Vuelve Perón es el título de tapa que resume esta edición especial de Escenarios, pero pensado a 50 años del paso a la inmortalidad del General -quien fuera y es el estadista y líder político más importante e indiscutido de nuestra patria- se transforma en una consigna que nos interpela en clave del presente y con proyección a futuro, a desafiar el destino que nos espera y debemos construir los argentinos.
Perón, en esta lógica, siempre vuelve. Volvió un 20 de junio de 1973 en medio de una Argentina profundamente convulsionada, dividida, violenta, ilegítima, luego de 18 años de exilio, después de haber sido prohibido, difamado por el poder dictatorial, negado por el poder económico, lesionado, desaparecido y ultrajado en el cuerpo y el alma de Evita, justo en ella, que era la expresión de la fuerza, de la juventud, de la mujer, de la patria descamisada.
Aun así, a sus ochenta años, Perón vuelve con cicatrices, con enseñanzas, con el poder que le daba la voluntad popular y con la sensatez, la autocrítica, la templanza y la inteligencia que había mamado en su niñez provinciana, en su juventud acuartelada a lo largo y a lo ancho de la Patria y en su madurez mundana paseada por la tierra.
Vuelve decidido a transformar nuevamente el destino de su pueblo, a rescatarlo de la ignominia, del olvido, la división, el desencanto y la desesperanza. Vuelve para fusionarse nuevamente con el ser nacional y devolverle el protagonismo perdido y abandonado, para ayudar a reencauzar el camino de grandeza y felicidad que estaba grabado en la identidad del pueblo, de un pueblo que merecía volver a ser pueblo, por encima del individualismo de las minorías organizadas frente a la incertidumbre y la indiferencia de las mayorías.
Vuelve Perón, y muere en su patria, como no pudieron hacerlo otros prohombres de nuestra historia, pero antes nos regala su legado, un Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, que también este año cumple 50 años y así como Perón, nos interpela con su vigencia.
Un modelo que frente a la división promueve la unidad de los/as argentinos/as, que se superpone a la visión sesgada de la parcialidad para buscar los puntos de coincidencia con los que piensan distinto, incluso con aquéllos que habían lastimado al General. Una propuesta que frente a las diferencias ideológicas prioriza los valores o principios propios de la identidad nacional, que guardan relación con los intereses que son comunes de una sociedad.
Frente a la insistencia del poder de “dividir para reinar”, nuestra propuesta es construir la política de “unirnos para liberarnos”, nos reafirma el conductor.
Unidad en un marco de fe en la paz, la vida, la solidaridad, el amor y la justicia social. En una comunidad organizada en derredor de los intereses del desarrollo humano en relación con su entorno natural. El hombre, genéricamente hablando, centro de todas las cosas y a partir de su forma de organización, en su familia, su barrio, su empleo, su ocio; con relación a todo aquello en cuanto lo rodea.
De allí la importancia que el modelo le imprime al cuidado de la “casa común”, del medio ambiente y también de la organización natural, porque el hombre no es un sujeto individual, sino “es” en cuanto a su desarrollo colectivo y social.
Nadie se realiza en una sociedad que no se realiza.
Un modelo que interpela a la unidad de los hombres, de los pueblos y de los Estados. Que sostiene la necesidad de la unidad latinoamericana como el resultado de la identidad cultural hispanoamericana, cristiana, social, humanitaria y profundamente popular.
Que a partir de la unidad cultural promueva la unidad institucional y económica de los pueblos de América, afirmando que las oportunidades de desarrollo y crecimiento nacional sólo pueden garantizarse en el marco de una inteligencia y un desarrollo regionales que nunca debió ser atomizado ni abandonado.
“La comunidad latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia, tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos.”
El futuro, decía Perón hace 50 años atrás, nos encontrará unidos o dominados luchando por el dominio y la producción de los recursos naturales: agua, alimentos, energía, tierra, etc. Cuidarlos a favor de la humanidad es un desafío y para el desarrollo de nuestros propios intereses, un camino que debemos transitar.
Si no somos capaces de cuidar nuestros recursos, de producirlos, transformarlos, multiplicarlos en beneficio de nuestra comunidad y de la humanidad en su conjunto, seremos presa de los intereses deshumanizantes y del capital que sólo se desarrolla pensando en su propio y exclusivo beneficio.
Un modelo que preserve la verdad, considerando la realidad como la única verdad. Afianzando un pensamiento situado y una estrategia planificada en la realidad, para transformarla y mejorarla en pos de la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
En aquel momento y hoy, los ideologismos tiñen la realidad con su posverdad creando un universo irreal, una utopía inalcanzable (valga la redundancia) o un relato potente pero falaz, que pretende imponerse como una verdad revelada que sólo oculta un interés parcial o sectorial de quien la impone.
A decir de Roy Williams, la ideología no nos explica la realidad, sino que intenta imponernos una visión sesgada de ella.
Un significante vacío que pretende unificar la bronca o la esperanza de un colectivo de individualidades que no hace una identidad de mayorías, ni hace a la realidad de quienes viven el pueblo.
El modelo argentino impone que se haga efectiva una forma de gobierno en la que el gobierno hace lo que el pueblo quiere y persigue un solo interés, el del pueblo; y que se sustente en un gobierno centralizado, un estado descentralizado y un pueblo libre.
Un gobierno con fortaleza institucional, con poder político, legitimidad y acompañamiento popular, con los mejores en la gestión, pero con clara visión orgánica, institucional y política que esté a la altura de construir un verdadero Estado presente en la necesidad.
Un Estado equidistante del mínimo liberal y del asfixiante colectivista, que no se piense en el rol de estado benefactor, exclusivo dador de derechos, sino como promotor de igualdad y oportunidades, pistón pujante en la organización de la comunidad y en el equilibrio de fuerzas y de poder naturalmente desiguales en la distribución de la riqueza, promotor de la relación virtuosa público-privada.
Perón nos insta a despertar de las falsas virtudes de los extremos, porque cada extremo es la semilla que fertiliza al otro extremo y en definitiva terminan tocándose y justificándose a sí mismos
Me permito agregar que muchas veces este juego de las extremidades y las alternativas fundantes, hegemónicas y eliminadoras del pensamiento crítico no hace más que alimentar el juego de poder de intereses ultra personalistas, egoístas desde lo político, que desatan carreras megalómanas que luego se ven expresadas en la desilusión y la desesperanza de muchos que depositan en esos egocentrismos expectativas de transformación de su propia realidad.
Más que jugar a los extremos, parece necesario reconstruir una unidad nacional desde nuestra realidad, reconociendo la otredad y defendiendo el interés y la agenda colectiva.
Reconstruir lo colectivo, pero poniendo en el centro de la escena al hombre, no sólo como individuo, sino como sujeto de derechos e integrante de una comunidad.
Así se organiza lo político, lo social, pero también lo económico donde el capital debe estar al servicio de la economía y la economía al servicio del hombre y el bienestar social. Eso significa que el Justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad, donde se le reconoce a cada persona su derecho en función social.
Aunque el pragmatismo ha sido el motor del progreso económico, también hemos aprendido que una característica de este proceso ha sido la de reducir la vida interior del hombre, persuadiéndolo de pasar entre los extremos de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario, por lo que el mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y las esperanzas de la comunidad, persistir en el principio de justicia, especialmente desde el punto de vista social, para recuperar el sentido de la vida y entonces devolver al hombre a su valor absoluto.
Según Perón, “La historia nos indica que es imprescindiblemente necesario promover la ética individual primero, para desarrollar después la consecuente conducta social y desprender finalmente de ellas la conducta económica; porque la libertad se instala en los pueblos que poseen una ética y es ocasional donde esa ética falta.”
Han pasado 50 años de la desaparición física de nuestro conductor, así como de su último legado; sin embargo, muchos de sus preceptos, que fueron observaciones de la evolución de una sociedad mundial que ya había entrado en un universo acelerado de transformaciones, contradicciones y nuevas desigualdades, siguen vigentes como si el Perón que volvió, continuara volviendo repetidamente en el tiempo, hasta parecer estar esperándonos en el futuro.
El hombre, en este tiempo ha evolucionado en el desarrollo científico y tecnológico e incluso desde el punto de vista material, pero tal crecimiento sigue reflejando el lado oscuro de la desigualdad.
Las diferencias que nos separan han sido ahondadas por la brecha tecnológica, por la apropiación del conocimiento, por el acceso a las oportunidades y por el disvalor del ser humano. El maltrato individual y social es consecuencia del imperio de una concepción hedonista y materialista que exacerba el sentido del poder y el querer por encima del ser, la necesidad y la felicidad.
El peronismo ha construido una doctrina basada en un pensamiento filosófico que consiste en una propuesta de un nuevo paradigma civilizatorio profundamente humanista, popular y cristiano. En palabras de Francisco Pestanha, es una epistemología de la periferia para salir de la periferia.
En tiempos como los de hoy, donde en nuestro país se pretende imponer desde el poder un nuevo paradigma sostenido en una falsa libertad, donde impera el mercado y sus leyes, donde la economía se pone al servicio del capital, especialmente especulativo, se degradan la política y las instituciones, donde se pretende destruir todo espacio de construcción de identidad colectiva (clubes, sindicatos, asociaciones, organizaciones populares, etc.) e incluso a la democracia misma, reconstruir un modelo de organización de nuestra comunidad se transforma en una necesidad revolucionaria.
Volver a amalgamar a nuestro pueblo en derredor de los valores de la educación, el trabajo, la vida, el desarrollo, la producción, la justicia social, la soberanía y la identidad cultural es el trabajo que nos demanda la historia para devolver la esperanza y la felicidad que supo detentar.
Pero no menos urgente e importante es volver a identificar nuestra propia identidad como peronistas, que en algún momento de estos 50 años hemos perdido, para reafirmar nuestro vínculo popular con el pueblo argentino que tuvo la inteligencia de forjar su doctrina nacional para alcanzar su soberanía política, su independencia económica y la justicia social.
En muchos sentidos nuestra democracia, que el pueblo argentino logró conquistar, aún está en deuda con su pueblo en la afirmación de su modelo nacional.
Perón siempre tuvo en claro que la construcción de ese modelo no se hace de una vez para siempre, sino que es fruto de una tensión permanente y requiere una permanente actualización basada en la nueva realidad.
Pero lo que cambia es la realidad y por ende la doctrina nacional se adapta a ella para no traicionar la identidad popular, porque ese modelo es nacional y a la Nación y su paradigma lo construye su pueblo, la tierra, no las vanguardias iluminadas y mucho menos las fuerzas del cielo.
Perón sabía que tenía que seguir volviendo, por eso, una vez más Vuelve Perón y nosotros sus militantes debemos honrar su vigencia.