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04/01/83

 21/03/2023   908

Compañeros: deseo que mis primeras palabras sean para agradecer los amables conceptos que terminamos de escuchar, como así también esta generosa donación que la Unión del Personal Civil de la Nación hace a la Fundación Eva Perón. Yo solamente puedo asegurar que estas generosas donaciones siempre son empleadas, indefectiblemente, al servicio de los hombres y mujeres de nuestro pueblo que efectivamente tienen una necesidad.

Agradezco, también, el ejemplar de los Estatutos que me han hecho llegar, y, en forma muy especial, esa placa que será colocada en el monumento a la señora Eva Perón, que actualmente se está construyendo, placa que nos hacen llegar con ese amplio espíritu de solidaridad nuestros compañeros chilenos, que en nuestra tierra son hermanos y son amigos.

Yo me siento muy feliz por el hecho de dirigir la palabra en este día a los demás agentes del Estado que, como yo, conforman cada uno de ellos una pequeña partícula de ese inmenso organismo que la Nación sostiene para su servicio directo. Es indudable que si alguna organización es trascendente para la vida del Estado, ésa es la Unión de su Personal Civil.

El personal civil es el agente al servicio inmediato y directo del Estado. Nosotros hemos fijado bien en nuestra Doctrina cuáles son las gradaciones y los servicios que los hombres prestan a la comunidad, estableciendo perfectamente quiénes son los agentes del Estado, vale decir, los que están en el gobierno y los que están conformando las organizaciones estatales, como así también las organizaciones del pueblo, aquellas que, libremente constituidas, representan las fuerzas que actúan popularmente en la comunidad.

Son de extraordinaria importancia en la organización de esa comunidad los hombres que forman el gobierno. Son también extraordinariamente importantes los que forman la organización estatal y los que integran las organizaciones populares. Ustedes, los agentes del Estado, organizados, constituyen en ese orden organizativo una institución que tiene una doble importancia: la de pertenecer a la organización del Estado y la de constituir una organización popular también al servicio del Estado.

Por esta razón, en muchas ocasiones en que yo he hablado con los compañeros de la Unión del Personal Civil, he mencionado la importancia que para nosotros tiene esta organización. Sabemos bien que sobre esto han existido numerosas opiniones, partiendo desde aquella que establece la obligatoriedad de agremiación de todos los agentes que prestan servicios en las organizaciones estatales, como aquellas que diferencian perfectamente bien las organizaciones estatales en su conjunto, o establecen la libertad absoluta para que sus hombres se agrupen en aquellas asociaciones que sean de su preferencia. Ustedes saben bien que siempre he apoyado esta última solución. Los hombres, de acuerdo con la institución estatal, por mandato de nuestra Constitución, se reúnen en aquellas organizaciones que son de su preferencia; ni el Estado ni el gobierno pueden obligar a nadie a asociarse en determinada organización, ni puede impedir a sus ciudadanos que se organicen, siempre que sea con fines útiles.

Yo creo que la organización que ustedes representan tiene un porvenir magnífico, porque está constituida por una gran cantidad de personas, con aspiraciones similares, con necesidades semejantes y con objetivos también particulares, adecuados a sus propios requerimientos de la defensa de los intereses profesionales. Por esa razón yo veo con extraordinaria simpatía que en este acto se realice -por primera vez en la unión de órganos y agentes del Estado- una asamblea libre y abierta, para que esta organización nazca sin pecado original y para que la voluntad soberana de sus asociados trace también su estatuto -libremente concebido y libremente aprobado por ella- que determine para el futuro el nacimiento de una real organización que, aunando voluntades y esfuerzos, permita echar las bases definitivas de esta asociación gremial y sindical.

El gobierno auspicia esta organización; lo ha hecho siempre, la auspicia más desde el momento que cuatrocientos o quinientos delegados de todo el país llegan a esta Capital para realizar su asamblea y su congreso que determinen no solamente sus fines, sino el destino de la propia organización. En esto se establece, patente y claramente, que se coloca una nueva piedra fundamental de esta asociación, que ha tenido que recorrer un camino un poco sinuoso en sus primeros años. En ésta, como en todas las cosas de la vida, indudablemente conviene iniciar de nuevo las empresas que no se desarrollan y desempeñan bien; hay que seguir el consejo de Martín Fierro: "Árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza." Cuando uno ve que el árbol va saliendo torcido, lo mejor es sacarlo y plantar otro que crezca derecho. Eso es lo que deben hacer ustedes. Por ello estoy plenamente seguro de que éste es el nacimiento esplendoroso de una magnífica organización que puede constituir la Unión del Personal Civil de la Nación, y por parte del gobierno encontrarán todo el apoyo y la simpatía que pueda prestar a una organización que nace para estar al servicio del pueblo y del país.

Por otra parte, de acuerdo con la concepción justicialista en la que nosotros aceptamos una sola autoridad jerárquica, que es la que da la honradez y la capacidad, en medio de la humildad con que todos están obligados a servir a la patria, pensamos que esta organización hará llegar al gobierno sus conclusiones, deseos, aspiraciones y objetivos, porque estamos seguros de que esas conclusiones, esas aspiraciones, esos deseos y esos objetivos, coincidirán total y absolutamente con los objetivos que nosotros defendemos y tratamos de llevar adelante.

Siempre he dicho que en este orden de actividades ni el gobierno, ni el Estado, ni ninguna fuerza interna o externa, puede resolver el problema que no resuelva la propia organización. Por más buena voluntad que yo tuviese como presidente de la República y como primer afiliado de vuestra institución, y por más buena voluntad que tuviesen todas las organizaciones gubernamentales y estatales, ustedes no llegarían a ninguna parte si no se decidieran ustedes mismos a resolver sus problemas con su propia fuerza. Para que nosotros, el Estado o el gobierno, podamos ayudar a la organización, es necesario, antes que ella se organice, que se constituya y se ayude a sí misma. Es el caso que yo cito siempre de que mal se puede hacer un guiso de liebre si no se cuenta primero con la liebre.

Entonces, señores, reúnanse ustedes en asamblea y constituyan una verdadera organización. Realicen después los congresos que sean necesarios para ir acordando paso a paso todas las conquistas que deben concretarse en la organización, y verán ustedes que no tendrán nunca que arrepentirse ni lamentarse de una falta de ayuda que nosotros seríamos los primeros en lamentar. Nosotros sabemos que no hemos ayudado a las organizaciones del personal civil de la Nación. Pero, ¿por qué no las hemos ayudado? Sencillamente, porque las organizaciones del personal civil de la Nación no se ayudaron nunca a sí mismas. Tuvieron hombres de muy buena voluntad, excelentes personas, buenos muchachos, pero que lamentablemente no trabajaron para la organización sino en una medida limitada o en una dirección equivocada. Estas organizaciones, como todas las obras, nacen y se desarrollan bajo un solo impulso y una sola fuerza: la solidaridad. Cuando esa solidaridad no se ha cristalizado espiritual y materialmente en demostraciones fehacientes de la realidad organizativa, no se va lejos y no se realiza un gran trabajo.

Es indispensable, antes que nada, realizar esa organización y hacer que la misma tenga sus dirigentes capacitados y entusiastas. Esas obras que se realizan para los demás deben ser las que necesitan más entusiasmo. La tarea burocrática de una organización es inoperante, intrascendente, y es, muchas veces, la fuerza que mata a la propia organización. En esto se necesitan hombres entusiastas que todos los días estén pensando qué pueden hacer en bien de los demás. A diferencia de lo que muchos creen, los hombres que triunfan en estas organizaciones no son los que trabajan para ellos sino los que trabajan para los demás.

En este sentido, habría que enseñarles todavía mucho a los hombres. Los que, presididos generalmente por ese espíritu egoísta que todos tenemos adentro y que debemos trabajar incesantemente para arrojarlo por la ventana de una vez, van pensando en el provecho que ellos pueden obtener de una situación de preeminencia en la dirección de cualquier organización. Grave error. El hombre, en la organización, es importante por una sola cosa: por lo que él rinde en beneficio de los demás. Ese es el único camino por el que el dirigente llega a valer algo y a importar algo.

Por eso hasta el hombre que posee ambiciones -yo alabo a los hombres que teniendo ambiciones quieren llegar- tiene un solo camino: sacrificarse todos los días un poco más por los otros y realizar una obra en beneficio del conjunto. Solamente así se llega; solamente así se triunfa en el campo de la dirección. Si uno no piensa de esta manera, es mejor que no se dedique a esta clase de actividades; es preferible que ponga una tienda o un negocio de cualquier naturaleza.

Por eso es muy probable que en la Unión del Personal Civil de la Nación se esté produciendo un fenómeno con un poco de retardo con referencia al resto de las organizaciones. ¿Por qué razón? Porque ustedes saben que nosotros, el personal al servicio directo del Estado, no hemos tenido nunca verdaderos dirigentes. Nuestros dirigentes siempre han sido políticos y personas de distinto orden. De esta manera, nosotros, los hombres del servicio civil o militar de la Nación, hemos estado subordinados y hemos estado al servicio de esos dirigentes políticos. En nuestro país, los dirigentes políticos van desapareciendo y todos van a morir definitivamente. No queremos en nuestro movimiento a caudillos de ninguna naturaleza; queremos dirigentes. La diferencia que hay entre caudillo y dirigente es muy simple: el caudillo se sirve de la masa para triunfar en sus ambiciones; el dirigente es un hombre que renuncia a lo suyo para servir a los demás. Uno es el que se sirve de la masa, y el otro es el que sirve a la masa, conceptos total y absolutamente distintos. Por eso, lo que nosotros queremos formar en el país son dirigentes y lo que queremos matar en el país definitivamente son los caudillos.

Por tal motivo, cuando surge un dirigente dentro de nuestro movimiento todos le ponemos el hombro; cuando surge un caudillo, todos ayudamos a eliminarlo.

Todo esto se va conformando con la marcha del tiempo. Después veremos que seremos más valiosos en todas las manifestaciones de la organización cuando tengamos al frente de la misma hombres que se sacrifiquen abnegadamente por servir a la organización y cuando, además, hayamos terminado con aquellos que son encumbrados, no para sacrificarse por los demás, sino para aprovechar la canongía de los puestos y dedicar a la satisfacción de sus intereses materiales lo que debe estar al servicio del interés de la comunidad.

Por ello debemos empeñarnos en esa lucha con mayor decisión para ir formando nuestros dirigentes, porque las organizaciones no cuentan por el número de sus asociados sino por la calidad de sus dirigentes. Siempre digo que me gusta más el espectáculo de cien ovejas mandadas por un león, que el de cien leones guiados por una oveja.

Los dirigentes son el alma, el verdadero espíritu de la organización; los adherentes son sólo un número, tal vez un valor en potencia. Pero el valor en presencia es siempre el dirigente, ya que las organizaciones no hablan por boca de sus asociados, sino por la de sus dirigentes, ni obran por acción de sus asociados sino por la de sus dirigentes. Luego, los aciertos y los desaciertos están en manos de los dirigentes y no de los asociados. El éxito es el honor de los dirigentes, y el fracaso, su responsabilidad y su desgracia. Todo en la vida está repartido más o menos con justicia; es cuestión de que la sepamos asegurar. Ello se consigue a través de organizaciones que persigan con fe un fin altruista.

Compañeros: les deseo, con toda sinceridad, el mayor de los éxitos; pero les hago notar que éste se alcanza de una sola manera: por medio del propio sacrificio. Sin sacrificio, el éxito es muy aleatorio y dubitativo; con esfuerzo y sacrificio, el éxito es seguro, y en este campo, más seguro que en ningún otro.

Lo que ustedes hagan en esta organización básica, difícilmente va a variar con el correr del tiempo. Con la sabiduría y prudencia que pongan en la organización que realicen, probablemente ésta se prolongue por años. Pero también los errores que cometan en la concepción de esa organización estructural o funcional básica difícilmente dejen de gravitar en ella por muchos años.

Este acto de la constitución de una nueva concepción orgánica de la Unión del Personal Civil de la Nación, será de una trascendencia extraordinaria, y el nombre de cada uno de ustedes estará ligado al destino de la organización, tanto en sus éxitos como en sus fracasos del futuro. Quiera Dios iluminar a cada uno de ustedes para que con ese altruismo, con esa prudencia y con esa sabiduría, puedan alcanzar todos los éxitos que les auguro en la organización y pueden estar absolutamente persuadidos de que el Estado y el gobierno pondrán en mano de ustedes, para la concreción de esos ideales, toda la ayuda que sea necesaria, sin consideración y sin medida.

Compañeros: me siento muy feliz al contemplar esta asamblea de dirigentes del personal civil de la Nación, porque, yo que he propugnado la organización de todos los argentinos, no estaría satisfecho si mis propios compañeros de función y de acción no hubiesen realizado también su propia organización bajo las mismas bases de independencia, de libertad absoluta y de buena fe, absoluta también, con que yo deseo que se organice todo el pueblo argentino. Esta tarea de organizar el personal civil me toca muy de cerca por razón de funciones, y en esto quiero también ofrecer a esta asamblea todas las posibilidades que el gobierno y el Estado ponen en nuestras manos para la organización material de vuestra institución en todo el territorio de la República, como asimismo la posibilidad de trabajar mancomunadamente con la Unión del Personal Civil de la Nación en el establecimiento de las condiciones de trabajo de todo orden para su futuro desenvolvimiento.

Así como en el momento actual hemos pedido la colaboración de todas las fuerzas para un mejor desempeño de nuestra acción gubernativa en el país, solicitamos también la cooperación de todo el personal civil para un mejor desempeño en el gobierno y en la administración. Ustedes representan un valioso aporte de ayuda en nuestra función. Cuando hablamos de combatir la burocracia y de combatir todos los vicios que muchas veces son los principales factores que gravitan negativamente en la vida del Estado y del gobierno, nos olvidamos un poco de recurrir a ustedes que son quienes pueden evitar en mayor medida la propagación de esos vicios y defectos administrativos. A través de los organismos gubernamentales podemos llegar a los agentes de la Nación en forma oficial. Pero yo tengo más fe en lo que podremos hacer cuando lleguemos a ustedes, por persuasión, para una tarea común, que lo que puede realizarse por orden jerárquico y administrativo.

Yo sé que se hace mucho más, y por eso me gusta trabajar con el corazón de los hombres. Y sé también que el camino para llegar a la persuasión y al corazón de los hombres, está más en estas organizaciones que en la escala jerárquica y administrativa.

Nosotros hemos encarado ya la reestructuración estatal y gubernamental. Hemos empezado por arriba y seguiremos por los demás estamentos de la escala gubernamental y administrativa, y allí necesitaremos la ayuda de cada uno de ustedes.

Nosotros hemos de pedir esa ayuda; pero si ustedes están organizados y comienzan ya a estudiar estos problemas para servir de una manera efectiva y real y para aliviarnos de esa burocracia y de todos esos defectos persistentes y arraigados en la administración estatal y gubernamental, prestarán la más amplia, efectiva y absoluta colaboración al Estado y al gobierno.

Por esa razón, yo veo auspiciosamente llegar a esta organización. Y pido a Dios que en el éxito de ustedes esté también el éxito de las ideas que nosotros sustentamos en el orden del agente estatal.

Ustedes, compañeros, realizarán su asamblea. Yo les pido que me hagan llegar las conclusiones de todo orden a que arriben en la misma. Si ustedes, en la organización, echan las bases y plantean lo orgánico, estructural y funcional, nosotros, desde el Estado, podemos servirlos en forma inmediata y valiosa. Pero tengan en cuenta que ustedes también pueden servirnos a nosotros en la misma forma, inmediata y valiosa.

Finalmente, deseo decirles que estas ideas no son sino la base de toda nuestra Doctrina. Nosotros trabajamos con solidaridad, trabajamos con humildad y con abnegación, tratando de servir a los demás. En estas obras que nosotros realizamos, rara vez va el interés personal; la mayor parte de las veces va el interés de los demás.

Y ustedes se organizan de acuerdo con estas ideas. Por eso es auspicioso para nosotros que ustedes realicen en un campo similar al nuestro la misma tarea, con el mismo desinterés, con la misma abnegación y dispuestos al mismo sacrificio.

Dios quiera que triunfen; Dios quiera que el éxito corone esta organización y que veamos nacer aquí un pujante movimiento de la Unión del Personal Civil, que levante regionales en todo el país, que levante sus mutualidades, sus asociaciones de ayuda social, sus proveedurías, sus escuelas sindicales, y todo lo necesario para que un movimiento de esta naturaleza sea completo. Y Dios quiera que todo eso lo pongan en buenas manos, en compañeros que quieran trabajar, en compañeros que quieran sacrificarse un poco para hacer más grande la organización; y que ese éxito que ustedes obtengan llegue a ser un ejemplo para los demás argentinos. Siempre tengan presente que la organización estatal, en cierta manera, tiene la obligación de dar el ejemplo a las demás organizaciones. Quiera Dios que en poco tiempo sean ustedes el ejemplo de las organizaciones argentinas. 

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