Compañeros: deseo que mis primeras palabras sean para agradecer
los amables conceptos que terminamos de escuchar, como así también esta
generosa donación que la Unión del Personal Civil de la Nación hace a la
Fundación Eva Perón. Yo solamente puedo asegurar que estas generosas donaciones
siempre son empleadas, indefectiblemente, al servicio de los hombres y mujeres
de nuestro pueblo que efectivamente tienen una necesidad.
Agradezco, también, el ejemplar de los Estatutos que me han hecho
llegar, y, en forma muy especial, esa placa que será colocada en el monumento a
la señora Eva Perón, que actualmente se está construyendo, placa que nos hacen llegar con ese
amplio espíritu de solidaridad nuestros compañeros
chilenos, que en nuestra tierra son hermanos y son amigos.
Yo me siento muy feliz por el hecho de dirigir la palabra en este
día a los demás agentes del Estado que, como yo, conforman cada uno de ellos
una pequeña partícula de ese inmenso organismo que la Nación sostiene para su
servicio directo. Es indudable que si alguna organización es trascendente para
la vida del Estado, ésa es la Unión de su Personal Civil.
El personal civil es el agente al servicio inmediato y directo del
Estado. Nosotros hemos fijado bien en nuestra Doctrina cuáles son las
gradaciones y los servicios que los hombres prestan a la comunidad,
estableciendo perfectamente quiénes son los agentes del Estado, vale decir, los
que están en el gobierno y los que están conformando las organizaciones
estatales, como así también las organizaciones del pueblo, aquellas que,
libremente constituidas, representan las fuerzas que actúan popularmente en la
comunidad.
Son de extraordinaria importancia en la organización de esa
comunidad los hombres que forman el gobierno. Son también extraordinariamente
importantes los que forman la organización estatal y los que integran las
organizaciones populares. Ustedes, los agentes del Estado, organizados,
constituyen en ese orden organizativo una institución que tiene una doble
importancia: la de pertenecer a la organización del Estado y la de constituir
una organización popular también al servicio del Estado.
Por esta razón, en muchas ocasiones en que yo he hablado con los
compañeros de la Unión del Personal Civil, he mencionado la importancia que
para nosotros tiene esta organización. Sabemos bien que sobre esto han existido
numerosas opiniones, partiendo desde aquella que establece la obligatoriedad de
agremiación de todos los agentes que prestan servicios en las organizaciones
estatales, como aquellas que diferencian perfectamente bien las organizaciones estatales
en su conjunto, o establecen la libertad absoluta para que sus hombres se
agrupen en aquellas asociaciones que sean de su preferencia. Ustedes saben bien
que siempre he apoyado esta última solución.
Los hombres, de acuerdo con la institución estatal, por mandato de nuestra
Constitución, se reúnen en aquellas organizaciones que son de su preferencia;
ni el Estado ni el gobierno pueden obligar a nadie a asociarse en determinada
organización, ni puede impedir a sus ciudadanos que se organicen, siempre que
sea con fines útiles.
Yo creo que la organización que ustedes representan tiene un
porvenir magnífico, porque está constituida por una gran cantidad de personas,
con aspiraciones similares, con necesidades semejantes y con objetivos también
particulares, adecuados a sus propios requerimientos de la defensa de los
intereses profesionales. Por esa razón yo veo con extraordinaria simpatía que
en este acto se realice -por primera vez en la unión de órganos y agentes del Estado-
una asamblea libre y abierta, para que esta
organización nazca sin pecado original y para que la voluntad soberana de sus
asociados trace también su estatuto -libremente concebido y libremente aprobado
por ella- que determine para el futuro el nacimiento de una real organización
que, aunando voluntades y esfuerzos, permita echar las bases definitivas de
esta asociación gremial y sindical.
El gobierno auspicia esta organización; lo ha hecho siempre, la
auspicia más desde el momento que cuatrocientos o quinientos delegados de todo
el país llegan a esta Capital para realizar su asamblea y su congreso que
determinen no solamente sus fines, sino el destino de la propia organización.
En esto se establece, patente y claramente, que se coloca una nueva piedra
fundamental de esta asociación, que ha tenido que recorrer un camino un poco
sinuoso en sus primeros años. En ésta, como en todas las cosas de la vida,
indudablemente conviene iniciar de nuevo las empresas que no se desarrollan y
desempeñan bien; hay que seguir el consejo de Martín Fierro: "Árbol que
nace torcido, nunca su tronco endereza." Cuando uno ve que el árbol va
saliendo torcido, lo mejor es sacarlo y plantar otro que crezca derecho. Eso es
lo que deben hacer ustedes. Por ello estoy plenamente seguro de que éste es el
nacimiento esplendoroso de una magnífica organización que puede constituir la
Unión del Personal Civil de la Nación, y por parte del gobierno encontrarán
todo el apoyo y la simpatía que pueda prestar a una organización que nace para
estar al servicio del pueblo y del país.
Por otra parte, de acuerdo con la concepción justicialista
en la que nosotros aceptamos una sola autoridad jerárquica, que es la que da la
honradez y la capacidad, en medio de la humildad con que todos están obligados
a servir a la patria, pensamos que esta organización hará llegar al gobierno
sus conclusiones, deseos, aspiraciones y objetivos, porque estamos seguros de
que esas conclusiones, esas aspiraciones, esos deseos y esos objetivos,
coincidirán total y absolutamente con los objetivos que nosotros defendemos y
tratamos de llevar adelante.
Siempre he dicho que en este orden de actividades ni el gobierno,
ni el Estado, ni ninguna fuerza interna o externa, puede resolver el problema
que no resuelva la propia organización. Por más buena voluntad que yo tuviese
como presidente de la República y como primer afiliado de vuestra institución,
y por más buena voluntad que tuviesen todas las organizaciones gubernamentales
y estatales, ustedes no llegarían a ninguna parte si no se decidieran ustedes
mismos a resolver sus problemas con su propia fuerza. Para que nosotros, el
Estado o el gobierno, podamos ayudar a la organización, es necesario, antes que
ella se organice, que se constituya y se ayude a sí misma. Es el caso que yo
cito siempre de que mal se puede hacer un guiso de liebre si no se cuenta
primero con la liebre.
Entonces, señores, reúnanse ustedes en asamblea y constituyan una
verdadera organización. Realicen después los congresos que sean necesarios para
ir acordando paso a paso todas las conquistas que deben concretarse en la
organización, y verán ustedes que no tendrán nunca que arrepentirse ni
lamentarse de una falta de ayuda que nosotros seríamos los primeros en
lamentar. Nosotros sabemos que no hemos ayudado a las organizaciones del
personal civil de la Nación. Pero, ¿por qué no las hemos ayudado?
Sencillamente, porque las organizaciones del personal civil de la Nación no se
ayudaron nunca a sí mismas. Tuvieron hombres de muy buena voluntad, excelentes
personas, buenos muchachos, pero que lamentablemente no trabajaron para la
organización sino en una medida limitada o en una dirección equivocada. Estas
organizaciones, como todas las obras, nacen y se desarrollan bajo un solo
impulso y una sola fuerza: la solidaridad. Cuando esa solidaridad no se ha
cristalizado espiritual y materialmente en demostraciones fehacientes de la
realidad organizativa, no se va lejos y no se realiza un gran trabajo.
Es indispensable, antes que nada, realizar esa organización y
hacer que la misma tenga sus dirigentes capacitados y entusiastas. Esas obras
que se realizan para los demás deben ser las que necesitan más entusiasmo. La
tarea burocrática de una organización es inoperante, intrascendente, y es,
muchas veces, la fuerza que mata a la propia organización. En esto se necesitan
hombres entusiastas que todos los días estén pensando qué pueden hacer en bien
de los demás. A diferencia de lo que muchos creen, los hombres que triunfan en
estas organizaciones no son los que trabajan para ellos sino los que trabajan
para los demás.
En este sentido, habría que enseñarles todavía mucho a los
hombres. Los que, presididos generalmente por ese espíritu egoísta que todos
tenemos adentro y que debemos trabajar incesantemente para arrojarlo por la
ventana de una vez, van pensando en el provecho que ellos pueden obtener de una
situación de preeminencia en la dirección de cualquier organización. Grave
error. El hombre, en la organización, es importante por una sola cosa: por lo
que él rinde en beneficio de los demás. Ese es el único camino por el que el dirigente
llega a valer algo y a importar algo.
Por eso hasta el hombre que posee ambiciones -yo alabo a los
hombres que teniendo ambiciones quieren llegar- tiene un solo camino:
sacrificarse todos los días un poco más por los otros y realizar una obra en
beneficio del conjunto. Solamente así se llega; solamente así se triunfa en el
campo de la dirección. Si uno no piensa de esta manera, es mejor que no se
dedique a esta clase de actividades; es preferible que ponga una tienda o un
negocio de cualquier naturaleza.
Por eso es muy probable que en la Unión del Personal Civil de la
Nación se esté produciendo un fenómeno con un poco de retardo con referencia al
resto de las organizaciones. ¿Por qué razón? Porque ustedes saben que nosotros,
el personal al servicio directo del Estado, no hemos tenido nunca verdaderos
dirigentes. Nuestros dirigentes siempre han sido políticos y personas de
distinto orden. De esta manera, nosotros, los hombres del servicio civil o
militar de la Nación, hemos estado subordinados y hemos estado al servicio de
esos dirigentes políticos. En nuestro país, los dirigentes políticos van
desapareciendo y todos van a morir definitivamente. No queremos en nuestro
movimiento a caudillos de ninguna naturaleza; queremos dirigentes. La
diferencia que hay entre caudillo y dirigente es muy simple: el caudillo se
sirve de la masa para triunfar en sus ambiciones; el dirigente es un hombre que
renuncia a lo suyo para servir a los demás. Uno es el que se sirve de la masa,
y el otro es el que sirve a la masa, conceptos total y absolutamente distintos.
Por eso, lo que nosotros queremos formar en el país son dirigentes y lo que
queremos matar en el país definitivamente son los caudillos.
Por tal motivo, cuando surge un dirigente dentro de nuestro
movimiento todos le ponemos el hombro; cuando surge un caudillo, todos ayudamos
a eliminarlo.
Todo esto se va conformando con la marcha del tiempo. Después
veremos que seremos más valiosos en todas las manifestaciones de la
organización cuando tengamos al frente de la misma hombres que se sacrifiquen
abnegadamente por servir a la organización y cuando, además, hayamos terminado
con aquellos que son encumbrados, no para sacrificarse por los demás, sino para
aprovechar la canongía de los puestos y dedicar a la satisfacción de sus
intereses materiales lo que debe estar al servicio del interés de la comunidad.
Por ello debemos empeñarnos en esa lucha con mayor decisión para
ir formando nuestros dirigentes, porque las organizaciones no cuentan por el
número de sus asociados sino por la calidad de sus dirigentes. Siempre digo que
me gusta más el espectáculo de cien ovejas mandadas por un león, que el de cien
leones guiados por una oveja.
Los dirigentes son el alma, el verdadero espíritu de la
organización; los adherentes son sólo un número, tal vez un valor en potencia.
Pero el valor en presencia es siempre el dirigente, ya que las organizaciones
no hablan por boca de sus asociados, sino por la de sus dirigentes, ni obran
por acción de sus asociados sino por la de sus dirigentes. Luego, los aciertos
y los desaciertos están en manos de los dirigentes y no de los asociados. El
éxito es el honor de los dirigentes, y el fracaso, su responsabilidad y su
desgracia. Todo en la vida está repartido más o menos con justicia; es cuestión
de que la sepamos asegurar. Ello se consigue a través de organizaciones que
persigan con fe un fin altruista.
Compañeros: les deseo, con toda sinceridad, el mayor de los
éxitos; pero les hago notar que éste se alcanza de una sola manera: por medio
del propio sacrificio. Sin sacrificio, el éxito es muy aleatorio
y dubitativo; con esfuerzo y sacrificio, el éxito es seguro, y en este campo,
más seguro que en ningún otro.
Lo que ustedes hagan en esta organización básica, difícilmente va
a variar con el correr del tiempo. Con la sabiduría y prudencia que pongan en
la organización que realicen, probablemente ésta se prolongue por años. Pero
también los errores que cometan en la concepción de esa organización
estructural o funcional básica difícilmente dejen de gravitar en ella por
muchos años.
Este acto de la constitución de una nueva concepción orgánica de
la Unión del Personal Civil de la Nación, será de una trascendencia
extraordinaria, y el nombre de cada uno de ustedes estará ligado al destino de
la organización, tanto en sus éxitos como en sus fracasos del futuro. Quiera
Dios iluminar a cada uno de ustedes para que con ese altruismo, con esa
prudencia y con esa sabiduría, puedan alcanzar todos los éxitos que les auguro en la
organización y pueden estar absolutamente persuadidos de que el Estado y el
gobierno pondrán en mano de ustedes, para la concreción de esos ideales, toda
la ayuda que sea necesaria, sin consideración y sin medida.
Compañeros: me siento muy feliz al contemplar esta asamblea de
dirigentes del personal civil de la Nación, porque, yo que he propugnado
la organización de todos los argentinos, no estaría satisfecho si mis propios
compañeros de función y de acción no hubiesen realizado también su propia
organización bajo las mismas bases de independencia, de libertad absoluta y de
buena fe, absoluta también, con que yo deseo que se organice todo el pueblo
argentino. Esta tarea de organizar el personal civil me toca muy de cerca por
razón de funciones, y en esto quiero también ofrecer a esta asamblea todas las
posibilidades que el gobierno y el Estado ponen en nuestras manos para la
organización material de vuestra institución en todo el territorio de la
República, como asimismo la posibilidad de trabajar mancomunadamente con la
Unión del Personal Civil de la Nación en el establecimiento de las condiciones
de trabajo de todo orden para su futuro desenvolvimiento.
Así como en el momento actual hemos pedido la colaboración de
todas las fuerzas para un mejor desempeño de nuestra acción gubernativa en el
país, solicitamos también la cooperación de todo el personal civil para un
mejor desempeño en el gobierno y en la administración. Ustedes representan un
valioso aporte de ayuda en nuestra función. Cuando hablamos de combatir la
burocracia y de combatir todos los vicios que muchas veces son los principales
factores que gravitan negativamente en la vida del Estado y del gobierno, nos
olvidamos un poco de recurrir a ustedes que son quienes pueden evitar en mayor
medida la propagación de esos vicios y defectos administrativos. A través de
los organismos gubernamentales podemos llegar a los agentes de la Nación en
forma oficial. Pero yo tengo más fe en lo que podremos hacer cuando lleguemos a
ustedes, por persuasión, para una tarea común, que lo que puede realizarse por
orden jerárquico y administrativo.
Yo sé que se hace mucho más, y por eso me gusta trabajar con el
corazón de los hombres. Y sé también que el camino para llegar a la persuasión
y al corazón de los hombres, está más en estas organizaciones que en la escala
jerárquica y administrativa.
Nosotros hemos encarado ya la reestructuración estatal y
gubernamental. Hemos empezado por arriba y seguiremos por los demás
estamentos de la escala gubernamental y administrativa, y allí necesitaremos la
ayuda de cada uno de ustedes.
Nosotros hemos de pedir esa ayuda; pero si ustedes están
organizados y comienzan ya a estudiar estos problemas para servir de una manera efectiva
y real y para aliviarnos de esa burocracia y de todos esos defectos
persistentes y arraigados en la administración estatal y gubernamental,
prestarán la más amplia, efectiva y absoluta colaboración al Estado y al
gobierno.
Por esa razón, yo veo auspiciosamente llegar a esta organización.
Y pido a Dios que en el éxito de ustedes esté también el éxito de las ideas que
nosotros sustentamos en el orden del agente estatal.
Ustedes, compañeros, realizarán su asamblea. Yo les pido que me
hagan llegar las conclusiones de todo orden a que arriben en la misma. Si
ustedes, en la organización, echan las bases y plantean lo orgánico,
estructural y funcional, nosotros, desde el Estado, podemos servirlos en forma
inmediata y valiosa. Pero tengan en cuenta que ustedes también pueden servirnos
a nosotros en la misma forma, inmediata y valiosa.
Finalmente, deseo decirles que estas ideas no son sino la base de
toda nuestra Doctrina. Nosotros trabajamos con solidaridad, trabajamos con
humildad y con abnegación, tratando de servir a los demás. En estas obras que
nosotros realizamos, rara vez va el interés personal; la mayor parte de las
veces va el interés de los demás.
Y ustedes se organizan de acuerdo con estas ideas. Por eso es
auspicioso para nosotros que ustedes realicen en un campo similar al nuestro la misma
tarea, con el mismo desinterés, con la misma abnegación y dispuestos al mismo
sacrificio.
Dios quiera que triunfen; Dios quiera que el éxito corone esta
organización y que veamos nacer aquí un pujante movimiento de la Unión del
Personal Civil, que levante regionales en todo el país, que levante sus
mutualidades, sus asociaciones de ayuda social, sus proveedurías,
sus escuelas sindicales, y todo lo necesario para que un movimiento de esta
naturaleza sea completo. Y Dios quiera que todo eso lo pongan en buenas manos,
en compañeros que quieran trabajar, en compañeros que quieran sacrificarse un
poco para hacer más grande la organización; y que ese éxito que ustedes
obtengan llegue a ser un ejemplo para los demás argentinos. Siempre tengan
presente que la organización estatal, en cierta manera, tiene la obligación de
dar el ejemplo a las demás organizaciones. Quiera Dios que en poco tiempo sean
ustedes el ejemplo de las organizaciones argentinas.