Jóvenes y trabajo
Atendiendo
a las particularidades de los jóvenes, resulta fundamental la adquisición de
conocimientos básicos y necesarios, técnicas, destrezas y habilidades
vinculadas al mundo laboral, que les permitan ampliar las posibilidades de
inclusión social y laboral. Así también, comprender los factores que inciden en
el mundo del trabajo, conocer los derechos y deberes como trabajadores y
trabajadoras e informarse acerca del mercado laboral.
Según
Gonzalo Assusa (2018), quien presenta un análisis de la desigualdad social
entre jóvenes durante los últimos 15 años en Argentina, “los indicadores
laborales (actividad económica y desempleo) mejoran para los jóvenes durante el
primer período (2004-2014) y vuelven a empeorar en el último período
(2014-2019). Esto mismo sucede con los indicadores laborales de adultos” (p.
25).
La
generación de oportunidades de inclusión a través de acciones integradas les
permitió a las/los jóvenes fortalecer la formación en general, las capacidades
y competencias básicas, pero no lograron revertir de manera efectiva esta
problemática. Siguiendo al Dr. Assusa (2018),
“En este sentido, todo parece
indicar que no basta con la dinamización del mercado laboral (como la que vivió
Argentina a partir de 2004), sino que son necesarias intervenciones políticas
directas para transformar la profunda asimetría en las relaciones entre grupos
de edad. En esta línea hace tiempo señalamos la necesidad de profundizar los
llamados dispositivos de intermediación laboral, operados por agentes idóneos,
con una formación crítica en la problemática del empleo juvenil” (p. 25).
La relación entre jóvenes y trabajo es una de las
cuestiones públicas que adquiere mayor relevancia en los últimos años. El
desempleo y la precariedad laboral las/os afectan de modo particular. En
nuestro país, la tasa de desempleo marcó un hito en el 2001 con un 25%,
mostrando la profundidad de la crisis económica. Desde 2003, la recuperación
económica y del empleo y el salario no han impactado en los y las jóvenes de
igual modo que en los adultos, presentándose como un grupo vulnerable, ya que
son quienes tienen mayores dificultades para entrar y permanecer en el empleo,
sufriendo los niveles de precariedad, flexibilidad, informalidad y bajos
salarios, siendo en los sectores populares donde se configuraron las formas más
severas de exclusión.
Gorostiaga
(2012) realiza un estudio de las políticas educativas argentinas a nivel
nacional y provincial, centrándose en la obligatoriedad de la terminalidad del
nivel secundario (Ley N° 26.206)
y concibiendo la educación como herramienta para la construcción de una
sociedad más igualitaria. De ello concluye que las políticas vigentes no
han logrado revertir en su totalidad la brecha existente entre los distintos
sectores sociales, sin conseguir la inclusión social a la que se apunta.
Con respecto al acceso al trabajo,
Assusa (2018) sostiene que afectó de manera dispar a los jóvenes según los
niveles de ingresos de sus familias. Su estudio sostiene que aquellos
pertenecientes a familias con mejores ingresos “percibieron en los últimos años
un aumento en el empleo formal y una leve suba en la tasa de desempleo”, y
concluye que “los jóvenes de familias de mayores ingresos económicos logran en
mayor medida empleos con ocupación plena y cobran más por cada hora trabajada
que los jóvenes de familias con menores ingresos” (p. 21). A nivel general, sin embargo, el
estudio registra que entre 2004 y 2014, la tasa de desempleo juvenil disminuyó
considerablemente del 27% al 17%. De todos modos, “para 2019 la tendencia se
revirtió y volvió a aumentar a un 24%”.
El
problema del trabajo trasciende la desocupación, y se constituye en una
dificultad central el déficit de empleo “decente”; la sub-ocupación,
precarización, flexibilización, bajos salarios e informalidad salarial afectan
a los jóvenes más profundamente que a los adultos, por ejemplo, la tasa de
jóvenes asalariados no registrados casi duplica a la de los adultos. (Informe
OIT, 2011).
Claudia Jacinto en diversos estudios plantea que los jóvenes
y en especial los más vulnerables parecen ser la punta de lanza de una crisis
en la organización social de los ciclos de vida considerada desde el doble
punto de vista de las instituciones y de los individuos. Aquella quimera de la
juventud como etapa de transición entre la niñez y la adultez, donde tal pasaje
suponía la salida del hogar de origen y la asunción de responsabilidades
laborales y de reproducción familiar es un modelo perimido, se va rompiendo en
el marco de la crisis del empleo, para convertirse cada vez más en una
transición larga y compleja (Jacinto, 1996; Ramírez, 1998). De allí que la
problemática del trabajo en los jóvenes en nuestro país, es tomada como tema de
agenda pública en particular en los últimos 10 años.
Actualmente, el proceso de inserción
laboral está signado por la inestabilidad, entre condiciones de actividad y las
movilidades voluntarias e involuntarias. Ante esta alteración de secuencias
laborales discontinuas, se desdibujan las trayectorias previsibles, las
certidumbres en torno al trabajo y los límites de la etapa juvenil (Galland,
2002). Los trayectos laborales son procesos complejos de construcción y
reconstrucción a lo largo del tiempo. La pérdida de la idea de progreso, la
imposibilidad de una continuidad en la vida laboral, el desdibujamiento de
esquemas lineales y la obstrucción en la realización de una carrera, requiere
dar cuenta de las rupturas que caracterizan a las prácticas laborales
contemporáneas.
Los cambios acontecidos en el mundo
del trabajo ocurren en el marco de un conjunto de tendencias sociales diversas
que trascienden esta esfera, concerniendo otras instituciones sociales y
dimensiones de la vida cotidiana de los jóvenes. Existe bibliografía que ha
documentado las transformaciones que han experimentado cada una de las esferas
de la vida social, Castel (1995, 2010) sostiene que el trabajo constituye “el
epicentro de la cuestión social”. Esta posición no intenta subestimar la
importancia ni la especificidad de los procesos producidos en otras esferas de
la vida social, aunque sostenemos que el trabajo conserva aún su centralidad[1]
Los
derechos y protecciones de los/as trabajadores/as no pueden descansar en la
estabilidad del empleo salarial clásico, en un mundo del trabajo caracterizado
por la fragmentación de los colectivos, la diversificación de los tipos de
actividades y la discontinuidad de las trayectorias profesionales (Castel, 2004,
2010). Es por esto que el trabajo ya no puede ni debe ser pensado como el
mecanismo principal de integración, frente a la desestabilización de las
regulaciones de la sociedad salarial: “para un número creciente de trabajadores/as
la relación laboral dejaba de ser el basamento estable a partir del cual podía
alimentarse el proyecto de construir una carrera, dominar los avatares del
porvenir y contener la inseguridad social” (Castel, 2010: 79). Las secuencias
de los itinerarios laborales están sujetas a una menor planificación, reflejo
de la fragmentación de los marcos normativos e institucionales.
Juventudes y actualidad
En un mundo golpeado por la pandemia,
de la cual Argentina y Córdoba no resultan exentas, se buscan realizar
diagnósticos asertivos para dar respuestas institucionales, reflotando el rol
del Estado, en tanto es responsable principal de llevar a cabo políticas
públicas dirigidas a los más necesitados
En
nuestro país, los jóvenes entre 15 y 24 años representan el tercer grupo en el
total de la población, son alrededor de 6,8 millones de personas y equivalen al
17,1% de la población. Los adultos constituyen el 47,2% por lo que se puede
afirmar que los jóvenes constituyen una elevada proporción de la fuerza
laboral. Sin embargo, las posibilidades de inserción y permanencia en el
mercado de trabajo son dispares para adultos y jóvenes, mientras la tasa de
desocupación juvenil es del 19,1% en el grupo de los adultos es del 5,1%.
El INDEC señala que, casi dos de
diez jóvenes están desempleados (19,3%), mientras que incide sobre el 7,4% de
la población en general. Es decir: la tasa de desempleo en los jóvenes más
que duplica a la de la población adulta en general y viene ampliándose desde
2004. Argentina, es el país con mayor desempleo juvenil de la región.
En
este sentido, Córdoba no es ajena a esta realidad, entendiendo que esta
situación se agudiza y profundiza en un contexto de una crisis mundial y
nacional que todavía no encuentra salida a la pandemia que no cesa, el INDEC
también anunció que el 40% de la población del Gran Córdoba, alrededor de 635
mil personas, no pueden cubrir el mínimo de ingresos para satisfacer
necesidades básicas. El 8,1% no llega a cubrir la canasta básica
alimentaria. También precisó
que la indigencia se ubicó en el 10,5 %, frente al 8 % del mismo período del
año anterior.
Los/as jóvenes deben
enfrentarse a una numerosa serie de requisitos, donde les exigen conocimientos
técnicos, académicos, capacidades sociales y emocionales, pero no se les
ofrecen las condiciones de trabajo reguladas por ley. Es por esto que, surge la
necesidad de que se
articulen mecanismos que propicien el empoderamiento de los mismos en el marco
de generar y acompañar el proceso de inserción laboral.
En la idea de aminorar los efectos
adversos que provoca la pandemia sobre los jóvenes, en nuestra provincia el
Plan Primer Paso se transforma en una oportunidad, la certeza de que miles de
jóvenes se incorporarán al mundo del trabajo, 15 mil oportunidades para jóvenes
de entre 16 y 24 años residentes en Córdoba, sumando que quienes sean
trasplantados o con discapacidad no tendrán límite de edad para
inscribirse.
En nuestra provincia la tasa de
desocupación afecta en mayor medida a los sectores más vulnerables: mujeres y
jóvenes. Las tasas de desocupación de mujeres son mayores a la tasa de
desocupación general, e incluso las tasas más altas de desocupación las
presentan las mujeres menores de 29 años. Las tasas de desocupación de hombres
menores de 29 años son mayores que las de hombres de 30 a 64 años. Entonces,
los más afectados son los/as jóvenes y en especial las mujeres jóvenes.
El desafío central consiste en
desarrollar y ampliar oportunidades, destrezas, saberes y competencias de los/as
jóvenes, para que puedan incorporarse al mercado de trabajo con una oferta
integrada, articulada y adecuada al contexto.
Apuntalar el empleo más que
subsidiar la pobreza, resulta alentador;
el Gobierno Nacional también lanzó “Te sumo” un programa para jóvenes de
entre 18 y 24 años en buscando facilitar el acceso al empleo formal y
registrado a hombres y mujeres. Este programa beneficiará a las Pequeñas y
Medianas Empresas que contraten jóvenes con una reducción en aportes patronales
y con un apoyo económico del Estado, que cubrirá el pago de hasta un 70 por
ciento del salario durante los primeros 12 meses a partir del alta laboral.
La educación y generación de empleo son la
mejor manera de combatir la pobreza apostando a que la
finalidad de estos espacios sea facilitar la superación de experiencias,
generar aprendizajes compartidos, de producción y construcción social, y sobre
todo procesos de empoderamiento donde se desarrollen habilidades necesarias y
así poder avanzar en el mundo laboral. Orientadas al desarrollo de
capacidades y certificación educativa, esta formación básica es una de las
principales herramientas para avanzar hacia un proyecto ocupacional
sólido.
BIBLIOGRAFÍA:
Assusa, G. (2018). Jóvenes vulnerados e invisibilizados. Dossier de Publicaciones Universitarias en
Derechos Humanos. Córdoba: Secretaría de Extensión Universitaria de la UNC.
Castel, R. (1995) La metamorfosis de
la cuestión social. Buenos Aires: Paidós.
Castel, R. (2004) La inseguridad
social: ¿qué es estar protegido? Buenos Aires: Manantial.
Castel, R. (2010) El ascenso de las
incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica.
Galland, O. (2002) Les jeunes.
Collection Repères, París: Editions la Découverte
Gorostiaga, J. (2012). Las políticas
para el nivel secundario en Argentina: ¿Hacia una
educación más igualitaria? Revista Uruguaya de Ciencia Política, 21 (1), pp. 141-159.
Jacinto, Claudia. Los
dispositivos recientes de empleo juvenil: institucionalidades,
articulaciones con la
educación formal y socialización laboral. Revista de Trabajo, 123-142. 2008.
[1] Las transformaciones del
último cuarto del siglo XX abrieron el debate en torno a su centralidad, al
postularse la tesis sobre “el fin del trabajo”. Según la teoría posmoderna, se
trata de la desarticulación y marginación del mundo del trabajo con respecto a
otros mundos de la vida, en particular el fin de la centralidad del trabajo en
la constitución de subjetividades e identidades colectivas. Desde esta
perspectiva, autores como Offe (1985), Rifkin (1996) y Gorz (1997) sostienen
que los cambios ocurridos en el nuevo capitalismo erosionan la importancia del
trabajo como referencial identitario. En esta línea, un conjunto de autores
(Bauman, 2000; Pérez Islas y Urteaga, 2001; Svampa, 2005) arguyen que las
identidades contemporáneas se construyen en base a nuevos soportes centrados en
el individuo, donde las prácticas de consumo asumen un papel central. Frente a
la tesis del fin del trabajo, Castel señala que “si bien el trabajo no ha
perdido su importancia, ha perdido mucho de su consistencia, de la cual extraía
lo esencial de su poder protector” (2004: 103-104). Este autor postula que el
proceso al que se asiste constituye una transformación de la condición salarial
donde la estabilidad y protección social de antaño son reemplazadas por una
creciente precarización (Castel, 2010). Desde una perspectiva similar, De la
Garza Toledo (2002) argumenta que la extensión del trabajo precario no
significa el fin del trabajo, sino su transformación en nuevas formas que no
eran las predominantes durante el modelo fordista.