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05/01/145

 22/12/2023   1357

Estamos en el tiempo,/en que el ser humano,/vive con razón de ser;/con sólo unas palabras,/un caso puede resolver, ¡ah!

Pero pega una trompada/ y tira todo;/se cree ya muy listo/ con su modo de ser, ¡ah!

Un hombre sin historia,/ sin tiempo y sin memoria,/puede reaccionar así;/pero no se da cuenta,/su personalidad/en venta está,/ ¡ah!

El hombre suburbano/ sigue su rutina,/ sin darse cuenta que,/ su vida terminará, ¡yes!

(“El hombre suburbano”, Norberto Aníbal Napolitano (Pappo), 1971)

 

 

¿Por qué volver a escribir sobre la cantidad de desaparecidos?

Circulan recientemente en los medios y redes sociales discursos en los que se niega que los desaparecidos sean 30.000; se retoma la teoría de los dos demonios afirmando que las atroces violaciones a los derechos humanos obedecieron a excesos cometidos por las fuerzas del Estado en el transcurso de una guerra; se califica a las políticas de derechos humanos como un “curro” marcado por la corrupción de sus beneficiarios o directamente se homenajea a responsables de delitos de lesa humanidad. Negacionismo o explícita reivindicación del terrorismo de estado.

Sin embargo, lo que nos interpela no es tal desprecio banal y espectacularizante por los logros de la universalmente reconocida política de memoria, verdad y justicia llevada adelante por los organismos de derechos humanos y el Estado argentino. Lo que nos impulsa es nuestra convicción acerca de que el futuro enraiza en el pasado y que el presente encuentra allí su profundidad y relieve.

Nos centramos en la relación entre historia y memoria como constructora de subjetividad e identidad colectiva en una reflexión sobre la actual coyuntura.

Sabemos que los trabajos de construcción de la memoria colectiva implican a actores sociales con intereses heterogéneos y, en casos de hechos de alta conflictividad social, contradictorios. En efecto, el inicio de la controversia por los sentidos del pasado es coetáneo del hecho social conflictivo. Ese origen ilustra centralmente sobre las raíces de todo discurso sobre ese pasado. Discurso que podrá resignificarse y revisarse posteriormente y dependiendo siempre de la configuración de las fuerzas políticas que lo portan. Los actores intentarán, no sin conflictos, que su narrativa obtenga reconocimiento social y legitimidad política. .En el caso argentino, la cifra de 30.000 es símbolo de la búsqueda de verdad sobre el destino de los desaparecidos en el marco de la generalización de la desaparición forzada como práctica genocida.

Con la particularidad de su clandestinidad la desaparición forzada no sólo constituyó una ventaja estratégica para los perpetradores sino que obturó los rituales culturales habituales para procesar la muerte y el duelo. La desaparición es una muerte en suspenso, sin cuerpo, sin tumba, sin reconocimiento, sin autor. La detención clandestina también quebró la percepción de tiempo, lugar e identidad de los propios desaparecidos. La apropiación de menores aún priva del derecho a la identidad a más de 300 personas que fueron apropiadas al nacer en el marco de la desaparición forzada de sus madres.

La emblemática cifra es la síntesis del resultado de las luchas por la memoria, de la recolección de testimonios de víctimas y testigos y de las denuncias realizadas en busca de justicia y de la implementación de los procesos judiciales tanto punitivos como destinados a conocer la verdad sobre lo ocurrido incluso durante el período de vigencia de las leyes de impunidad.

Estos procesos sociales que intervienen en la construcción social de la memoria colectiva no implican una simple sumatoria de recuerdos individuales y biografías. Se constituyen como procesos de selección de lo memorable que ocurren en marcos sociales (tiempo, espacio y lenguaje). También implican relegar otros hechos al olvido. Los grupos recuerdan

témporo-espacialmente situados y con determinada orientación de sentido. Los significados de los hechos que conforman la memoria colectiva se configuran, por lo tanto, procesualmente.

La imposibilidad de fijar la cifra con la exactitud que pretenden los detractores del número 30 mil, es la parte de verdad que la sociedad colectivamente aún no ha alcanzado y que obra en poder de los perpetradores que callan prácticamente sin excepciones, perpetuando la incertidumbre sobre la muerte de sus víctimas, y la impunidad de muchos de los asesinos y sus cómplices civiles, eclesiásticos o empresariales.

Las condiciones materiales en que se producía la desaparición forzada dificultaron un conocimiento integral de lo ocurrido y se requirió un extenso lapso para la elaboración de la memoria colectiva. A pesar de ello, se ha podido establecer que el proceso de desaparición fue selectivo. En el universo de personas víctimas de desaparición forzada se encuentran representados todos los sectores sociales. Sin embargo, la proporción de los desaparecidos con alguna militancia previa superaba ampliamente la proporción de militantes en la población total. Entre ellos, una enorme mayoría registraban militancia de tipo político o sindical previa. Se estima que 7 de cada 10 desparecidos eran jóvenes de 30 años o menos, mayoritariamente asalariados.

En efecto, este análisis resulta consistente con la hipótesis de que la dictadura persiguió como objetivo poner freno a ciertos procesos transformadores de la sociedad y establecer un mensaje disciplinador que interrumpiera los aprendizajes sociales surgidos de tales experiencias colectivas.

Si la memoria es aquella porción del pasado que pervive en nosotros en un presente atravesado por relaciones de poder, debe tenerse en cuenta que ese pasado se constituye en una dinámica (o movimiento dialéctico) donde las memorias son por un lado el anclaje de identidades en que los grupos construyen y reconocen su propia imagen, como también el marco y posibilidad de enunciación de la propia memoria en el presente. Son esas memorias construidas socialmente las que dan sentido a los grupos y nutren su historia como tales. “En síntesis, la historia es un proceso permanente de producción de subjetividades" (Traverso: 2022).

En efecto, la memoria, la identidad y su historia son elementos históricos que actúan en la realidad social. Marc Bloch señala que "a diferencia de otros tipos de cultura, la civilización occidental siempre ha esperado mucho de su memoria", y así se introduce una pareja fundamental para el historiador y para el amante de la historia: historia y memoria, memoria que es una de las principales materias primas de la historia (Bloch 2001)

En Argentina la llamada cultura de los derechos humanos contribuyó, con sus pilares fundamentales en reclamo de memoria, verdad y justicia, a la estructura nodal del pacto democrático instaurado desde el inicio de la democracia recuperada en 1983. Se constituyó así en una narrativa de sentido en que se inscribe la identidad colectiva democrática en nuestro país y traza los límites de lo que es posible postular como proyecto nacional. El consenso ciudadano simbolizado en el “Nunca Más” expresa indubitablemente el compromiso de no repetición y establece un programa que obtura cualquier intento de resquebrajamiento de aquellos acuerdos en que las grandes mayorías reconocen su identidad como sociedad democrática.

El rebrote negacionista o lisa y llanamente reivindicador del terrorismo de Estado y sus consecuencias se nos revela sólo cuando se lo inserta reflexivamente en esta trama de sentidos urdida por la memoria respecto de nuestra historia reciente.

La ilación de los relatos, hechos, testimonios no opera solamente de manera diacrónica, como meros acontecimientos sin politicidad. La historicidad aparece, entonces, como presupuesto mínimo para la construcción de una conciencia colectiva. Sin embargo, se requiere la práctica social de una reflexión de manera colectiva sin la cual sólo se refuerzan las concepciones más retrógradas y reaccionarias de la sociedad.

En la actual disputa por reinterpretar nuestro pasado el negacionismo es esencialmente una forma de desposeer a las grandes mayorías de su Memoria Colectiva, no únicamente para impugnar el pasado sino para condicionar su presente y futuro.

Negar la sistematicidad del terrorismo de estado y la cifra de asesinatos que puede endilgársele pretende algo más que la discusión sobre el número de víctimas. Se presenta como nueva forma servil a la continuidad del dispositivo de clandestinización con que los perpetradores pretendieron lograr impunidad por los crímenes cometidos y, a nuestro criterio, constituye una maniobra que intenta bloquear la reflexión colectiva sobre los objetivos político-económicos de la profunda transformación de la sociedad argentina que emprendió la dictadura.

El modelo neoliberal cuyo inicio se produjo entonces retoma hoy sus nunca abandonadas metas: su modelo de acumulación financiera de capital, distribución regresiva de ingresos, desarticulación de las organizaciones políticas y sindicales opositoras al modelo, entre otros. Lo hace recuperando la narrativa negacionista de los perpetradores cuyo accionar no dudan en ponderar.

Esta nueva narrativa negacionista enuncia la reivindicación del accionar genocida a la vez que oculta, en su régimen de silencio, los objetivos relativos a imponer un modelo de redistribución regresiva del ingreso en detrimento de los asalariados y favoreciendo la concentración de la riqueza y el capital transnacional.

En esta hora no podemos sino involucrar estas reflexiones en la decisión electoral que pronto asumiremos.

En la arena de la campaña se han explicitado las posiciones respecto de las políticas de memoria, verdad y justicia. No podemos desdeñar, entonces, lo que la trama de la historia nos muestra acerca de lo que no se explicita: se ha requerido violencia para instalar el programa neoliberal y regresivo. La reinterpretación de ese pasado que hoy enfrentamos pone en tensión nuestras oportunidades de un futuro inclusivo de las grandes mayorías.

En fin, los sectores más reaccionarios de la sociedad están estableciendo un campo de batalla en donde está en disputa la narrativa memorial sobre la dictadura, narrativa esta, que fue construida desde abajo y desde los pliegues más apartados de la academia pero que fue constituyendo un corpus de saberes y experiencias que se hicieron práctica social.

Controlar el pasado no es sólo un mecanismo de discusión histórica que se ciñe a la academia, tiene la intención de operar sobre el presente y sobre el futuro.  Es al fin y al cabo el intento de imponer una memoria desposeída, un intento de subjetivación que arrojaría a este individuo deshistorizado a la pérdida de su conciencia colectiva y de su autonomía para llevar adelante la acción política en defensa de sus derechos.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

BLOCH, Marc (2001): Apología para la historia o el oficio de historiador. (Prefacio de Jacques Le Goff). México, Fondo de Cultura Económica.

 

CRENZEL, Emilio (2008): “Desaparición, memoria y conocimiento” en: La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.

 

IZAGUIRRE, Inés (1992): Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Gino Germani.

 

JELIN, Elizabeth (2002): Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI.

 

TRAVERSO, Enzo (2022): Revolución: una historia intelectual. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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