“Cuando íbamos
al velatorio, me decían que papá era igual a San
Martín porque
había luchado como él, y que teníamos que hacerle
una estatua…
Claro que haremos una estatua con papá, con todos
los tíos y las
tías que han ido cayendo por luchar, por querer ser
libres, por
querer construir un mundo que no se base en el odio y la
persecución,
sino en el amor. A todos los que dejaron de lado
posibilidad
individual de tener su cotidiana felicidad, paz y alegría
junto a sus
padres y hermanos, junto a sus esposas y a sus hijos,
por entender
que su vida era menos importante que la del obrero,
del
estudiante, del campesino, del compañero perseguido,
hambreado,
torturado, muerto. Por esa entereza, que lejos de ser
indiferencia,
era la gran calidad humana, por su claridad y firmeza,
es que solo
mamá conoce las lágrimas de papá.”
Fragmento de
la carta de Alicia Bonet a sus hijos, pocos meses
después de la
masacre de Trelew, 1972
I. ¿Para qué? Algunas coordenadas
Las elecciones presidenciales
arrojaron un baldazo de agua fría sobre el estado actual de la sociedad
argentina en materia de ejercicio y representatividad política, sobre nuestra
identidad, y también sobre la posibilidad de continuar existiendo como Nación.
Un elemento puesto en
discusión estos meses fue la memoria sobre el genocidio cometido contra el
pueblo argentino, que comenzó en los años 1973/1974, y que, según cómo elijamos
definirlo, se perpetua cada vez que se niega (este elemento es, además, uno de
los que lo definen como delito de lesa humanidad). En el debate presidencial,
la figura de los 30.000 compañeros desaparecidos fue puesta en tela de juicio
por Javier Milei, quien eligió retomar la cifra de 8.753 de la CONADEP y la
teoría de los dos demonios, que apaña y reivindica a los perpetradores bajo la
figura de la “guerra” y los “excesos”.
El siguiente texto parte de
este punto, de esos segundos de televisión abierta sobre la discusión en torno
a los desaparecidos, pero podría leerse como una propuesta sobre metodología
política. Esto parte del análisis de que, en los momentos que corren, nuestra
praxis debe anteponer la forma al contenido. No hay ideología sin metodología
política porque el medio es también el mensaje y porque no existe ver luz al
final del túnel si no podemos ver dónde pisan nuestros pies.
Por otro lado, esta propuesta
metodológica incluye al menos dos ámbitos de aplicación y dos niveles de
análisis. El primer ámbito es el de la subjetividad individual, el del quehacer
cotidiano del militante político. Y el segundo es el de la direccionalidad que
debieran tomar las instancias colectivas, las Organizaciones Libres del Pueblo
(OLP), en el marco de acción que les toca para torcer el rumbo de la realidad.
En ambos casos, la pregunta tiene que ver con el sentido de la acción política, y a la pérdida del mismo a la que
nos enfrentamos actualmente.
Cuando nuestras acciones no
rinden frutos (”lo que hago no alcanza”),
tendemos entonces a realizar acciones esperando el resultado máximo (”hay que cambiarlo todo”), la máxima
satisfacción, y, al no lograrlo, nuestras acciones, en la impotencia, pierden
sentido (“para qué, si total…”).
Tendemos entonces a ambicionar que mágicamente la situación reporte
inmediatamente el beneficio buscado, y, al no lograrlo, nuestro deseo, en su
irrealización, pierde sentido (”ojalá el mundo fuera diferente”, “para
qué pensar en eso, si total…”). Buscamos entonces en otros la respuesta
que nuestra acción y nuestro deseo no parecen alcanzar, y, en la imposibilidad
de torcer la voluntad de otros, perdemos el sentido del vínculo (”Son unos traidores/inútiles/vagos. Hacélos mierda,
Cristina/Milei/el-que-te-guste”).
Nos quedamos en la
desensibilización apática, que nos protege emocionalmente frente a la
dificultad de asumir la propia impotencia, o nos amuchamos en la queja hacia
los otros, que por no ejercer por sí mismos nuestra voluntad interna, pasan a
ser los traidores sin causa, que solo entorpecen en el camino hacia donde
debería ir la cosa. O, quizá, nos contentamos con “hacer lo que podemos” porque el mundo no deja expresar todo
nuestro potencial, pero no habría mucho qué hacer para cambiar ese estado de
situación.
Por otra parte, nuestros
espacios colectivos, las Organizaciones Libres del Pueblo, sufren de una
debilidad y fragmentación que se retroalimentan mutuamente, proceso disparado
por una derrota histórica en la que, definitivamente, no nos han vencido, pero
de la cual tampoco logramos recuperarnos. Además, este círculo vicioso está
catalizado por una imposibilidad no sólo colectiva, no sólo por correlaciones de fuerza (que serían
externas a los individuos), sino por las propias trabas mentales arriba
señaladas, formas de ser, hacer y pensar
aprendidas que eventualmente dejan de depender del contexto y pasamos a
llevarlas con nosotros a nuevos escenarios. Éstas ubican a las personas, a los
individuos, como pináculo máximo de la
esencia y la univocidad. La coherencia esperada y sobre todo demandada a
los individuos es la contracara de la traición que ejercen cuando dicen algo
con lo que no estoy de acuerdo.
En cuanto a los niveles de
análisis, que cruzan los ámbitos tanto de la subjetividad individual como de
las OLP, el primero de ellos es el de diagnóstico.
Las cosas no suceden por arte de magia. El contexto y las herramientas que
tenemos para transformar la realidad se encuentran históricamente determinadas
por eventos del pasado o de otros espacios geográficos que escapan
relativamente a nuestro control. Y el segundo nivel, finalmente, es el de la propuesta propiamente dicha, la
pregunta por el “¿Qué hacer?”, buscando transfigurarla en “¿Cómo hacer?”. Hoy,
esta pregunta está absolutamente cruzada por la inmediatez del año electoral, y
esto es algo que cada dos años parece suceder. Craso error. La propuesta es
pensar con otro enfoque, de lo general a lo particular, entendiendo que incluso
las respuestas que nos urgen en el presente inmediato, también podrán encontrarse
cuando, paradójicamente, podamos alejar la mirada de aquí y nos sepamos
proyectados por nuestro pasado y proyectores de nuestro futuro.
La síntesis de este enmarañamiento y, a la vez,
su salida, sería la siguiente:
la imposibilidad de visualizar un camino nos impide empezar
a transitarlo, a la vez que un nuevo camino solo puede visualizarse a medida
que se transita
Una última aclaración se
vuelve necesaria. Este texto parte de un hecho histórico puntual, las
prácticas sociales genocidas que reestructuraron regresivamente a la sociedad
argentina, tras un largo aliento comenzado en 1955 con los bombardeos a la
Plaza de Mayo. A mi entender, estos hechos tienen un peso específico en la
configuración particular de la subjetividad política argentina actual,
permitiendo así tomar una de las puntas de un ovillo para desandar ese camino
en la construcción de un proyecto nacional para una patria más justa, libre, y
soberana. Ahora bien, esto no quiere decir que sea el único suceso histórico
con peso a la hora de pensar nuestra praxis política. Más hacia atrás, el
surgimiento de las organizaciones sindicales en Argentina a fines de siglo XIX
y principios de siglo XX, así como el surgimiento del peronismo como identidad
política en los años 40 son experiencias de las que podemos aprender para
pensar cómo complementar la metodología política aquí propuesta. Por otra
parte, para entender y desandar el camino de nuestra subjetividad política
actual, también debemos mirar fenómenos internacionales como son la crisis
global de los años 70 y la implantación del neoliberalismo como forma
específica que adopta el capitalismo internacional a partir de esas décadas. Y,
finalmente, resta por incorporar al análisis dos fenómenos de vital importancia
para comprender cómo estamos y hacia dónde ir: el desarrollo fenomenal en las
últimas décadas de las tecnologías de la información y la comunicación, por un
lado, y la pandemia de COVID-19, cuyos efectos oscilan entre ser perfectamente
evidentes, y, quizá por ello mismo, difícil de volverlos conscientes.
II. 1974-1983: Política
derrotada
Son los años que condensan la
derrota política, que da lugar a la política
derrotada. Política que era fuente de organización social, de solidaridad,
de constitución de proyecto colectivo. Derrotada por un proceso genocida que se
valió del terror y su irradiación, su implantación en cada espacio, en cada
lugar de trabajo, en cada organización, en cada barrio, en cada edificio, en
cada casa, en cada familia y en cada cabeza (formas de ser, hacer y pensar).
Para Daniel Feierstein, el
terror opera por la vía de tres mecanismos en su objetivo de lograr la
reestructuración social:
1. la ambigüedad en
la definición de la víctima,
2. la instigación a la delación,
y
3. la generalización de la desconfianza.
1. En mayo de 1977,
Ibérico Saint-Jean, Gobernador de facto de la Provincia de Buenos Aires entre
1976 y 1981 dijo:
“Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes,
enseguida a aquéllos que permanecen indiferentes
y, finalmente, mataremos a los tímidos”.
Resulta extremadamente difícil
determinar quién sería posible víctima en el marco de un ejercicio del poder
que no precisa la definición de a quiénes persigue, sino que intencionalmente
nos amenaza a todos. Es importante notar, no obstante, que esto refiere al
nivel discursivo, ya que en el empírico hay sobrada información sobre la extracción
de quienes fueron el objetivo de la cacería militar y paramilitar del proceso
genocida.
2. La ambigüedad en la
identificación genera automáticamente la transición al segundo elemento, ya que
una forma de no ser visto como potencial víctima de la tortura, la desaparición
y la muerte, es denunciar a otro. Alternativamente,
el desaliento a los seres queridos a la participación en cualquier actividad
que pudiera ponerlo bajo la lupa era una salida posible (a veces incluso desde
el afecto y el cuidado) ante el riesgo de perderlos.
En definitiva, el peligro y el
terror ya no eran solamente originados en y por los perpetradores directos del
genocidio, sino que podía provenir de cualquier dirección, incluso un ser
querido. La abuela de quien les escribe, por ejemplo, que tenía la malsana
costumbre de leer las cartas que llegaran dirigidas a su hija, al momento
estudiante de Psicología de 20 y pico, con bibliotecas cargadas de peligro, supo decirle en su momento:
“Yo si tengo una hija subversiva la denuncio”.
3. El efecto final de estos
procesos es la generalización de la desconfianza, dado que incluso dar la
impresión equivocada (de ser incluso “tímido”)
con cualquier otro podía ponernos bajo riesgo de desaparición, tortura y/o
asesinato. Nos convertimos entonces en sujetos hipervigilantes de nuestra
propia práctica y la de los demás, sin siquiera ser eso una garantía de que la
violencia no será ejercida sobre nosotros o nuestros seres queridos (para
quienes versan en la psicología, pensar en la definición de trauma).
Evidentemente esto
imposibilita la comunicación de manera genuina entre las personas, lo cual
redunda en la imposibilidad de crear en forma colectiva opciones, alternativas
e ideas de cualquier tipo, frente a la dificultad de determinar cuál será la
acción, la idea, o la manifestación de deseo que nos ponga en riesgo, llevando
a la inmovilidad y la imposibilidad de
organizarse.
El terror y la desconfianza
generalizados, no sólo en sectores específicos sino sobre toda la sociedad,
tienen un propósito reestructurador, partiendo de la destrucción de las
Organizaciones Libres del Pueblo en su axioma fundamental: la capacidad de
organizar voluntades en función de acciones colectivas autónomas de
construcción de solidaridad. El reconocimiento mutuo, el diálogo y la puesta en
común, la canalización de energías en pos de un proyecto común que afronte las
situaciones no sólo inmediatas sino la construcción de bases sólidas y
sostenibles en el tiempo de proyectos alternativos de vida en sociedad. Estas
son las acciones, las actitudes,
los pensamientos, los hábitos,
que el proceso genocida pretende arrancar de raíz.
En su reemplazo: la adopción
de la forma de ser del opresor: la
denuncia del otro, que implica en sí la denuncia de un par, previo
desconocimiento del par como tal, y su reconocimiento como un otro amenazante,
acción de autoprotección que traslada la amenaza, el peligro, hacia ese otro;
el aislamiento como forma de pervivencia; la puesta en común con otros no solo
en palabras sino en acciones es puesto en el altar de los elementos peligrosos
que nos arrojan (inconscientemente) al terror y a la muerte. Estas son algunas
manifestaciones de cómo los condicionantes de esta etapa histórica son
incorporados por quienes la atravesaron, para conformar modos de ser, pensar,
estar, hacer, que luego trasladarán a otros ámbitos de su vida y a otros
contextos.
III. 1983-2001: Política
democrática, Políticos profesionales, Política
liberal
La política derrotada y la derrota política dan pie a la consumación
del proceso genocida, es decir a la adopción por parte del oprimido de la
identidad del opresor. La imposibilidad de conformar organizaciones autónomas
(contracara de las instituciones) que problematicen la propia realidad, la
injusticia social y la conformación de contrapoderes, dejan a las personas
subsumidas en la individualidad profunda. No una individualidad autónoma,
deseable, en la que las personas, en su singularidad, logran trabajar su
subjetividad en pos de construirse un camino, sino un individualismo liberal,
que se vincula con un poder cada vez más abstracto en forma unívoca, directa,
sin mediaciones.
La política de la recuperación
democrática es una política liberal, que no reconoce organizaciones que
podríamos denominar “intermedias” a fines gráficos, las Organizaciones Libres
del Pueblo, sino que la participación política está disminuida, limitada al
campo electoral. Esa es la única participación que al conjunto de esa
entelequia “ciudadanía” se le habilita, en tanto toda otra participación
política es vista como lindante con la posibilidad de la restauración del
terror y la muerte.[1]
La contracara de esta política
democrática liberal es la conformación definitiva de una porción específica de
la ciudadanía que se especializa en los asuntos políticos, y que a través de
los partidos buscaría la conducción del gobierno y el Estado: “los políticos”,
la política profesional. Si bien con
distinta tonalidad ideológica, si hacemos silencio y leemos el diario del lunes
podemos escuchar los cantos del “que se
vayan todos” y las acusaciones a los gritos a “la casta, la casta”. Nuevamente, estas dos caras de una misma
moneda forman parte de un proceso razonable, en la medida en que suceden dos
cosas:
1.
La delimitación de una
capa de la sociedad cuyo rol es “ocuparse” de los asuntos de la sociedad en
general, del Estado y de la Nación: la política profesional. En la medida en
que los “asuntos sociales” no se resuelven, sino que, al contrario, parecen
empeorar, un descontento material comienza a acumularse, y tiene un nuevo balde
en el que ser descargado, los aparentes responsables de tal situación.
2. La mencionada ausencia o
debilidad de las Organizaciones Libres del Pueblo y las instituciones arrojan
al individuo a una anomia profunda. No se trata únicamente de la falta de
asignación de rol por parte de la sociedad y las instituciones, sino de la imposibilidad
de que los sujetos construyan o encuentren su propio rol, la imposibilidad de
reconocerse en el fruto de su propio trabajo, que no es otra cosa que lo que se
conoce como alienación.
La existencia de un sujeto
donde expiar (los políticos) y la imposibilidad de accionar (más allá del
voto), tienen un origen directo en el terror y en la desarticulación de las
instituciones sociales y organizaciones (efecto indirecto a su vez del terror y
directo de la violencia genocida).
Esto deja a los individuos
huérfanos de lugares colectivos donde trabajar, a la vez que configura la
posibilidad de la queja. No trabajar en un sentido de empleo con remuneración
sino en un sentido de hacer (con otros) algo con lo que se hizo de sí.
En definitiva, esta política
profesional y liberal no puede sino concebir a la Nación o la sociedad
argentina más que como un conjunto de individuos agrupados, mayormente
vinculados a través del mercado. Así, y con el empujón de los organismos
internacionales como el Banco Mundial, esta política se traduce también en políticas sectoriales, que parcelan al
pueblo no sólo desde su origen, desde su interpretación de esa realidad, sino
también en la realidad concreta, como subproducto de dichas políticas, a partir
de su implementación. En particular, esto se ve sobre determinado por el
principal resultado de la etapa anterior: la derrota de los sectores sociales
que en su organización proponían contrapesos[2]
serios y con la posibilidad de orientar la organización social en su
conjunto. La política sectorializada deriva en política fragmentada y segmentada.
IV. 2001: “que se vayan
todos…”
Si durante 18 años de
proscripción el clamor popular era por el retorno de Perón, en definitiva, el
único que podía (algo), el estruendo multitudinario del que se vayan todos, que no quede
ni uno solo (¿ni Perón?) de 2001 es el subproducto de un cúmulo de
deficiencias estructurales que en su faceta política fueron expresadas en los
apartados anteriores. Se trata del momento de condensación negativa por
antonomasia.
Las medidas neoliberales
posibilitadas por una débil resistencia popular y la acumulación de poder
político y económico por parte de los sectores crecientemente concentrados y
financiarizados del capital, dieron pie a una creciente desocupación y pobreza,
en un marco general de precarización laboral y de vida en diversos aspectos
clave para el desarrollo individual y colectivo como son los servicios públicos
en sentido amplio.
La conjugación de esta
situación con la creciente agregación popular en protestas fragmentadas y
definitivamente sin un horizonte político claro en términos de conformarse como
alternativa de poder y de gobierno, dan lugar a la caída del gobierno de la
Alianza en diciembre de 2001, en el marco del descreimiento generalizado del
Estado y la política.
2002-2015: La política
“recuperada”, la Política identitaria, la
Política cultural… ¿Y el Otro?
Cada espacio, cada sector,
inevitablemente, por la particularidad de su situación material, y por la
imposibilidad política de vincularse con el otro, cristaliza identidades parciales. Esto, sumado al acceso al poder
del peronismo en particular en 2003, de
Néstor Kirchner, pero incluso ya con Duhalde, en un contexto social y político
en el que el mensaje unificado era que la situación no daba para más, da por
resultado una dinámica particular: la política fragmentada da lugar a la política identitaria, a lo que se suma
un contexto económico favorable para garantizar una distribución material del
ingreso que facilitara la identificación unitaria con un sector del peronismo
en el poder.
Los procesos que la conducción
política de la sociedad ejecuta hacia afuera, y que fueron señalados en los
apartados anteriores, también los hace hacia adentro. Esta dinámica está
signada por el diálogo y reconocimiento hacia todos los sectores, la suma de
voluntades. Aquí está el origen del famoso juego de la aritmética electoral politicista, mediante la cual las elecciones,
centro de la disputa de la corporación política se busca resolver cada vez más
a partir de la suma de pequeñas voluntades sin una verdadera articulación, sin
una verdadera necesidad de trabajo conjunto o construcción de proyecto de país
común.
Cada fracción con su
identidad, y la política identitaria deriva en política cultural, donde la reafirmación de la propia identidad y
formas de ver el mundo, ya ni siquiera en su contenido ideológico sino en sus
gestos y su performática simbólica son vistas como el fin último a defender.
Las acciones políticas se encuentran dirigidas por la posibilidad de acumular
fuerzas hacia adentro para llegar
mejor posicionado a ese juego aritmético electoralista. En el mejor de los
casos, los frentes o agrupaciones de pequeños sectores “toleran” la existencia
de otros sectores, y logran “coexistir”.
Pero esta metodología política
encierra una trampa mortal. Siguiendo a Zizek podemos decir que la tolerancia
al otro, lejos de ser un sentimiento que refuerce la unidad, es un concepto que
refuerza la distinción:
“Tolerancia. Me
opongo a esta noción, pienso que es una pseudo-noción. Por supuesto, la
inmediata reacción de los bienintencionados liberales es “¿Cómo podés estar a
favor de la intolerancia a los extranjeros? ¿Cómo podés estar con el
antifeminismo, la homofobia, etc.?”. Pero, esta es la trampa: por supuesto no
estoy a favor de la intolerancia hacia los extranjeros, el antifeminismo, etc.
A lo que sí me opongo es a la percepción, que es, hoy, más o menos automática,
del racismo como un problema de tolerancia. Hagan un simple experimento, yo lo
hice. Vayan a la web, y fíjense en los discursos de Martin Luther King (si hay
una gran figura de lucha antiracista, por supuesto es Martin Luther King).
Verán que la palabra “intolerancia” está prácticamente ausente ahí. Para MLK
uno no pelea contra el racismo con tolerancia, sino ¿con qué? Con lucha
política emancipatoria, incluso lucha armada. Entonces ¿por qué tantos
problemas hoy son percibidos como problemas de intolerancia, antes que como
problemas de inequidad, explotación, injusticia? El racismo es un problema,
pero percibir al racismo como problema de tolerancia no es automático. En este
inocente cambio de perspectiva, está la ideología. La forma en que percibimos
un problema puede ser en sí mismo parte del problema, puede mistificarlo en
lugar de habilitarnos a resolverlo. No sólo hay respuestas incorrectas, también
hay preguntas incorrectas. Estas preguntas equivocadas son lo que llamamos
ideología.”[3]
En una entrevista, el autor
profundiza sobre cuál es el peligro o la trampa ideológica de la noción de
tolerancia:
“Tolerancia es un término muy ambiguo. Bastante seguido,
´tolerancia´ incluso puede funcionar como su propio opuesto, ¿en qué sentido?
Mirá, si tomás a un americano de clase media alta típico, me gustaría ponerlo,
lo vi, al lado de una persona afroamericana o blanca de clase baja… seguro
estaría horrorizado con los chistes sucios, la vulgaridad, etc. Serían bastante
intolerantes hacia ellos. Entonces, para mí, siempre hay, en la tolerancia,
algo de “mantengamos al otro, en tanto me perturba, a una distancia apropiada, no los permitas venirse muy cerca mío.”
Tolerancia suele significar intolerancia al Otro. Aceptan al otro, en la medida
en que es un otro purificado.”[4]
Con mayores niveles de
densidad teórica, pero aun así muy claramente, una versión más profunda de este
análisis existe en su libro “En defensa de la intolerancia”. En
el capítulo “La tolerancia represiva del multiculturalismo” se explaya en la
ideología oximorónica de la “tolerancia”, en este caso particular pensada a
nivel global en el multiculturalismo y su vínculo con el capitalismo
transnacional (yo lo tomo para pensar los problemas de la política cultural en
Argentina):
“La forma ideológica ideal de este capitalismo global es el
multiculturalismo: esa actitud que, desde una hueca posición global, trata
todas y cada una de las culturas locales de la manera en que el colonizador suele
tratar a sus colonizados: "autóctonos" cuyas costumbres hay que
conocer y "respetar". La relación entre el viejo colonialismo
imperialista y la actual auto-colonización del capitalismo global es
exactamente la misma que la que existe entre el imperialismo cultural
occidental y el muIticuIturalismo. Al igual que el capitalismo global supone la
paradoja de la colonización sin Estado-Nación colonizador, el multiculturalismo
promueve la eurocéntrica distancia y/o respeto hacia las culturas locales
no-europeas. Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida,
auto-referencial de racismo, un "racismo que mantiene las
distancias": "respeta" la
identidad del Otro, lo concibe como una comunidad "auténtica" y
cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene
una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal.” (p. 56)
“Se concluye, por tanto, que el problema del imperante
multiculturalismo radica en que proporciona la forma (la coexistencia híbrida
de distintos mundos de vida cultural) que su contrario (la contundente
presencia del capitalismo en cuanto sistema mundial global) asume para
manifestarse: el multiculturalismo es la demostración de la homogeneización sin
precedentes del mundo actual. Puesto que el horizonte de la imaginación social
ya no permite cultivar la idea de una futura superación del capitalismo -ya que,
por así decir, todos aceptamos tácitamente que el capitalismo está aquí para
quedarse-, es como si la energía crítica
hubiese encontrado una válvula de escape sustitutoria, un exutorio, en la
lucha por las diferencias culturales, una lucha que deja intacta la
homogeneidad de base del sistema capitalista mundial. El precio que acarrea
esta despolitización de la economía es que la
esfera misma de la política, en cierto modo, se despolitiza: la verdadera lucha
política se transforma en una batalla cultural por el reconocimiento de las
identidades marginales y por la tolerancia con las diferencias.” (p. 59)[5]
Esta segunda cita refiere a
una cercanía con el otro que implica el conocimiento de un costado “oscuro”, no
del todo deseable. Respetar a las otras culturas se hace difícil cuando de
golpe tenemos que tolerar su violencia machista, etc. Pero esto puede también
darse vuelta, en el marco de una acción política pero también psicológica
consciente. En lugar de partir de un “respeto” que vela algo que en realidad
“no respetamos”, la imagen debe ser la opuesta: “detrás” de algo que en
principio rechazamos, podríamos generar un vínculo con el otro, no de respeto a
distancia, sino de otra cosa. Conocer al otro en su complejidad, en su
singularidad, también puede ser una puerta de acceso a entender aquello con lo
que sí podemos trabajar en conjunto. Esto es lo que vetó el proceso genocida a
través del terror y la desconfianza generalizada, un vínculo profundo con el
otro.
Este es el problema en
relación a la cuestión de “las minorías” y la política identitaria. Presuponer que el
fin último de la acción política es la defensa de identidades diferentes da por
supuesto que se trata efectivamente de identidades esencialmente diferentes, de
otros
en sí mismos, desprovistos de complejidad y cerrados en sí mismos,
perfectamente coherentes, que no guardan ninguna relación entre sí ni con mi
identidad, y tampoco portan la posibilidad de cambio. La máxima aspiración
política pasa a ser el respeto (a distancia, recordemos) de las minorías y la
defensa de sus derechos. La trampa aquí es que no se genera ninguna
vinculación, ninguna proximidad, ningún acercamiento genuino, y por sobre todo,
la acción política conjunta: la
organización.
Pero volvamos a lo concreto. El período
2002-2015 es un período complejo en el que se vive la cresta de una ola
ascendente e inmediatamente luego el comienzo de un descenso estrepitoso.
La ausencia de un proyecto de
desarrollo que descansaba políticamente en la redistribución del ingreso tuvo
sus primeros choques contra la pared en los años 2008/2009, cuando ya se hacía
evidente que, con el rumbo adoptado, la sábana se empezaría a acortar. A medida
que esto sucede, la posibilidad de “contentar” y “contener” a los pequeños
otros comienza a disiparse, y comienzan a visibilizarse los costados más
tremendos de la política liberal
identitaria: la proliferación de traidores (nooo pasa naaadaaaa…), y el
reflote de la cultura de la delación.
El crecimiento hacia adentro y
hacia arriba de las organizaciones, que luego se sientan en mesas de
negociación en supuestos actos de unidad (recordemos el rol de los políticos
profesionales), comenzó a sufrir los efectos de la debilidad de sus fundamentos,
y la fragmentación, que permanecía oculta bajo esta táctica, quedó al
descubierto. Las distintas OLP, los distintos sectores, como se los quiera
llamar, comenzaron a mirar nuevamente hacia adentro y comenzaron a preocuparse
por su propio crecimiento, evaluándolo como un juego de suma cero en relación
al crecimiento de los demás, a lo que se sumó un proceso de verticalismo feroz
que expulsaba a quien no acatara lo comandado: grave error estratégico.
Esta es la causa de aquello
que se observa desde aproximadamente el año 2012, fecha señalada en forma
relativamente arbitraria como inicio del declive del “post-neoliberalismo” en
Argentina: el aparente repliegue
defensivo. Poco a poco pareciera que se fueron
corriendo los límites de lo decible, lo pensable, lo actuable, y poco a poco la
“recuperación” de la política se transformó en un descontento generalizado,
cuya punta de iceberg fue el triunfo de Mauricio Macri en 2015. Este momento no
es de inicio sino de profundización de una carrera que se había iniciado años
antes, y que, hipótesis de este escrito, tiene sus raíces mucho, mucho antes:
la carrera por ver quién tiene el medidor de aceite más efectivo, así como la
insania total de pedir carnets identitarios en toda
conversación:
Que qué pensás de esto, de aquello, de lo que dijo tal, que si sos
peronista o antiperonista, si sos peronista si sos de derecha o de izquierda
pero peronismo de izquierda no hay, sos un infiltrado, que si sos feminista,
pro-aborto, que si no sos alguna de esas sos de derecha, neoliberal, violador,
traidor, y vendepatria. Opiná, opiná, opiná, pero si opinás mal, sonaste. Si X,
que es mi referente, mi líder, mi jefe/a, tiene razón, entonces si opinás distinto, estás enfrente. Ah, y ni hablar que todo lo que se hizo en 2003-2015
estuvo no sólo bien, estuvo inmejorable. Eso sí, hay cosas que mejorar, pero si
proponés alguna mejora estás queriendo decir que algo estuvo mal, y entonces le
hacés el juego a la derecha.
Ah… pero 2019… 2019 resulta
que en el FDT estamos todos… los que somos distintos, también, por supuesto…
porque nos… toleramos.
V. 2023-… Y ahora, ¿qué?
Pero volvamos al principio,
porque si leíste hasta acá, lo más probable es que te llame la atención que se
haya hecho poca mención a rumbos, políticas, medidas, macroeconomía, contexto
internacional, etc. Evidentemente, encontrar un rumbo de país, un proyecto
nacional de desarrollo, es algo de lo que parece haberse acordado nuevamente
nuestra dirigencia política. Pero como muchas cosas, en ésta, el medio es el
mensaje, el cómo es el qué, la forma es el contenido.
Esa evidencia, la necesidad
del tan mentado proyecto, programa o plan, que, aclaro, no creo que sea
desacertada, tiene dos piedras en el camino que deberán ser resueltas antes:
una, la mencionada al comienzo respecto a su lejanía conceptual, su abstracción
distanciadora que puede devolvernos inmediatamente a la inacción. La otra es
que inmediatamente la discusión parece ser sobre el contenido, y en particular
el contenido ideológico, identitario, cultural, de dicho proyecto, y no del cómo ni con quién.
Te despertás en la mañana, la pintura se está
descascarando, tus cortinas no están y el agua está hirviendo, ¿de qué problema
te ocupás primero? ¡Ninguno, el edificio está en llamas!
Que la situación internacional
da cuenta de una dificultad por parte de los Estados-Nación de organizar los
procesos económicos internos, dada la superestructuralidad adquirida por parte
del capital, su financiarización y su hipermovilidad, es algo que es sabido.
Que en ese contexto, cada vez
más será de interés la profundización de modelos extractivistas de materias
primas crecientemente escasas, por su ausencia o aplicabilidades nuevas que se
descubren con el creciente desarrollo tecnológico, y que esto impacta en
nuestra región y en Argentina en particular a través de la tríada alimentos-petróleo
y gas-litio, también es una evidencia.
Que nuestro sistema productivo
se encuentra subdesarrollado y que nuestro Pueblo se encuentra sumido en la
pobreza, una informalidad y una precariedad que no hace más que desestabilizar
nuestra vida en múltiples aspectos, profundizando el sufrimiento frente a una
situación que no parece encontrar posibilidad de revertirse, es una triste
evidencia.
Que nuestro Estado es un
Estado debilitado, incapaz de hacer frente no sólo a las demandas sociales
agudizadas cada vez más, sino también a la posibilidad de sostener, acompañar y
ni hablemos de impulsar un proyecto de desarrollo que permita sustentar una
organización de la vida en sociedad que haga incluso innecesaria la ayuda
social, es otra evidencia más.
Pero si pensamos que esas
incapacidades son el subproducto de una falta de proyecto en el sentido de una
falta de ideas y nada más, estaremos equivocados. No podemos seguir esperando a
que a una persona o sector u organización se le ocurran soluciones mágicas, que
mostrará al resto y este resto se acoplará. Es necesario un cambio de
perspectiva, e ir más allá a preguntarnos, ¿cómo o de dónde podrían surgir esas
ideas? Y ahí el condicionante mayor parece ser la fragmentación del movimiento
popular, que tiene cuadros dispersos y desperdigados tanto en el mundo académico,
como en la política, en el Estado, en los sindicatos, los movimientos sociales
y la Economía Popular, y más sueltos aún en la ciudadanía, vagando como
individuos solitarios presas de la ansiedad, la apatía, la desilusión y la
impotencia. Dispersión que además se replica a nivel organizacional cuando uno
mira el mapa de Organizaciones Libres del Pueblo, que en esta dinámica de pedir
carnet identitario previo a tener cualquier conversación expulsan a personas de
otra manera sobre capacitadas para desarrollar trabajo, ideas y propuestas.
Las ideas y los proyectos no
son un presupuesto para la unidad, la
unidad es un presupuesto para la conformación de proyectos. Es imposible
esperar estar de acuerdo en todas o incluso muchas de las discusiones (sobre
todo cuando muchas son bastante pelotudas), aún sobre el contenido del
proyecto, previo a comenzar a caminar un camino conjunto, en el transcurso del
cual las ideas podrán surgir en ese trabajo-con-el-otro.
Solos
vamos más rápido, pero juntos llegamos más lejos
En este sentido las
Organizaciones Libres del Pueblo no pueden seguir construyendo de acuerdo a
esquemas de crecimiento hacia adentro para abajo y acuerdo desde arriba y hacia afuera. Esto
principalmente porque nuestro techo no puede llegar más alto que el techo de
quien tenemos al lado. A la vez y paradójicamente, esperamos siempre que el
otro nos salve, que el de al lado nos ayude, sin pensar cómo ayudar nosotros al
de al lado. Y cada vez pensamos que el problema lo tiene el otro, que no puede
ayudarnos, y que sin su ayuda no podemos.
Y así vamos a la unidad
agregativa superior esperando respuestas,
en lugar de tomar la iniciativa de llevar
propuestas y ponerlas en diálogo abierto con otras. Porque en el
momento en que tenemos una
propuesta, por ser concebida en soledad, nos convencemos primero de que es la
mejor, la única válida, y por ende la única que merece conducir al resto. Y si
alguien dice lo contrario, ese es un traidor, un otro radical que hay que
combatir, que obstaculiza nuestra llegada a la punta de la pirámide.
Hoy vemos que la solidaridad,
en esta cultura política, siempre es con el propio, con el yo extendido a los
míos, no con el otro. Con el rancho ajeno no me meto, no construyo, nos vemos
en la mesa de negociación. Es necesario recuperar y contraponer algo más
genuino.
La cultura de la delación nos
obliga a definir, dado el complejo del converso. Estamos obligados a opinar y a
profundizar siempre en la definición identitaria o postura tomada
originalmente. Esta tensión se refleja en la idea de que “todo cuando entra en la conversación política rápidamente se torna
blanco o negro”. Esto evidentemente es problemático, puesto que nos impide
reconocer lo que el otro ha hecho correctamente, y lo que nosotros hemos hecho
incorrectamente, impidiendo progresar en miradas cada vez más complejas y
ricas, y posiblemente, exitosas.
Sin embargo, el transcurrir
propio del tiempo y las cosas abre puertas nuevas, que deben ser atravesadas.
Es la hipótesis que retoma este escrito que las marcas que deja el genocidio
sobre los cuerpos de las víctimas directas se expandió a todo el cuerpo social,
transformando los modos de ser, pensar y hacer por el cual los argentinos se
movieron todo este período, incluyendo (en realidad, sobre todo) su forma de
ser, pensar y hacer política. Verdaderas taras y trabas mentales que han
impedido la reconstrucción de un movimiento popular fuerte y asertivo, y que lo
han dejado fragmentado e imposibilitado de construir colectivamente.
Con el correr del tiempo, la
incorporación de nuevas generaciones al trabajo en sentido amplio, a la
militancia, y a la militancia política en particular, sientan las bases para
una nueva transformación. Pero siempre hay trampas. Pensar que el “recambio generacional”
se dará de manera primero natural, y segundo pacífica, sin reediciones de lo
traumático, es un error. Indefectiblemente se generarán choques entre personas
que no cargan con una mochila que sí cargan las generaciones anteriores, y que
a su vez cargan con otras, herencias de desesperanza y apatía autoprotectiva
para no sufrir una realidad que, vista de lleno, es intolerable para la
mayoría, y más aún cuando el propio trabajo parece conducir nuestro proceso
vital, y no a la inversa. Un elemento de esto que señalo queda en evidencia en
cierto respeto renovado en generaciones más jóvenes hacia quienes militaron e
incluso combatieron físicamente y en su faceta armada y clandestina. Por
supuesto que esto puede ser torpe, debe ser guiado, debe pasar su etapa de
juego inocente.
Esta nueva dinámica genera un
choque psíquico con una generación anterior, que sí vivió ese proceso y lo
asocia inevitablemente al terror y la muerte, y que por tanto tiene vedado el
acceso a esa discusión, porque toda memoria de ese proceso deriva
inevitablemente en la reedición del terror. La condensación de este fenómeno se
dio en un episodio tragicómico del Método Rebord con Vaca Narvaja, cuyo avance[6]
de un minuto recortado suscitó la reacción feroz de medios de
comunicación sobre la manifestación absoluta del retorno de lo
terrorífico. Tanto de derecha[7]
como “progresista”[8].
Por supuesto, dado el target del
programa (Generación joven), esto no recibió respuesta más que la risa, dada la
lógica comprensión de que la reacción era una tontería, pues hablar de las
cosas no implica invocarlas en sus efectos corporales, y que es posible una
relectura de eventos históricos desde una mirada que los complejiza.
Es necesario desarrollar
nuevos esquemas de construcción en los que, no solamente tengan preponderancia
las nuevas generaciones, sino que a partir del trabajo conjunto puedan intentar
sanarse las heridas psíquicas, no sólo producidas en el pasado, sino también
reeditadas permanentemente al enfrentarnos con la desolación, la desesperanza y
la desilusión.
Las Organizaciones Libres del
Pueblo deberán caminar una senda de crecimiento hacia los costados, donde los
acuerdos generados por arriba pierdan peso específico frente a la prepotencia
de trabajo articulado de quienes día a día ponen el cuerpo y dejan la vida por
transformar la realidad en una más justa, incluso cuando hoy ni se conozcan.
Ese trabajo deberá pelear por su reconocimiento, no sólo por parte de otros
sino primero por parte de nosotros mismos, para reconocernos en ese fruto y no
desesperanzarnos cuando no redunda en los grandes cambios que seguirán siendo
el horizonte. La convicción es que la propia articulación de trabajos por sí
solos insuficientes alcanzará para lograr ese proceso, y visualizar como el
camino a seguir esa unidad, ese trabajo mancomunado, a pesar incluso de las
diferencias identitarias. Dejemos de pedirnos carnets entre nosotros, y quizá
en reconocer el valor del trabajo del otro podamos reconocer la potencia del
trabajo unificado…
L.O.M.J.E.
A.V.O.M.P.L.A.
H.A.G.O.V.
[1] Esta
interpretación del “sentido común político” que en principio o en superficie
pareciera poder acomodarse o contar con el acuerdo de muchos o casi todos, al
menos de este lado del espectro político, implica una diferencia sustancial,
cualitativa, de perspectiva: la no-participación, la adopción de una forma de
hacer política liberal en la ciudadanía en general, en su intensidad, en su
forma y en su contenido, es el resultado de un proceso “lógico”, en el sentido
de que tiene una razón fuerte de ser: la autoprotección frente al poder de
muerte y al terror genocida, anidado en la mente de todas las generaciones que
experimentaron los procesos del apartado anterior (1974-1983).
[2] Utilizo
la noción “contrapeso” porque tener o ejercer poder no equivale necesariamente
a la existencia de un proyecto o propuestas de modelos contrapuestos a los
preexistentes, aunque, y esto no es menor, sóolo allí pueden surgir dichos
proyectos.
[3] Conferencia
brindada en el Institute for Human Sciences, Boston University, el 26 de
noviembre de 2007. Disponible en:
https://youtu.be/K5WNcRoCXCM?si=eczxhHiHPzWfjBim
[4] Slavoj
Žižek on Political Correctness: Why “Tolerance” Is Patronizing | Big Think.
Disponible en: https://youtu.be/IISMr5OMceg?si=UBVuXHU0h5h3N5th
[5] Žižek, S. (2008): En defensa de la
intolerancia. Ediciones Sequitur, Madrid.
[6]
Disponible en:
https://www.instagram.com/reel/CgnNRhOgppf/?utm_source=ig_web_copy_link&igshid=MzRlODBiN
WFlZA%3D%3D
[7] Disponible
en: https://youtu.be/7icTaBGoYEs?si=UkzfTSTIDcXgt8je
[8] Disponible
en: https://youtu.be/k2qjbbLCEfw?si=mNbsMsCKtUJwl1W_