perón se ocupa de aclarar que el Modelo debe ser considerado como una propuesta inicial, y que las generaciones que nos seguirán, a través de un diálogo franco en el que participen todos los entes representativos de la comunidad, han de asumir la patriótica misión de perfeccionarlo. También señala que para que cada ciudadano o ciudadana se reconozca en el Modelo es imprescindible que éste no naufrague en abstracciones: lo que se define y propone debe cobrar realidad en cada una de las áreas de la comunidad, pues es a través de sus áreas de competencia que el ciudadano y la ciudadana se insertan en su Patria y la sienten como propia. Pues si una ideología no resulta naturalmente del proceso histórico de un pueblo mal puede pretender que ese pueblo la admita como representativa de su destino. Éste es el primer motivo por el cual nuestro Modelo no puede optar ni por el capitalismo liberal ni por el comunismo ya que, por más coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación nacional. La vigencia y la claridad conceptual del Modelo son sorprendentes porque sintetizan un pensamiento y una actividad política de décadas. Si se considera que se trata de un escrito redactado hace ya casi cuarenta años, cobra dimensión la calidad de estadista y de liderazgo que supo tener Perón no sólo para la región sino para todo el Tercer Mundo. Las banderas, la integración regional, la ecología y los avances tecnológicos son considerados fundamentalmente en un sentido estratégico y prospectivo, es decir, hacia el futuro.



La visión ética-ecológica de Perón y la democracia social integrada


El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y esperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir en ese principio de justicia para recuperar el sentido de la vida, para devolver al hombre y la mujer su valor absoluto. Hay que levantar ahora, además, y con gran vigor, el poder del espíritu y la idea, teniendo en cuenta que el bienestar material no debe aniquilar los básicos principios que hacen tanto del hombre como la mujer seres libres, realizados/as en sociedad y valorizados/as en su plena dignidad.

La lucha por la liberación es la lucha por los recursos y la preservación ecológica. Para Perón, esta dimensión ambiental cobra especial relevancia. Así se infiere de los siguientes fragmentos:

Cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el cuidado y la utilización racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.

(…) La modificación de las estructuras sociales y productivas en el mundo conlleva a que el lucro y el despilfarro no puedan seguir siendo el motor básico de sociedad alguna. De allí que la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para beneficio directo de los hombres y las mujeres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes y servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se trate.

(…) Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países en vías de desarrollo, equivale a kilos de alimentos que dejarán de producirse mañana.

Juan Domingo Perón, “Mensaje ambiental de los pueblos

y las naciones del mundo”, Madrid, 21 de febrero de 1972.

El momento actual está definido por los modos en que liberales y globalistas han impuesto un modelo hegemónico de poder. Para ello han utilizado diferentes tipos de argumentos y prejuicios, y han logrado mantener dividido cualquier movimiento que intente construir una política independiente o de emancipación por fuera de su influencia. Por eso es que debemos volver a las fuentes del pensamiento de Juan Domingo Perón de forma prospectiva. Para proyectarlo hacia el futuro mediante la unidad de las fuerzas sociales y políticas bajo la justicia social y la soberanía política en la ardua batalla por nuestra autonomía respecto de los poderes globales.



De allí que hablar en el siglo XXI de estar a favor del Estado nacional y el pueblo sea un crimen según los y las liberales y globalistas, que rápidamente intentar enmarcar toda discusión en una denuncia de argumentos fascistas o populistas. Lo que se esconde es el intento de no dar la discusión en cuestiones estratégicas. Si aceptamos esta censura mediante los instrumentos discursivos (cuyos aglomerados mediáticos tienen a su favor), seguiremos perdiendo terreno hasta transformarnos en personas en soledad sin pertenencia ni identidad.

Por tal motivo los países de Sudamérica deben continuar el camino iniciado por Perón y buscar mejorar sus posibilidades de aplacamiento de los efectos negativos de la globalización a través de la constitución de bloques regionales (Estado-Continentales1), en donde se compatibilicen intereses y se multipliquen políticas de desarrollo productivo. En la medida en que los bloques regionales en América del Sur se fortalezcan y expandan, pasando de ser mercados comunes a ser verdaderas comunidades de naciones sudamericanas, con objetivos comunes en materia de política exterior, de política ambiental, social, económica y cultural, lograremos ir en la dirección correcta.

¿Por qué decimos que esa dirección es la correcta? Porque el mundo contemporáneo experimenta un peligro que afecta a toda la humanidad y pone en riesgo su supervivencia, y nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, algo que impone la necesidad de superar las divisiones partidarias y entra en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Entendemos que ha llegado el momento en que todos los pueblos y los gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del ambiente y el impacto en la biósfera, de la dilapidación de los recursos naturales (y de lo que implica considerar la naturaleza sólo como “recurso” disponible para su explotación), de la sobreestimación de la tecnología sin un horizonte de justicia social. Estamos hoy ante la necesidad de modificar inmediatamente la dirección de esa marcha a través de la acción mancomunada nacional e internacional.

Y Perón fue uno de los primeros líderes políticos importantes que asumió la cuestión ecológica como un programa en su triple dimensión: nacional, continental y mundial. En el ya citado “Mensaje a los Pueblos y a los Gobiernos del Mundo”, Perón había asentado una posición clara en esta línea de pensamiento: “El ser humano no puede ser concebido aisladamente del medio que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brindan la tierra sólo puede esperar catástrofes nacionales para las próximas décadas”. Y agrega: “las mal llamadas sociedades de consumo son, en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro”. Más adelante, en el citado texto, insiste en esta cuestión:


El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia y, así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, los combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, así como eleva las temperaturas permanentes del medio en que vive sin medir las consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata al mar que podría servirle de última base de sustentación.


De allí que uno de los tópicos recurrentes sea que debemos cuidar nuestros recursos estratégicos con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales, que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. Grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo, y siguiendo el razonamiento del “Mensaje a los Pueblos”, el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble:


(…) algunas clases sociales –las de los países de baja tecnología en particular– sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. (…) Se debaten en medio de la ansiedad y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.


Las indebidas utilizaciones de tales mecanismos de difusión cultural enferman espiritualmente a las personas, haciéndolas víctimas de una patología compleja que va mucho más allá de la dolencia física o psíquica. Este uso vicioso de los medios de comunicación masivos implica instrumentar la imagen del placer para excitar el ansia de poseer objetos por el hecho de poseerlos, para luego descartarlos sin más. La técnica de difusión de la que hablamos absorbe todos los sentidos de la subjetividad humana a través de un sistema de penetración y una consecuente mecánica repetitiva que diluye toda capacidad crítica. En la medida en que los valores se vierten hacia lo sensorial, dejamos de madurar y se cristaliza en lo que podemos llamar siguiendo a Perón un “hombre-niño”.

En un registro complementario, el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional señala que “un ser que nunca colma su apetencia, que vive atiborrado de falsas expectativas que lo conducen a la frustración”, al inconformismo sin horizonte o proyecto, y a la agresividad insensata para con el mundo, para quienes lo habitan y para consigo mismo. En otras palabras, un sujeto que “pierde progresivamente su autenticidad y anula su capacidad creativa para convertirse en pasivo fetichista del consumo, en agente y destinatario de una subcultura de valores triviales y verdades aparentes”.

Esta crítica profunda a la mal llamada “sociedad de consumo” surge de un diagnóstico sobre las consecuencias a las que nos dirigen las sociedades tecnificadas (tecnocracias) al creer ciegamente en un progreso lineal e incuestionable. Esta última crítica que hace Perón es algo compartido por una diversidad de filósofos y líderes políticas de la posguerra. Recordemos que la técnica, pensado como un bien absoluto, es la que nos condujo a la invención de las bombas nucleares, y con ello, la posibilidad –por primera vez en la historia de la Humanidad– de destruir el mundo y a nosotros y nosotras con él. Perón señala la insensatez de producir bienes de consumo cada vez más sofisticados a costa de la destrucción del mundo y de nuestro bienestar, que no es sólo material sino también espiritual-cultural (y recordemos que es la integración de ambas esferas es lo que hace a una vida sana).

Y aquí entra la dimensión geopolítica, porque son los países “más avanzados” los que producen la mayor destrucción del ambiente. Y son los y las más pobres de los países más pobres los que primeramente sufren el descalabro social-ambiental. Para que las potencias puedan vivir esa cultura de despilfarro necesitan consumir –léase: destruir sin regular– los recursos naturales del llamado Tercer Mundo. Lo interesante del señalamiento de Perón es que tampoco las clases sociales que despilfarran logran una racionalidad en su alimentación, ni la salud física-espiritual que se supone debería generarse mediante la tecnificación consumista de nuestras vidas.




Por eso, para lograr una transformación profunda de las condiciones que exportan los países que son potencias a países como el nuestro, es necesario reforzar los mecanismos democráticos, para lograr verdadera representatividad popular. Allí aparece el concepto de democracia social integrada: una democracia plena de justicia social. Social porque el actor principal es el pueblo organizado, que deviene “artífice de su propio destino” y deja de ser víctima individualizada y aislada de estos padecimientos de exportación. Su finalidad es el bienestar general, el bien común, la felicidad del pueblo, y allí encontramos el equilibrio entre los derechos individuales y comunitarios.

¿Cuál es la premisa de este pensamiento democrático de Perón? Que en Latinoamérica los gobiernos deben ser esencialmente populares. Esto significa: que sean ampliamente representativos y tengan un apoyo electoral amplio y mayoritario como base para la enfrentar, cuando sea necesario, o limitar en su defecto el accionar de los grupos e intereses minoritarios.

Porque siempre, siempre que hay intereses foráneos en los países en vías de desarrollo, éstos se apoyan en socios locales que conforman pequeñas élites minoritarias. Por eso los mecanismos democráticos se piensan de un modo socialmente integral: “la representatividad de la democracia social integrada era mucho más consistente que la representatividad de enfoque liberal de la que sólo participaban los profesionales de la política o dirigentes políticos, excluyendo a los trabajadores y a sus representantes”. Y por ese motivo, también, es que el Modelo es escrito para toda una Nación, pero dirigido especialmente a quienes tienen una responsabilidad pública. De allí que sostenga el deber de realizar “un serio esfuerzo para jerarquizar el funcionario público, restituyendo la dignidad que el país le había reconocido”. Y por ello, a su vez, la centralidad que ocupa en este texto y en su legado imperturbable el reconocimiento explícito a los trabajadores y las trabajadoras como partícipes necesarios/as e indispensables para este nuevo proceso histórico. No hay que olvidar que la organización de la columna vertebral del movimiento tiene como mandato político y ético continuar ese camino que había sido vislumbrado en la Comunidad Organizada:


(…) organizándose para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la cual aspiran de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales.

Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.

El trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume. En la comunidad a la que aspiramos, la organización de los trabajadores es condición imprescindible para la solución auténtica del pueblo. Las organizaciones sindicales viven el impulso de esa solidaridad, que es la que da carácter permanente a la organización, y la única fuerza indestructible que la aglutina.

Juan Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, 1974.



*Magíster en Historia Económica y de Políticas Económicas. Especialización en Historia Económica y de Políticas Económicas. Lic. en Ciencia Política. Docente Universitario. Secretario de Convenio y Carrera de la Delegación General ANSES.




1 Referencia tomada de la obra del gran Alberto Methol Ferré, quien aboga por un análisis geográfico de la política y un análisis político de la geografía y reconoce que, si han sido las grandes potencias las que han pensado con mayor profundidad la dimensión espacio-tiempo, debe reconocerse que sólo “por mediación del saber de las grandes geopolíticas, es que los Estados pequeños [pueden] elaborar las propias” (Methol Ferré, 2009, p. 90). Al adoptar esta postura y recapitular sobre los primeros geopolíticos (provenientes de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos), el esquema de pensamiento de Methol Ferré permitirá comprender la posición que ocupa América Latina en el espacio-tiempo mundial, en función de la lectura de las potencias imperiales y en el marco de la visualización de tres etapas de globalización. Para tal fin, el autor rescata como elemento de síntesis la noción de “Estado-Continental”.

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