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05/02/150

 22/12/2023   1527

“Cuando íbamos al velatorio, me decían que papá era igual a San

Martín porque había luchado como él, y que teníamos que hacerle

una estatua… Claro que haremos una estatua con papá, con todos

los tíos y las tías que han ido cayendo por luchar, por querer ser

libres, por querer construir un mundo que no se base en el odio y la

persecución, sino en el amor. A todos los que dejaron de lado

posibilidad individual de tener su cotidiana felicidad, paz y alegría

junto a sus padres y hermanos, junto a sus esposas y a sus hijos,

por entender que su vida era menos importante que la del obrero,

del estudiante, del campesino, del compañero perseguido,

hambreado, torturado, muerto. Por esa entereza, que lejos de ser

indiferencia, era la gran calidad humana, por su claridad y firmeza,

es que solo mamá conoce las lágrimas de papá.”

Fragmento de la carta de Alicia Bonet a sus hijos, pocos meses

después de la masacre de Trelew, 1972

I. ¿Para qué? Algunas coordenadas

Las elecciones presidenciales arrojaron un baldazo de agua fría sobre el estado actual de la sociedad argentina en materia de ejercicio y representatividad política, sobre nuestra identidad, y también sobre la posibilidad de continuar existiendo como Nación.

Un elemento puesto en discusión estos meses fue la memoria sobre el genocidio cometido contra el pueblo argentino, que comenzó en los años 1973/1974, y que, según cómo elijamos definirlo, se perpetua cada vez que se niega (este elemento es, además, uno de los que lo definen como delito de lesa humanidad). En el debate presidencial, la figura de los 30.000 compañeros desaparecidos fue puesta en tela de juicio por Javier Milei, quien eligió retomar la cifra de 8.753 de la CONADEP y la teoría de los dos demonios, que apaña y reivindica a los perpetradores bajo la figura de la “guerra” y los “excesos”.

El siguiente texto parte de este punto, de esos segundos de televisión abierta sobre la discusión en torno a los desaparecidos, pero podría leerse como una propuesta sobre metodología política. Esto parte del análisis de que, en los momentos que corren, nuestra praxis debe anteponer la forma al contenido. No hay ideología sin metodología política porque el medio es también el mensaje y porque no existe ver luz al final del túnel si no podemos ver dónde pisan nuestros pies.

Por otro lado, esta propuesta metodológica incluye al menos dos ámbitos de aplicación y dos niveles de análisis. El primer ámbito es el de la subjetividad individual, el del quehacer cotidiano del militante político. Y el segundo es el de la direccionalidad que debieran tomar las instancias colectivas, las Organizaciones Libres del Pueblo (OLP), en el marco de acción que les toca para torcer el rumbo de la realidad. En ambos casos, la pregunta tiene que ver con el sentido de la acción política, y a la pérdida del mismo a la que nos enfrentamos actualmente.

Cuando nuestras acciones no rinden frutos (”lo que hago no alcanza”), tendemos entonces a realizar acciones esperando el resultado máximo (”hay que cambiarlo todo”), la máxima satisfacción, y, al no lograrlo, nuestras acciones, en la impotencia, pierden sentido (“para qué, si total…”). Tendemos entonces a ambicionar que mágicamente la situación reporte inmediatamente el beneficio buscado, y, al no lograrlo, nuestro deseo, en su irrealización, pierde sentido (”ojalá el mundo fuera diferente”, “para qué pensar en eso, si total…”). Buscamos entonces en otros la respuesta que nuestra acción y nuestro deseo no parecen alcanzar, y, en la imposibilidad de torcer la voluntad de otros, perdemos el sentido del vínculo (”Son unos traidores/inútiles/vagos. Hacélos mierda, Cristina/Milei/el-que-te-guste”).

Nos quedamos en la desensibilización apática, que nos protege emocionalmente frente a la dificultad de asumir la propia impotencia, o nos amuchamos en la queja hacia los otros, que por no ejercer por sí mismos nuestra voluntad interna, pasan a ser los traidores sin causa, que solo entorpecen en el camino hacia donde debería ir la cosa. O, quizá, nos contentamos con “hacer lo que podemos” porque el mundo no deja expresar todo nuestro potencial, pero no habría mucho qué hacer para cambiar ese estado de situación.

Por otra parte, nuestros espacios colectivos, las Organizaciones Libres del Pueblo, sufren de una debilidad y fragmentación que se retroalimentan mutuamente, proceso disparado por una derrota histórica en la que, definitivamente, no nos han vencido, pero de la cual tampoco logramos recuperarnos. Además, este círculo vicioso está catalizado por una imposibilidad no sólo colectiva, no sólo por correlaciones de fuerza (que serían externas a los individuos), sino por las propias trabas mentales arriba señaladas, formas de ser, hacer y pensar aprendidas que eventualmente dejan de depender del contexto y pasamos a llevarlas con nosotros a nuevos escenarios. Éstas ubican a las personas, a los individuos, como pináculo máximo de la esencia y la univocidad. La coherencia esperada y sobre todo demandada a los individuos es la contracara de la traición que ejercen cuando dicen algo con lo que no estoy de acuerdo.

En cuanto a los niveles de análisis, que cruzan los ámbitos tanto de la subjetividad individual como de las OLP, el primero de ellos es el de diagnóstico. Las cosas no suceden por arte de magia. El contexto y las herramientas que tenemos para transformar la realidad se encuentran históricamente determinadas por eventos del pasado o de otros espacios geográficos que escapan relativamente a nuestro control. Y el segundo nivel, finalmente, es el de la propuesta propiamente dicha, la pregunta por el “¿Qué hacer?”, buscando transfigurarla en “¿Cómo hacer?”. Hoy, esta pregunta está absolutamente cruzada por la inmediatez del año electoral, y esto es algo que cada dos años parece suceder. Craso error. La propuesta es pensar con otro enfoque, de lo general a lo particular, entendiendo que incluso las respuestas que nos urgen en el presente inmediato, también podrán encontrarse cuando, paradójicamente, podamos alejar la mirada de aquí y nos sepamos proyectados por nuestro pasado y proyectores de nuestro futuro.

La síntesis de este enmarañamiento y, a la vez, su salida, sería la siguiente:

la imposibilidad de visualizar un camino nos impide empezar a transitarlo, a la vez que un nuevo camino solo puede visualizarse a medida que se transita

 

Una última aclaración se vuelve necesaria. Este texto parte de un hecho histórico puntual, las prácticas sociales genocidas que reestructuraron regresivamente a la sociedad argentina, tras un largo aliento comenzado en 1955 con los bombardeos a la Plaza de Mayo. A mi entender, estos hechos tienen un peso específico en la configuración particular de la subjetividad política argentina actual, permitiendo así tomar una de las puntas de un ovillo para desandar ese camino en la construcción de un proyecto nacional para una patria más justa, libre, y soberana. Ahora bien, esto no quiere decir que sea el único suceso histórico con peso a la hora de pensar nuestra praxis política. Más hacia atrás, el surgimiento de las organizaciones sindicales en Argentina a fines de siglo XIX y principios de siglo XX, así como el surgimiento del peronismo como identidad política en los años 40 son experiencias de las que podemos aprender para pensar cómo complementar la metodología política aquí propuesta. Por otra parte, para entender y desandar el camino de nuestra subjetividad política actual, también debemos mirar fenómenos internacionales como son la crisis global de los años 70 y la implantación del neoliberalismo como forma específica que adopta el capitalismo internacional a partir de esas décadas. Y, finalmente, resta por incorporar al análisis dos fenómenos de vital importancia para comprender cómo estamos y hacia dónde ir: el desarrollo fenomenal en las últimas décadas de las tecnologías de la información y la comunicación, por un lado, y la pandemia de COVID-19, cuyos efectos oscilan entre ser perfectamente evidentes, y, quizá por ello mismo, difícil de volverlos conscientes.

 

II. 1974-1983: Política derrotada

Son los años que condensan la derrota política, que da lugar a la política derrotada. Política que era fuente de organización social, de solidaridad, de constitución de proyecto colectivo. Derrotada por un proceso genocida que se valió del terror y su irradiación, su implantación en cada espacio, en cada lugar de trabajo, en cada organización, en cada barrio, en cada edificio, en cada casa, en cada familia y en cada cabeza (formas de ser, hacer y pensar).

Para Daniel Feierstein, el terror opera por la vía de tres mecanismos en su objetivo de lograr la reestructuración social:

1. la ambigüedad en la definición de la víctima,

2. la instigación a la delación, y

3. la generalización de la desconfianza.

1. En mayo de 1977, Ibérico Saint-Jean, Gobernador de facto de la Provincia de Buenos Aires entre 1976 y 1981 dijo:

“Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquéllos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”.

Resulta extremadamente difícil determinar quién sería posible víctima en el marco de un ejercicio del poder que no precisa la definición de a quiénes persigue, sino que intencionalmente nos amenaza a todos. Es importante notar, no obstante, que esto refiere al nivel discursivo, ya que en el empírico hay sobrada información sobre la extracción de quienes fueron el objetivo de la cacería militar y paramilitar del proceso genocida.

 

2. La ambigüedad en la identificación genera automáticamente la transición al segundo elemento, ya que una forma de no ser visto como potencial víctima de la tortura, la desaparición y la muerte, es denunciar a otro. Alternativamente, el desaliento a los seres queridos a la participación en cualquier actividad que pudiera ponerlo bajo la lupa era una salida posible (a veces incluso desde el afecto y el cuidado) ante el riesgo de perderlos.

En definitiva, el peligro y el terror ya no eran solamente originados en y por los perpetradores directos del genocidio, sino que podía provenir de cualquier dirección, incluso un ser querido. La abuela de quien les escribe, por ejemplo, que tenía la malsana costumbre de leer las cartas que llegaran dirigidas a su hija, al momento estudiante de Psicología de 20 y pico, con bibliotecas cargadas de peligro, supo decirle en su momento:

“Yo si tengo una hija subversiva la denuncio”.

3. El efecto final de estos procesos es la generalización de la desconfianza, dado que incluso dar la impresión equivocada (de ser incluso “tímido”) con cualquier otro podía ponernos bajo riesgo de desaparición, tortura y/o asesinato. Nos convertimos entonces en sujetos hipervigilantes de nuestra propia práctica y la de los demás, sin siquiera ser eso una garantía de que la violencia no será ejercida sobre nosotros o nuestros seres queridos (para quienes versan en la psicología, pensar en la definición de trauma).

Evidentemente esto imposibilita la comunicación de manera genuina entre las personas, lo cual redunda en la imposibilidad de crear en forma colectiva opciones, alternativas e ideas de cualquier tipo, frente a la dificultad de determinar cuál será la acción, la idea, o la manifestación de deseo que nos ponga en riesgo, llevando a la inmovilidad y la imposibilidad de organizarse.

El terror y la desconfianza generalizados, no sólo en sectores específicos sino sobre toda la sociedad, tienen un propósito reestructurador, partiendo de la destrucción de las Organizaciones Libres del Pueblo en su axioma fundamental: la capacidad de organizar voluntades en función de acciones colectivas autónomas de construcción de solidaridad. El reconocimiento mutuo, el diálogo y la puesta en común, la canalización de energías en pos de un proyecto común que afronte las situaciones no sólo inmediatas sino la construcción de bases sólidas y sostenibles en el tiempo de proyectos alternativos de vida en sociedad. Estas son las acciones, las actitudes, los pensamientos, los hábitos, que el proceso genocida pretende arrancar de raíz.

En su reemplazo: la adopción de la forma de ser del opresor: la denuncia del otro, que implica en sí la denuncia de un par, previo desconocimiento del par como tal, y su reconocimiento como un otro amenazante, acción de autoprotección que traslada la amenaza, el peligro, hacia ese otro; el aislamiento como forma de pervivencia; la puesta en común con otros no solo en palabras sino en acciones es puesto en el altar de los elementos peligrosos que nos arrojan (inconscientemente) al terror y a la muerte. Estas son algunas manifestaciones de cómo los condicionantes de esta etapa histórica son incorporados por quienes la atravesaron, para conformar modos de ser, pensar, estar, hacer, que luego trasladarán a otros ámbitos de su vida y a otros contextos.

 

 

III. 1983-2001: Política democrática, Políticos profesionales, Política liberal

La política derrotada y la derrota política dan pie a la consumación del proceso genocida, es decir a la adopción por parte del oprimido de la identidad del opresor. La imposibilidad de conformar organizaciones autónomas (contracara de las instituciones) que problematicen la propia realidad, la injusticia social y la conformación de contrapoderes, dejan a las personas subsumidas en la individualidad profunda. No una individualidad autónoma, deseable, en la que las personas, en su singularidad, logran trabajar su subjetividad en pos de construirse un camino, sino un individualismo liberal, que se vincula con un poder cada vez más abstracto en forma unívoca, directa, sin mediaciones.

La política de la recuperación democrática es una política liberal, que no reconoce organizaciones que podríamos denominar “intermedias” a fines gráficos, las Organizaciones Libres del Pueblo, sino que la participación política está disminuida, limitada al campo electoral. Esa es la única participación que al conjunto de esa entelequia “ciudadanía” se le habilita, en tanto toda otra participación política es vista como lindante con la posibilidad de la restauración del terror y la muerte.[1]

La contracara de esta política democrática liberal es la conformación definitiva de una porción específica de la ciudadanía que se especializa en los asuntos políticos, y que a través de los partidos buscaría la conducción del gobierno y el Estado: “los políticos”, la política profesional. Si bien con distinta tonalidad ideológica, si hacemos silencio y leemos el diario del lunes podemos escuchar los cantos del “que se vayan todos” y las acusaciones a los gritos a “la casta, la casta”. Nuevamente, estas dos caras de una misma moneda forman parte de un proceso razonable, en la medida en que suceden dos cosas:

1.    La delimitación de una capa de la sociedad cuyo rol es “ocuparse” de los asuntos de la sociedad en general, del Estado y de la Nación: la política profesional. En la medida en que los “asuntos sociales” no se resuelven, sino que, al contrario, parecen empeorar, un descontento material comienza a acumularse, y tiene un nuevo balde en el que ser descargado, los aparentes responsables de tal situación.

 

2. La mencionada ausencia o debilidad de las Organizaciones Libres del Pueblo y las instituciones arrojan al individuo a una anomia profunda. No se trata únicamente de la falta de asignación de rol por parte de la sociedad y las instituciones, sino de la imposibilidad de que los sujetos construyan o encuentren su propio rol, la imposibilidad de reconocerse en el fruto de su propio trabajo, que no es otra cosa que lo que se conoce como alienación.

 

La existencia de un sujeto donde expiar (los políticos) y la imposibilidad de accionar (más allá del voto), tienen un origen directo en el terror y en la desarticulación de las instituciones sociales y organizaciones (efecto indirecto a su vez del terror y directo de la violencia genocida).

 

Esto deja a los individuos huérfanos de lugares colectivos donde trabajar, a la vez que configura la posibilidad de la queja. No trabajar en un sentido de empleo con remuneración sino en un sentido de hacer (con otros) algo con lo que se hizo de sí.

En definitiva, esta política profesional y liberal no puede sino concebir a la Nación o la sociedad argentina más que como un conjunto de individuos agrupados, mayormente vinculados a través del mercado. Así, y con el empujón de los organismos internacionales como el Banco Mundial, esta política se traduce también en políticas sectoriales, que parcelan al pueblo no sólo desde su origen, desde su interpretación de esa realidad, sino también en la realidad concreta, como subproducto de dichas políticas, a partir de su implementación. En particular, esto se ve sobre determinado por el principal resultado de la etapa anterior: la derrota de los sectores sociales que en su organización proponían contrapesos[2] serios y con la posibilidad de orientar la organización social en su conjunto. La política sectorializada deriva en política fragmentada y segmentada.

IV. 2001: “que se vayan todos…”

Si durante 18 años de proscripción el clamor popular era por el retorno de Perón, en definitiva, el único que podía (algo), el estruendo multitudinario del que se vayan todos, que no quede ni uno solo (¿ni Perón?) de 2001 es el subproducto de un cúmulo de deficiencias estructurales que en su faceta política fueron expresadas en los apartados anteriores. Se trata del momento de condensación negativa por antonomasia.

Las medidas neoliberales posibilitadas por una débil resistencia popular y la acumulación de poder político y económico por parte de los sectores crecientemente concentrados y financiarizados del capital, dieron pie a una creciente desocupación y pobreza, en un marco general de precarización laboral y de vida en diversos aspectos clave para el desarrollo individual y colectivo como son los servicios públicos en sentido amplio.

La conjugación de esta situación con la creciente agregación popular en protestas fragmentadas y definitivamente sin un horizonte político claro en términos de conformarse como alternativa de poder y de gobierno, dan lugar a la caída del gobierno de la Alianza en diciembre de 2001, en el marco del descreimiento generalizado del Estado y la política.

 

 

2002-2015: La política “recuperada”, la Política identitaria, la Política cultural… ¿Y el Otro?

 

Cada espacio, cada sector, inevitablemente, por la particularidad de su situación material, y por la imposibilidad política de vincularse con el otro, cristaliza identidades parciales. Esto, sumado al acceso al poder del peronismo en particular en  2003, de Néstor Kirchner, pero incluso ya con Duhalde, en un contexto social y político en el que el mensaje unificado era que la situación no daba para más, da por resultado una dinámica particular: la política fragmentada da lugar a la política identitaria, a lo que se suma un contexto económico favorable para garantizar una distribución material del ingreso que facilitara la identificación unitaria con un sector del peronismo en el poder.

Los procesos que la conducción política de la sociedad ejecuta hacia afuera, y que fueron señalados en los apartados anteriores, también los hace hacia adentro. Esta dinámica está signada por el diálogo y reconocimiento hacia todos los sectores, la suma de voluntades. Aquí está el origen del famoso juego de la aritmética electoral politicista, mediante la cual las elecciones, centro de la disputa de la corporación política se busca resolver cada vez más a partir de la suma de pequeñas voluntades sin una verdadera articulación, sin una verdadera necesidad de trabajo conjunto o construcción de proyecto de país común.

Cada fracción con su identidad, y la política identitaria deriva en política cultural, donde la reafirmación de la propia identidad y formas de ver el mundo, ya ni siquiera en su contenido ideológico sino en sus gestos y su performática simbólica son vistas como el fin último a defender. Las acciones políticas se encuentran dirigidas por la posibilidad de acumular fuerzas hacia adentro para llegar mejor posicionado a ese juego aritmético electoralista. En el mejor de los casos, los frentes o agrupaciones de pequeños sectores “toleran” la existencia de otros sectores, y logran “coexistir”.

Pero esta metodología política encierra una trampa mortal. Siguiendo a Zizek podemos decir que la tolerancia al otro, lejos de ser un sentimiento que refuerce la unidad, es un concepto que refuerza la distinción:

Tolerancia. Me opongo a esta noción, pienso que es una pseudo-noción. Por supuesto, la inmediata reacción de los bienintencionados liberales es “¿Cómo podés estar a favor de la intolerancia a los extranjeros? ¿Cómo podés estar con el antifeminismo, la homofobia, etc.?”. Pero, esta es la trampa: por supuesto no estoy a favor de la intolerancia hacia los extranjeros, el antifeminismo, etc. A lo que sí me opongo es a la percepción, que es, hoy, más o menos automática, del racismo como un problema de tolerancia. Hagan un simple experimento, yo lo hice. Vayan a la web, y fíjense en los discursos de Martin Luther King (si hay una gran figura de lucha antiracista, por supuesto es Martin Luther King). Verán que la palabra “intolerancia” está prácticamente ausente ahí. Para MLK uno no pelea contra el racismo con tolerancia, sino ¿con qué? Con lucha política emancipatoria, incluso lucha armada. Entonces ¿por qué tantos problemas hoy son percibidos como problemas de intolerancia, antes que como problemas de inequidad, explotación, injusticia? El racismo es un problema, pero percibir al racismo como problema de tolerancia no es automático. En este inocente cambio de perspectiva, está la ideología. La forma en que percibimos un problema puede ser en sí mismo parte del problema, puede mistificarlo en lugar de habilitarnos a resolverlo. No sólo hay respuestas incorrectas, también hay preguntas incorrectas. Estas preguntas equivocadas son lo que llamamos ideología.”[3]

En una entrevista, el autor profundiza sobre cuál es el peligro o la trampa ideológica de la noción de tolerancia:

 

“Tolerancia es un término muy ambiguo. Bastante seguido, ´tolerancia´ incluso puede funcionar como su propio opuesto, ¿en qué sentido? Mirá, si tomás a un americano de clase media alta típico, me gustaría ponerlo, lo vi, al lado de una persona afroamericana o blanca de clase baja… seguro estaría horrorizado con los chistes sucios, la vulgaridad, etc. Serían bastante intolerantes hacia ellos. Entonces, para mí, siempre hay, en la tolerancia, algo de “mantengamos al otro, en tanto me perturba, a una distancia apropiada, no los permitas venirse muy cerca mío.” Tolerancia suele significar intolerancia al Otro. Aceptan al otro, en la medida en que es un otro purificado.”[4]

Con mayores niveles de densidad teórica, pero aun así muy claramente, una versión más profunda de este análisis existe en su libro “En defensa de la intolerancia”. En el capítulo “La tolerancia represiva del multiculturalismo” se explaya en la ideología oximorónica de la “tolerancia”, en este caso particular pensada a nivel global en el multiculturalismo y su vínculo con el capitalismo transnacional (yo lo tomo para pensar los problemas de la política cultural en Argentina):

“La forma ideológica ideal de este capitalismo global es el multiculturalismo: esa actitud que, desde una hueca posición global, trata todas y cada una de las culturas locales de la manera en que el colonizador suele tratar a sus colonizados: "autóctonos" cuyas costumbres hay que conocer y "respetar". La relación entre el viejo colonialismo imperialista y la actual auto-colonización del capitalismo global es exactamente la misma que la que existe entre el imperialismo cultural occidental y el muIticuIturalismo. Al igual que el capitalismo global supone la paradoja de la colonización sin Estado-Nación colonizador, el multiculturalismo promueve la eurocéntrica distancia y/o respeto hacia las culturas locales no-europeas. Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida, auto-referencial de racismo, un "racismo que mantiene las distancias": "respeta" la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad "auténtica" y cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal.” (p. 56)

 

“Se concluye, por tanto, que el problema del imperante multiculturalismo radica en que proporciona la forma (la coexistencia híbrida de distintos mundos de vida cultural) que su contrario (la contundente presencia del capitalismo en cuanto sistema mundial global) asume para manifestarse: el multiculturalismo es la demostración de la homogeneización sin precedentes del mundo actual. Puesto que el horizonte de la imaginación social ya no permite cultivar la idea de una futura superación del capitalismo -ya que, por así decir, todos aceptamos tácitamente que el capitalismo está aquí para quedarse-, es como si la energía crítica hubiese encontrado una válvula de escape sustitutoria, un exutorio, en la lucha por las diferencias culturales, una lucha que deja intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial. El precio que acarrea esta despolitización de la economía es que la esfera misma de la política, en cierto modo, se despolitiza: la verdadera lucha política se transforma en una batalla cultural por el reconocimiento de las identidades marginales y por la tolerancia con las diferencias.(p. 59)[5]

Esta segunda cita refiere a una cercanía con el otro que implica el conocimiento de un costado “oscuro”, no del todo deseable. Respetar a las otras culturas se hace difícil cuando de golpe tenemos que tolerar su violencia machista, etc. Pero esto puede también darse vuelta, en el marco de una acción política pero también psicológica consciente. En lugar de partir de un “respeto” que vela algo que en realidad “no respetamos”, la imagen debe ser la opuesta: “detrás” de algo que en principio rechazamos, podríamos generar un vínculo con el otro, no de respeto a distancia, sino de otra cosa. Conocer al otro en su complejidad, en su singularidad, también puede ser una puerta de acceso a entender aquello con lo que sí podemos trabajar en conjunto. Esto es lo que vetó el proceso genocida a través del terror y la desconfianza generalizada, un vínculo profundo con el otro.

Este es el problema en relación a la cuestión de “las minorías” y la política identitaria. Presuponer que el fin último de la acción política es la defensa de identidades diferentes da por supuesto que se trata efectivamente de identidades esencialmente diferentes, de otros en sí mismos, desprovistos de complejidad y cerrados en sí mismos, perfectamente coherentes, que no guardan ninguna relación entre sí ni con mi identidad, y tampoco portan la posibilidad de cambio. La máxima aspiración política pasa a ser el respeto (a distancia, recordemos) de las minorías y la defensa de sus derechos. La trampa aquí es que no se genera ninguna vinculación, ninguna proximidad, ningún acercamiento genuino, y por sobre todo, la acción política conjunta: la organización.

Pero volvamos a lo concreto. El período 2002-2015 es un período complejo en el que se vive la cresta de una ola ascendente e inmediatamente luego el comienzo de un descenso estrepitoso.

La ausencia de un proyecto de desarrollo que descansaba políticamente en la redistribución del ingreso tuvo sus primeros choques contra la pared en los años 2008/2009, cuando ya se hacía evidente que, con el rumbo adoptado, la sábana se empezaría a acortar. A medida que esto sucede, la posibilidad de “contentar” y “contener” a los pequeños otros comienza a disiparse, y comienzan a visibilizarse los costados más tremendos de la política liberal identitaria: la proliferación de traidores (nooo pasa naaadaaaa…), y el reflote de la cultura de la delación.

El crecimiento hacia adentro y hacia arriba de las organizaciones, que luego se sientan en mesas de negociación en supuestos actos de unidad (recordemos el rol de los políticos profesionales), comenzó a sufrir los efectos de la debilidad de sus fundamentos, y la fragmentación, que permanecía oculta bajo esta táctica, quedó al descubierto. Las distintas OLP, los distintos sectores, como se los quiera llamar, comenzaron a mirar nuevamente hacia adentro y comenzaron a preocuparse por su propio crecimiento, evaluándolo como un juego de suma cero en relación al crecimiento de los demás, a lo que se sumó un proceso de verticalismo feroz que expulsaba a quien no acatara lo comandado: grave error estratégico.

 

Esta es la causa de aquello que se observa desde aproximadamente el año 2012, fecha señalada en forma relativamente arbitraria como inicio del declive del “post-neoliberalismo” en Argentina: el aparente repliegue defensivo. Poco a poco pareciera que se fueron corriendo los límites de lo decible, lo pensable, lo actuable, y poco a poco la “recuperación” de la política se transformó en un descontento generalizado, cuya punta de iceberg fue el triunfo de Mauricio Macri en 2015. Este momento no es de inicio sino de profundización de una carrera que se había iniciado años antes, y que, hipótesis de este escrito, tiene sus raíces mucho, mucho antes: la carrera por ver quién tiene el medidor de aceite más efectivo, así como la insania total de pedir carnets identitarios en toda conversación:

Que qué pensás de esto, de aquello, de lo que dijo tal, que si sos peronista o antiperonista, si sos peronista si sos de derecha o de izquierda pero peronismo de izquierda no hay, sos un infiltrado, que si sos feminista, pro-aborto, que si no sos alguna de esas sos de derecha, neoliberal, violador, traidor, y vendepatria. Opiná, opiná, opiná, pero si opinás mal, sonaste. Si X, que es mi referente, mi líder, mi jefe/a, tiene razón, entonces si opinás distinto, estás enfrente. Ah, y ni hablar que todo lo que se hizo en 2003-2015 estuvo no sólo bien, estuvo inmejorable. Eso sí, hay cosas que mejorar, pero si proponés alguna mejora estás queriendo decir que algo estuvo mal, y entonces le hacés el juego a la derecha.

Ah… pero 2019… 2019 resulta que en el FDT estamos todos… los que somos distintos, también, por supuesto… porque nos… toleramos.


V. 2023-…  Y ahora, ¿qué?

Pero volvamos al principio, porque si leíste hasta acá, lo más probable es que te llame la atención que se haya hecho poca mención a rumbos, políticas, medidas, macroeconomía, contexto internacional, etc. Evidentemente, encontrar un rumbo de país, un proyecto nacional de desarrollo, es algo de lo que parece haberse acordado nuevamente nuestra dirigencia política. Pero como muchas cosas, en ésta, el medio es el mensaje, el cómo es el qué, la forma es el contenido.

Esa evidencia, la necesidad del tan mentado proyecto, programa o plan, que, aclaro, no creo que sea desacertada, tiene dos piedras en el camino que deberán ser resueltas antes: una, la mencionada al comienzo respecto a su lejanía conceptual, su abstracción distanciadora que puede devolvernos inmediatamente a la inacción. La otra es que inmediatamente la discusión parece ser sobre el contenido, y en particular el contenido ideológico, identitario, cultural, de dicho proyecto, y no del cómo ni con quién.

Te despertás en la mañana, la pintura se está descascarando, tus cortinas no están y el agua está hirviendo, ¿de qué problema te ocupás primero? ¡Ninguno, el edificio está en llamas!

Que la situación internacional da cuenta de una dificultad por parte de los Estados-Nación de organizar los procesos económicos internos, dada la superestructuralidad adquirida por parte del capital, su financiarización y su hipermovilidad, es algo que es sabido.

 

Que en ese contexto, cada vez más será de interés la profundización de modelos extractivistas de materias primas crecientemente escasas, por su ausencia o aplicabilidades nuevas que se descubren con el creciente desarrollo tecnológico, y que esto impacta en nuestra región y en Argentina en particular a través de la tríada alimentos-petróleo y gas-litio, también es una evidencia.

Que nuestro sistema productivo se encuentra subdesarrollado y que nuestro Pueblo se encuentra sumido en la pobreza, una informalidad y una precariedad que no hace más que desestabilizar nuestra vida en múltiples aspectos, profundizando el sufrimiento frente a una situación que no parece encontrar posibilidad de revertirse, es una triste evidencia.

Que nuestro Estado es un Estado debilitado, incapaz de hacer frente no sólo a las demandas sociales agudizadas cada vez más, sino también a la posibilidad de sostener, acompañar y ni hablemos de impulsar un proyecto de desarrollo que permita sustentar una organización de la vida en sociedad que haga incluso innecesaria la ayuda social, es otra evidencia más.

Pero si pensamos que esas incapacidades son el subproducto de una falta de proyecto en el sentido de una falta de ideas y nada más, estaremos equivocados. No podemos seguir esperando a que a una persona o sector u organización se le ocurran soluciones mágicas, que mostrará al resto y este resto se acoplará. Es necesario un cambio de perspectiva, e ir más allá a preguntarnos, ¿cómo o de dónde podrían surgir esas ideas? Y ahí el condicionante mayor parece ser la fragmentación del movimiento popular, que tiene cuadros dispersos y desperdigados tanto en el mundo académico, como en la política, en el Estado, en los sindicatos, los movimientos sociales y la Economía Popular, y más sueltos aún en la ciudadanía, vagando como individuos solitarios presas de la ansiedad, la apatía, la desilusión y la impotencia. Dispersión que además se replica a nivel organizacional cuando uno mira el mapa de Organizaciones Libres del Pueblo, que en esta dinámica de pedir carnet identitario previo a tener cualquier conversación expulsan a personas de otra manera sobre capacitadas para desarrollar trabajo, ideas y propuestas.

Las ideas y los proyectos no son un presupuesto para la unidad, la unidad es un presupuesto para la conformación de proyectos. Es imposible esperar estar de acuerdo en todas o incluso muchas de las discusiones (sobre todo cuando muchas son bastante pelotudas), aún sobre el contenido del proyecto, previo a comenzar a caminar un camino conjunto, en el transcurso del cual las ideas podrán surgir en ese trabajo-con-el-otro.

Solos vamos más rápido, pero juntos llegamos más lejos

En este sentido las Organizaciones Libres del Pueblo no pueden seguir construyendo de acuerdo a esquemas de crecimiento hacia adentro para abajo y acuerdo desde arriba y hacia afuera. Esto principalmente porque nuestro techo no puede llegar más alto que el techo de quien tenemos al lado. A la vez y paradójicamente, esperamos siempre que el otro nos salve, que el de al lado nos ayude, sin pensar cómo ayudar nosotros al de al lado. Y cada vez pensamos que el problema lo tiene el otro, que no puede ayudarnos, y que sin su ayuda no podemos.

Y así vamos a la unidad agregativa superior esperando respuestas, en lugar de tomar la iniciativa de llevar propuestas y ponerlas en diálogo abierto con otras. Porque en el

momento en que tenemos una propuesta, por ser concebida en soledad, nos convencemos primero de que es la mejor, la única válida, y por ende la única que merece conducir al resto. Y si alguien dice lo contrario, ese es un traidor, un otro radical que hay que combatir, que obstaculiza nuestra llegada a la punta de la pirámide.

Hoy vemos que la solidaridad, en esta cultura política, siempre es con el propio, con el yo extendido a los míos, no con el otro. Con el rancho ajeno no me meto, no construyo, nos vemos en la mesa de negociación. Es necesario recuperar y contraponer algo más genuino.

La cultura de la delación nos obliga a definir, dado el complejo del converso. Estamos obligados a opinar y a profundizar siempre en la definición identitaria o postura tomada originalmente. Esta tensión se refleja en la idea de que “todo cuando entra en la conversación política rápidamente se torna blanco o negro”. Esto evidentemente es problemático, puesto que nos impide reconocer lo que el otro ha hecho correctamente, y lo que nosotros hemos hecho incorrectamente, impidiendo progresar en miradas cada vez más complejas y ricas, y posiblemente, exitosas.

Sin embargo, el transcurrir propio del tiempo y las cosas abre puertas nuevas, que deben ser atravesadas. Es la hipótesis que retoma este escrito que las marcas que deja el genocidio sobre los cuerpos de las víctimas directas se expandió a todo el cuerpo social, transformando los modos de ser, pensar y hacer por el cual los argentinos se movieron todo este período, incluyendo (en realidad, sobre todo) su forma de ser, pensar y hacer política. Verdaderas taras y trabas mentales que han impedido la reconstrucción de un movimiento popular fuerte y asertivo, y que lo han dejado fragmentado e imposibilitado de construir colectivamente.

Con el correr del tiempo, la incorporación de nuevas generaciones al trabajo en sentido amplio, a la militancia, y a la militancia política en particular, sientan las bases para una nueva transformación. Pero siempre hay trampas. Pensar que el “recambio generacional” se dará de manera primero natural, y segundo pacífica, sin reediciones de lo traumático, es un error. Indefectiblemente se generarán choques entre personas que no cargan con una mochila que sí cargan las generaciones anteriores, y que a su vez cargan con otras, herencias de desesperanza y apatía autoprotectiva para no sufrir una realidad que, vista de lleno, es intolerable para la mayoría, y más aún cuando el propio trabajo parece conducir nuestro proceso vital, y no a la inversa. Un elemento de esto que señalo queda en evidencia en cierto respeto renovado en generaciones más jóvenes hacia quienes militaron e incluso combatieron físicamente y en su faceta armada y clandestina. Por supuesto que esto puede ser torpe, debe ser guiado, debe pasar su etapa de juego inocente.

Esta nueva dinámica genera un choque psíquico con una generación anterior, que sí vivió ese proceso y lo asocia inevitablemente al terror y la muerte, y que por tanto tiene vedado el acceso a esa discusión, porque toda memoria de ese proceso deriva inevitablemente en la reedición del terror. La condensación de este fenómeno se dio en un episodio tragicómico del Método Rebord con Vaca Narvaja, cuyo avance[6] de un minuto recortado suscitó la reacción feroz de medios de comunicación sobre la manifestación absoluta del retorno de lo

terrorífico. Tanto de derecha[7] como “progresista”[8]. Por supuesto, dado el target del programa (Generación joven), esto no recibió respuesta más que la risa, dada la lógica comprensión de que la reacción era una tontería, pues hablar de las cosas no implica invocarlas en sus efectos corporales, y que es posible una relectura de eventos históricos desde una mirada que los complejiza.

Es necesario desarrollar nuevos esquemas de construcción en los que, no solamente tengan preponderancia las nuevas generaciones, sino que a partir del trabajo conjunto puedan intentar sanarse las heridas psíquicas, no sólo producidas en el pasado, sino también reeditadas permanentemente al enfrentarnos con la desolación, la desesperanza y la desilusión.

Las Organizaciones Libres del Pueblo deberán caminar una senda de crecimiento hacia los costados, donde los acuerdos generados por arriba pierdan peso específico frente a la prepotencia de trabajo articulado de quienes día a día ponen el cuerpo y dejan la vida por transformar la realidad en una más justa, incluso cuando hoy ni se conozcan. Ese trabajo deberá pelear por su reconocimiento, no sólo por parte de otros sino primero por parte de nosotros mismos, para reconocernos en ese fruto y no desesperanzarnos cuando no redunda en los grandes cambios que seguirán siendo el horizonte. La convicción es que la propia articulación de trabajos por sí solos insuficientes alcanzará para lograr ese proceso, y visualizar como el camino a seguir esa unidad, ese trabajo mancomunado, a pesar incluso de las diferencias identitarias. Dejemos de pedirnos carnets entre nosotros, y quizá en reconocer el valor del trabajo del otro podamos reconocer la potencia del trabajo unificado…

L.O.M.J.E.

A.V.O.M.P.L.A.

H.A.G.O.V.

 



[1] Esta interpretación del “sentido común político” que en principio o en superficie pareciera poder acomodarse o contar con el acuerdo de muchos o casi todos, al menos de este lado del espectro político, implica una diferencia sustancial, cualitativa, de perspectiva: la no-participación, la adopción de una forma de hacer política liberal en la ciudadanía en general, en su intensidad, en su forma y en su contenido, es el resultado de un proceso “lógico”, en el sentido de que tiene una razón fuerte de ser: la autoprotección frente al poder de muerte y al terror genocida, anidado en la mente de todas las generaciones que experimentaron los procesos del apartado anterior (1974-1983).

[2] Utilizo la noción “contrapeso” porque tener o ejercer poder no equivale necesariamente a la existencia de un proyecto o propuestas de modelos contrapuestos a los preexistentes, aunque, y esto no es menor, sóolo allí pueden surgir dichos proyectos.

[3] Conferencia brindada en el Institute for Human Sciences, Boston University, el 26 de noviembre de 2007. Disponible en: https://youtu.be/K5WNcRoCXCM?si=eczxhHiHPzWfjBim

[4] Slavoj Žižek on Political Correctness: Why “Tolerance” Is Patronizing | Big Think. Disponible en: https://youtu.be/IISMr5OMceg?si=UBVuXHU0h5h3N5th

[5] Žižek, S. (2008): En defensa de la intolerancia. Ediciones Sequitur, Madrid.

 

[6] Disponible en:

https://www.instagram.com/reel/CgnNRhOgppf/?utm_source=ig_web_copy_link&igshid=MzRlODBiN WFlZA%3D%3D

[7] Disponible en: https://youtu.be/7icTaBGoYEs?si=UkzfTSTIDcXgt8je

[8] Disponible en: https://youtu.be/k2qjbbLCEfw?si=mNbsMsCKtUJwl1W_

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