UPCN Digital
Profesionales

01/09/66 -- N62

 06/08/2024   577

Uno de los ejes estratégicos que nos legara Juan Perón es el de construir una democracia diferente: la llamó Democracia Social. No olvidemos que nuestro líder abrevó en la cultura y filosofía griega y muy particularmente en Licurgo. Por ello me parece importante bucear en el sentido filosófico, en una hermenéutica que nos permita encontrar luego, en sus textos, especialmente en La Comunidad Organizada y en el Modelo Argentino, su propuesta a los argentinos.

Hace siglos Aristóteles nos legó un esquema de seis formas de gobierno, o en realidad de tres, y sus deformaciones. Las tres formas positivas eran la Monarquía, la Aristocracia y la Politeia, y sus desviaciones eran la Tiranía, la Oligarquía y la Democracia. Cabe agregar que la Politeia –que significa el espacio de lo público, donde convergen el Estado y los ciudadanos– constituía una sociedad participativa, por oposición al gobierno de un solo individuo o de un grupo de ellos, que eran las otras dos formas “buenas”. Por eso, cuando avanza en sus deformaciones, incluye a la Oligarquía, que se da cuando el poder se encuentra en manos de un grupo minoritario, y también a la Democracia en la medida que la entendía como una inclusión tan amplia que podía conducir a la anarquía.

Dos aspectos quiero señalar: en primer lugar que hoy en día cuando uno usa el concepto de “Oligarquía” suele ser tildado, por ignorantes o superficiales, como “anticuado”. En realidad es muy antigua la definición, pero es absolutamente actual si nos estamos refiriendo a que gobierna una minoría ya sea por su fortuna, pertenencia de clase o grupo de familias, característica muy difundida aún dentro de naciones que tienen una organización política republicana en lo formal.

El segundo aspecto es que más allá del debate acerca de si la verdadera Democracia es lo que el filósofo definía como Politeia. Hay que considerar que esta última estaba limitada a los “ciudadanos” concepto que excluía a las mujeres, extranjeros o esclavos, por lo que, trasladado a la actualidad, Democracia sería el espacio público de participación del ciudadano en el gobierno y el concepto de ciudadanía es amplio y no restringido.

Ahora bien, si la Democracia es la forma de gobierno donde el poder reside en el conjunto de los habitantes de un país surge otra pregunta: ¿Quién ejerce ese poder? Si coincidimos que la ciudadanía expresa ese poder “eligiendo” a quienes la representan, deberíamos aceptar que ese mandato es restringido, o sea es para hacer “ciertas cosas” y hacerlas de “determinada manera” o sea que el gobernante no podría hacer lo que se le antoja ni violar el mandato recibido haciendo algo diferente. Es natural y comprensible la delegación del ejercicio del poder en un grupo de hombres y mujeres en sociedades de masas, multitudinarias, donde resulta impracticable la participación directa en el ágora, o espacio público de las ciudades-estado griegas. Pero ¿cuáles son los límites y cómo ejercen los ciudadanos su capacidad de controlar e incluso de revocar ese mandato otorgado?

Toda esta introducción pretende llegar a otra pregunta: ¿vivimos realmente en democracia? O, dicho de otra manera, ¿la Democracia como forma de gobierno está agotada o en crisis?

Si aceptamos que vivimos tiempos donde la separación entre el conjunto del pueblo y sus supuestos representantes se agranda día a día, que el contrato electoral entre los ciudadanos y la dirigencia es violado, olvidado y desvalorizado permanentemente surgen dos preguntas: ¿los pueblos no saben elegir? y ¿Es necesario recuperar el control e inclusive la posibilidad de revocar el mandato otorgado?

En general, las oligarquías y los sectores disciplinados a los valores culturales y hasta las modas que estas elites imponen por el prestigio del poder económico, social y/o mediático, sostienen que es necesario “volver al voto calificado” o sea privar del voto a las clases bajas, que no tengan cierto nivel educativo o una renta anual determinada (recordar que la sacrosanta Constitución de 1853, establecía limitaciones de este tipo para los cargos electivos) o incluso eliminar la obligatoriedad del sufragio. Por caso en la principal (por ahora) potencia mundial y que se arroga ser la abanderada de la democracia, los Estados Unidos, los representantes, gobernadores y presidentes suelen ser elegidos en comicios donde vota menos de la mitad de la población. ¿Puede hablarse de Democracia representativa donde los gobernantes son elegidos por el 25% de la población? (Gana el que obtiene el 51% de los votos del 50% de la población que vota).

La idea del “voto calificado” se cae a pedazos en cuanto uno se pregunta ¿quién es el que “califica” quién puede votar? Las respuestas que se obtienen en todos los casos buscan depositar ese poder en quienes comparten la pertenencia a determinado sector de la sociedad, sea que los reúna la riqueza, el poder, la estirpe o el nivel educativo.

Quizás el problema pasa por cómo respondamos a la segunda opción. En general, siguiendo a Aristóteles y a la inmensa mayoría de los antropólogos, arqueólogos, etnólogos, etc., la especie humana es “social”, ha vivido comunitariamente desde el comienzo de sus días y se ha ido dando, con el paso de los siglos, distintas formas de organización a fin de mantener y mejorar esa vida en común, más allá de lo que diga la escuela austríaca y sus epígonos posteriores, los serios o los incalificables como quienes nosotros conocemos y padecemos.

Por lo tanto, Hobbes, Locke, Rousseau y todos los enciclopedistas analizaron cuáles deberían ser las formas de organización de la comunidad y los métodos a aplicar para procesar los conflictos entre los individuos evitando que se rompiera esa vocación de pertenencia. Aunque parezca increíble seguimos discutiendo lo mismo.

Los “anarcocapitalistas” y los neoliberales extremos proponen lisa y llanamente la eliminación

del Estado o su reducción a la mínima expresión. Sin embargo, en la medida que reconocen las asimetrías de poder y de riqueza, lo que proponen es un modelo oligárquico, en términos de Aristóteles, un gobierno de minorías y con el resto de la población sometido a la voluntad de este grupo, clase, familia o como se llame.

El marxismo también intentó algo parecido, en la medida que proponía la destrucción de la sociedad capitalista pero no del Estado, del que se proponían apoderar para que la vanguardia reunida en el partido revolucionario, eliminara la propiedad burguesa y pusiera en marcha la “democracia proletaria”. Esto, además de convertirse en tiranías -con miles de presos, asesinados, deportados o exiliados-, significó la aparición de una nueva clase social: la de la burocracia partidaria enquistada en todo el Estado, rica, con todas las comodidades y el pueblo siguió igual que antes. En Rusia, la nueva “burguesía” surge de los ex funcionarios del partido Comunista, que manejaban las empresas y áreas estatales y que, con la caída de la URSS, pasaron de “funcionarios comunistas” a empresarios prósperos.

Pero, entonces, ¿ss posible construir una democracia, participativa y moderna que supere las alternativas expuestas?

Me adelanto a decir que sí, que no sólo es posible, sino que resulta vital lograrlo si no queremos terminar como en las películas de zombies con una minoría encerrada en sus fortalezas y las mayorías vagando, desarrapadas y hambrientas por todo el territorio.

Y estoy hablando precisamente de nuestra patria, porque tenemos los antecedentes y experiencias que nos muestren el camino hacia ello. El Peronismo, desde sus orígenes, marcó claramente la existencia de una filosofía humanista, de un capital axiológico nacido en el cristianismo, retomó el pensamiento greco latino como identidad y convocó a recorrer un camino diferente, llamado “tercerismo” para asumir su diferencia con los modelos antes descriptos, no por oposición sino por superación de ellos, un camino absolutamente nuevo y diferente. Ese camino pone al Hombre, como especie (varón y mujer), como centro, el individuo es el eje, pero no el individuo en términos hobbesianos, sino el individuo en comunidad, porque rechaza la imagen del Hombre como “lobo del Hombre”, y retoma la imagen del ser solidario y consciente que no tiene destino posible sino en el conjunto de sus congéneres.

El concepto “comunitario” deriva incluso de las formas de organización de los pueblos precolombinos como mayas e incas, de los pueblos agrarios europeos, que traen esa concepción cuando migran y llegan a nuestras tierras tanto en la “pampa gringa” como en los centros urbanos. De ellos devienen las mutuales alemanas, españolas (a veces por su procedencia, gallegos, asturianos, etc.) italianas, inglesas, galesas y hasta africanas (ya que teníamos sociedades de Cabo verde o Mozambique), muchas de las cuales evolucionaron a hospitales (israelita, alemán, italiano, británico).

Cuando comienzan las migraciones internas, los provincianos se instalaban, generalmente, en zonas donde ya vivían otros comprovincianos y éstos los ayudaban con el terreno, a levantar la casa y hasta a conseguir trabajo en el acelerado proceso industrial a partir de fines de los años 30.

Para el peronismo “el Estado debería constituirse como la organización por excelencia destinada a la realización plena de la vida individual y colectiva, garantizando el acceso de sus miembros al bien común”. El Iusfilósofo inspirador de la reforma constitucional de 1949, Arturo Sampay, nos dice: “El hombre tiene -es el cristianismo quien trajo la buena nueva- un fin último que cumplir, y no adscribe su vida al Estado, donde como zoon politikon logra únicamente su bien temporal, si no es conservando la libertad para llenar las exigencias esenciales de esa finalidad, que el Estado resguarda y hace efectiva, promoviendo el bien común en el orden justo.”(1).

Fracasado el marxismo y ante la exacerbación de un individualismo feroz, consumista y basado en el más absoluto egoísmo, que también va a fracasar -dejando como secuela iguales consecuencias de miseria, pobreza, tiranía, exclusión y muertes-, es imprescindible recuperar nuestro camino hacia la construcción de una democracia, comunitaria, basada en nuestra cultura y experiencia histórica, muy parecidas a toda Latinoamérica, en la justicia social y en la armonía social.

La constitución de 1949 avanzaba en ese sentido. La restauración oligárquica de 1955 obturó el camino y pretendió volver al pasado, igual que Milei y su corte de los milagros esotérica y fanática hoy, ignorando que eso es imposible. Lo propio ocurrió a partir del 24 de marzo de 1976, cada vez con mayor dosis de violencia y represión, lo cual resulta lógico en la medida que se pretende acostar a la historia en el lecho de Procusto de la factoría dependiente.

Los interregnos de Menem y De la Rúa, buscaron lo mismo. Las FF.AA. habían desaparecido como guardia pretoriana de la oligarquía, llegaba la hora de intentarlo mediante las “formas” de la democracia, sin alterar el statu quo dependiente y eso culminó en diciembre de 2001, con muertos, heridos y una crisis que siguió arrojando argentinos a la exclusión y la miseria.

El camino es, indudablemente, reconstruir un pensamiento auténticamente nacional y situado, que recupere la doctrina peronista y actualice el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional que nos legara Juan Domingo Perón en 1974. Él nos habló de ir hacia una Democracia Social, “Social, por su naturaleza, por su desenvolvimiento y por sus objetivos; libre de preconcepciones dogmáticas y de extremismos. Social, en fin, en un sentido intrínsecamente cristiano”.

Pero además avanza en lo que llama “Datos para la programación institucional” y propone:

-Se concibe al país como un verdadero sistema. En el mismo, el campo institucional estructura el marco y establece las reglas del juego fundamentales de tal sistema en términos jurídicos.

-Se pide al sistema eficiencia social mínima. Para ello la planificación es un instrumento y el gobierno con planificación un método de gobierno.

-El sistema debe funcionar con participación de todos los entes representativos de la comunidad.

-La participación dentro de nuestra democracia social deberá funcionar de una manera real y efectiva. El ciudadano se expresa como tal a través de los partidos políticos, pero también se expresa a través de su condición de trabajador, intelectual, empresario, militar, sacerdote, etc. Como tal tiene que organizarse para participar en otro tipo de recinto, como puede ser el Consejo para el proyecto nacional.

-La Democracia Social que deseamos no se funda esencialmente en la figura de caudillos, sino en un estado de representatividad permanente de las masas populares.

He transcripto esta mínima parte del testamento político de Perón, para que sea simple comprender que el fracaso de la democracia recuperada (en lo formal) en 1983 radica, precisamente en la “cancelación” del proyecto peronista y no como se sostiene, por parte de sus enemigos, de su realización.


No nos extraña que la oligarquía hoy expresada en el poder financiero, los gerentes locales de las transnacionales, el empresariado globalizado expresado en AEA, su prensa canalla, su aparato cultural y sus partidos políticos, quieran borrar este proyecto nacional. Pero el éxito que han tenido sólo es explicable por la complicidad de una dirigencia peronista que en su discurso y acción, mayoritariamente, sólo buscó acomodarse a esta Argentina para pocos. Ahora bien, en una comunidad organizada, aún con un proyecto de país compartido, siempre van a existir diferentes opiniones e intereses, por ello son necesarios los partidos políticos, fuerzas organizadas en base a programas de acción que expresen las opiniones y propuestas de una parte (por eso “partido”) de la comunidad. Como los tiempos cambian encontraremos partidos que representan expresiones históricas de esa asociación humana y otros que expresan nuevos desafíos o propuestas, debe haber un cuerpo legal que regule su accionar asegurando su democracia interna, su funcionamiento orgánico.

Nada de esto ocurre hoy, las elecciones internas son amañadas o no existen, los locales partidarios permanecen cerrados durante la mayor parte del año, no hay formación de cuadros, no existen las plataformas de gobierno, nadie sabe de dónde salen los fondos para campañas y mucho menos, salvo por trascendidos, dónde y de qué viven sus dirigentes. Hoy día, en primer lugar, por la “mediocracia” (la política definida a través de los grandes medios de prensa) o la “infocracia” (la política definida a través de las apps y redes) el pueblo no delibera ni gobierna, es más ni siquiera es escuchado o siente que algún dirigente le habla.

Los deportistas, influencers o empresarios, hoy ocupan las candidaturas dado que por su presencia en multimedios o redes suelen ser “conocidos”, no es necesario “instalarlos” en la consideración pública. Aquí se expresa la podredumbre de la democracia partidocrática: los auténticos líderes o conductores no necesitan ser “instalados” a través de los medios. Ellos nacen, provienen del pueblo profundo, lo conocen y lo representan. Seguramente hoy existen, pero el sistema se encarga que su voz no llegue a los medios masivos.

La Democracia Representativa ha cedido su lugar a la Democracia Delegativa, los candidatos son votados y una vez electos pueden hacer todo lo contrario de lo prometido en campaña (cambiar de partido, abandonar sus propuestas de gobierno) en aras de un “pragmatismo” desvergonzado. Los partidos son una maquinaria de generar empleos, de concejal a intendente, de ahí a diputado o senador provincial, de ahí a diputado o senador nacional, si la suerte acompaña se puede llegar a ministro, secretario, subsecretario o director (nacional, provincial o municipal), alrededor pululan asesores, empleados, etc.

Si queremos reencontrar el camino de una democracia de verdad, que nos permita recuperar la esperanza y la confianza en un futuro mejor es necesario reconstruir la representación política y si bien esa es una tarea nuestra, de los militantes y activistas de cada fuerza política, me atrevo a señalar decisiones políticas conducentes a eso.


Democracia Social y Participación Popular

He venido insistiendo, a riesgo de ser reiterativo, en que la tragedia que vive nuestra patria tiene su origen en la instalación en 1983 de un sistema de democracia formal, con elecciones periódicas, partidos políticos, libertades públicas, pero donde el concepto de democracia representativa fue llevado a un extremo patológico, el del total divorcio entre los “representantes” y los “representados”. A tal punto que, como lo hemos venido describiendo, ningún legislador o gobernante se siente obligado por sus compromisos de campaña electoral, o por la historia y doctrinas de la fuerza política por la que accediera a sus cargos.

Es por ello que si algo está claro es que el pueblo argentino ha manifestado claramente su hartazgo total con el sistema democrático como lo hemos conocido en estos 40 años, un nuevo “que se vayan todos” como en 2001. Y la fuerza que sostiene a Milei nace no sólo del deseo de muchos sectores de “algo diferente” (y por ende brindándole paciencia y espera pese a la brutalidad y salvajismo de un ajuste que multiplica la pobreza y la exclusión), sino también del rechazo absoluto a la posibilidad que retorne al gobierno la misma clase política que ha defraudado al pueblo.

Por ende, independientemente de organizarse y responder a la crueldad social del plan de gobierno en marcha y recuperar en valor ideas como la Justicia Social, la Solidaridad, la Soberanía Nacional, es menester diseñar una propuesta, una serie de ideas que puedan despertar el interés, la expectativa y la confianza en un camino diferente.

En la introducción de este trabajo me permití presentar temas para debatir en el ámbito de la organización política, así hablamos de los partidos políticos, de cómo han sido vaciados de contenido hasta convertirlos en sellos de goma y de cuál sería el camino para empezar a recuperarlos como espacio de discusión de los grandes temas nacionales.

Ahora bien, eso es imposible sin avanzar decididamente en acercar a la población a los lugares de definición de los rumbos, a los lugares de decisión. Esto nos lo propuso Perón en su Modelo Argentino, pero la dirigencia peronista guardó bajo siete llaves esta obra así como la mayor parte de su pensamiento después de su muerte. Esta es la Democracia Social de la que nos hablaba (y que no tiene nada que ver con la socialdemocracia europea).


En los últimos años el antiperonismo ha producido diversos engendros a fin de licuar el poder de los llamados “Barones del conurbano” (sí con “B” larga, no tiene contenido de género), furiosos por su imposibilidad para, hasta ahora, ganar las elecciones en esta zona, especialmente en la Tercera Sección Electoral. Entre estas “propuestas” una muy repetida es la de dividir municipios como La Matanza.

La idea que voy a proponer está en las antípodas de aquéllas: no creo necesario dividir municipios y menos con la mezquina idea de “repartir achuras”. Lo que quizás sea necesario es avanzar en una mayor descentralización de la gestión de gobierno a través de la figura de las Comunas, un sistema que ya existe hoy día por ejemplo en CABA, Córdoba y Entre Ríos.

Córdoba en la Ley 8102/91, establece en su artículo 188 la creación de comunas en “poblaciones estables de menos de 2000 habitantes” y nacen a iniciativa de un núcleo de habitantes del lugar, estableciendo como es el procedimiento. Dándole atribuciones por ejemplo del ordenamiento urbanístico, edilicio y de fraccionamiento de tierras, realización de obras públicas, salubridad, higiene y saneamiento ambiental, establecimiento de pavimento, agua corriente, alumbrado público, protección de los recursos naturales.

Son administradas por una comisión de tres miembros elegidos por voto directo de los vecinos y la participación vecinal es por medio de asambleas ordinarias y extraordinarias (para estas bastas con la firma del 20% de los vecinos).

En Entre Ríos el régimen de comunas está reglamentado por la Ley 10.644/2018 y establece la posibilidad de creación de las mismas en “Todo centro de población estable, que en una superficie de setenta y cinco (75) km cuadrados contenga entre cuatrocientos (400) y mil quinientos (1500) habitantes, las subdivide en comunas de Primera y de Segunda Categoría según la cantidad de habitantes y ambas categorías tienen personería jurídica propia y autonomía política, económica, administrativa y financiera” y además de las funciones sobre tierras públicas y de ordenamiento territorial, a través del ejecutivo autoriza la realización de obras públicas, la prestación de servicios públicos, puede delegar o concesionar la prestación de estos últimos, en su artículo 26 se habilita a “Promover en la Comuna la participación activa de los vecinos y de las organizaciones intermedias”.

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la organización de las comunas tiene su origen en la ley 1777/05. La ciudad está dividida en 15 comunas y en su artículo 3 inciso a), establece que esta ley tiene como finalidad “Promover la descentralización y facilitar la desconcentración de las funciones del gobierno de la ciudad, preservando su integridad territorial” y en su artículo 4, dentro de los “principios generales para la gestión pública descentralizada” incluye en su inciso e) la “Gestión Pública Participativa”.

Son sus funciones:

La planificación ejecución y control de trabajos de mantenimiento urbano de las vías secundarias, la elaboración participativa de su programa de acción y anteproyecto de presupuesto anual” y en forma concurrente con el Poder Ejecutivo “La participación en la planificación, prestación y control de los servicios...la decisión, contratación y ejecución de obras pública...la fiscalización y poder de policía sobre usos del espacio público...la evaluación de demandas y necesidades sociales en su ámbito territorial” etc.

En todas estas normativas se prevé la asignación presupuestaria, y en algunos casos la posibilidad de cobrar algunas tasas.

Lejos de mi intención está hacer un trabajo académico o intelectual sobre las comunas, ni se agotan en lo expuesto. Seguramente también habrá otras experiencias de organización comunal en otras provincias con sus particularidades y características. Simplemente quería dejar aclarado que esta forma de organización no es una entelequia sino una realidad vigente hoy en el territorio nacional.

Podría mencionar, incluso, que estas comunas tienen nacimiento en experiencias previas a la colonización española, por ende, aquilatan una pureza de origen y un arraigo histórico indiscutible.

En ninguna de estas experiencias aparece contradicción o conflicto alguno con la organización municipal. Nadie quiere crear nuevos municipios o subdividir los existentes, sino avanzar con la descentralización de la gestión y fomentar la participación popular en la toma de decisiones.

En alguna época en los barrios del conurbano existían las sociedades de fomento, los vecinos se reunían allí a debatir sobre los problemas y necesidades del barrio y luego iban a ver a algún concejal o bloques de concejales para llevarles las inquietudes. Me consta que, en la zona de Quilmes Oeste y en los años 70, por este camino se avanzó en el asfalto, cloacas, agua corriente y alumbrado,

Por un momento hagamos un juego de imaginación: si el peronismo recuperara su memoria y su doctrina, y propusiera la recuperación de diversas formas de organización popular, las celebradas (por ahora sólo en los discursos) Organizaciones Libres del Pueblo, como las Sociedades de Fomento o Asociaciones Barriales, que, como antaño, podrían funcionar en los clubes de barrio, y ahí los vecinos podrían dialogar acerca de las necesidades de la zona, incluso del funcionamiento de las escuelas públicas, los centros de salud y la seguridad.

Si en todos los municipios existiera la descentralización en comunas, esas necesidades se trasladarían allí y, por ejemplo, los vecinos podrían exigir que se incluyeran obras en la discusión del presupuesto participativo, o inclusive podrían resolverse allí mismo cuando no tengan contenido económico.

Cuando el concejo deliberante del municipio discuta el presupuesto general, va a tener el insumo irreemplazable de las necesidades de las distintas comunas y las prioridades expuestas por estas. Es más, permítanme imaginar cuánto se simplificaría la elaboración de los presupuestos provinciales si los “equipos técnicos”, valorables por cierto, tuvieran sobre la mesa la carpeta de las distintas intendencias y comunas.

Pensemos en varias ventajas:

a) Nadie podría alegar desconocimiento de las demandas y necesidades de cada barrio, comuna o intendencia, ya que le llegarían detalladas y hasta presupuestadas.

b) Los vecinos dejarían de sentir que las decisiones se toman lejos de sus expectativas, en alguna oficina del burócrata de turno.

c) La participación de la comunidad sería un instrumento invalorable para recuperar sentido de pertenencia e identidad con el barrio y la comuna, habría un lugar de encuentro, superando el individualismo esterilizante, y encima un lugar de decisión real.

d) Los partidos políticos podrían tener un semillero inestimable de cuadros militantes, probados en la gestión y consustanciados con la realidad de la zona o región.

e) Sería más fácil de controlar la corrupción, ya que los propios vecinos saben (mejor que nadie, por cierto) cuál puede ser el costo real de pintar una escuela, pavimentar una calle, alumbrar calles, etc.

f) Habría un control más estrecho sobre el accionar policial y los problemas de seguridad.

g) Elaborar proyectos municipales o provinciales sería mucho más fácil en la medida que se cuenta con propuestas, ideas y cientos de grupos de vecinos que “trabajan” para alimentar los “equipos técnicos”.

h) Sería más sencillo elaborar las listas de candidatos a concejales, diputados provinciales, senadores provinciales y paulatinamente irían desapareciendo los “desconocidos de siempre”. Los hombres y mujeres comprometidos que trabajan todos los días por sus barrios saldrían del semillero de las Sociedades de Fomento o Comunas.

i) La elección por voto directo y la incorporación de la revocatoria de mandatos, iniciativa popular, etc., asegurarían un control más efectivo sobre los funcionarios públicos

Uno podría preguntarse ¿pero si es tan sencillo y tan beneficioso, por qué no se hace? o se la elude como se hace en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde se ha desvirtuado el mandato constitucional de esta forma de organización. En la ciudad de La Plata existe la figura del “delegado comunal” pero hace décadas que no se lo elige por el voto de los vecinos, sino que los pone el intendente “a dedo”, lo que conduce a que a la mayoría no los conozca nadie, no se sepa dónde están o donde atienden a la gente.

Hace unos años se instaló fuertemente en los ámbitos académicos la discusión acerca de las reformas administrativas, de cómo superar los modelos del Banco Mundial y los tristemente célebres Consensos de Washington y avanzar en mejoras en la eficacia y eficiencia de la labor estatal y la calidad de las políticas públicas. Esto se dio tanto en el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD), como en el ámbito local en los Congresos Nacionales de Administración pública organizados por la Asociación Argentina de Estudios de Administración Pública (AAEAP) y fue creciendo paulatinamente la idea de la descentralización de la gestión.

En estos ámbitos se partió de la idea de que ello permitiría 1) Acercar la definición de las políticas públicas a la ciudadanía, 2) Generar mecanismos de democracia directa como el presupuesto participativo y 3) Generar un control más directo sobre la eficacia de las políticas y la transparencia en las decisiones, objetivos que comparto y me parecen acertados.

Pero ¿qué pasaría si al modelo existente le agregamos la participación de las organizaciones de la comunidad (asociaciones de comerciantes, colegios profesionales, asociaciones empresarias, sindicatos)? En ese caso estaríamos avanzando en modelos reales y alcanzables de Comunidad Organizada.

Creo profundamente que el voto del pueblo argentino en las recientes elecciones no expresa la convicción generalizada en que hay que hacer desaparecer al Estado, dinamitar toda forma de organización colectiva o comunitaria o simpatía por la eliminación de la educación o la escuela pública. Estoy convencido de que expresó el rechazo terminal hacia una clase política que usó las estructuras del Estado para su provecho, las vació de contenido o las hundió en la decadencia (la educación es un claro ejemplo). En 2001 hubo una advertencia: el estallido popular expresó el hartazgo con una democracia que había incumplido con las promesas de su recuperación, con ella no se comía, no se educaba y no se curaba.

Se instaló en la conciencia ciudadana la idea de una corrupción generalizada que llevó a que muchos dirigentes ostentaran niveles de vida incomprensibles para sus antecedentes laborales, se mudaran a barrios privados, todo ello a partir de los negociados con las obras públicas, la sanción de las leyes y la gestión cotidiana de su labor.

Nuestro pueblo no va a prestar atención a ninguna propuesta que implique el regreso de esa dirigencia al gobierno, aunque esté sufriendo la crueldad sin límites de Milei y su ejército de trolls y de fanáticos. Tenemos la obligación de construir una propuesta que rescate la experiencia de los gobiernos populares, recupere su identidad y la escala de valores que Perón tan bien expresara en las Veinte verdades peronistas, y que contenga una forma de organización de la cosa pública que instale al hombre y la mujer común en el centro de la elaboración de las políticas públicas, su ejecución y su control.


He tomado experiencias parciales, elaboraciones académicas y propuestas existentes. Sólo se trata de leer “La Comunidad Organizada”, “El Modelo Argentino para el Proyecto nacional”, recuperar el trabajo teórico de cientos de pensadores del campo nacional, reunir todo eso y elaborar una propuesta superadora hacia futuro. Ha llegado la hora de escuchar el mensaje de las urnas, el hartazgo de nuestro pueblo, la demanda que lleva implícita su “voto bronca”, pero también de escuchar a los que hace años vienen advirtiendo que el rumbo tomado no sólo era equivocado sino que era antinacional, antipopular y nada peronista.

Solamente un peronismo que sea auténticamente federal, rescatando las experiencias de las provincias y municipios, incluso (o principalmente) en su conducción, auténticamente “peronista” recuperando su identidad histórica profunda (no somos “progresistas” ni “de izquierda” somos peronistas y, por ende, revolucionarios, no “socialdemócratas conformistas”) y visceralmente popular, logrará reconstruir sus lazos con el pueblo argentino. A 50 años de la desaparición física de nuestro líder, hagamos realidad aquella consigna de “No me lloren, crezcan”.


* Abogado. Coordinador de la Secretaría de Profesionales UPCN


Bibliografía.


1) “Una Constitución para la Patria libre, justa y soberana”, Arturo Sampay, pag 91 y sgs.

UPCN Copyrights © 2018 Todos los derechos reservados.