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 21/03/2023   722

Jóvenes y trabajo

            Atendiendo a las particularidades de los jóvenes, resulta fundamental la adquisición de conocimientos básicos y necesarios, técnicas, destrezas y habilidades vinculadas al mundo laboral, que les permitan ampliar las posibilidades de inclusión social y laboral. Así también, comprender los factores que inciden en el mundo del trabajo, conocer los derechos y deberes como trabajadores y trabajadoras e informarse acerca del mercado laboral.

            Según Gonzalo Assusa (2018), quien presenta un análisis de la desigualdad social entre jóvenes durante los últimos 15 años en Argentina, “los indicadores laborales (actividad económica y desempleo) mejoran para los jóvenes durante el primer período (2004-2014) y vuelven a empeorar en el último período (2014-2019). Esto mismo sucede con los indicadores laborales de adultos” (p. 25).

            La generación de oportunidades de inclusión a través de acciones integradas les permitió a las/los jóvenes fortalecer la formación en general, las capacidades y competencias básicas, pero no lograron revertir de manera efectiva esta problemática. Siguiendo al Dr. Assusa (2018),

“En este sentido, todo parece indicar que no basta con la dinamización del mercado laboral (como la que vivió Argentina a partir de 2004), sino que son necesarias intervenciones políticas directas para transformar la profunda asimetría en las relaciones entre grupos de edad. En esta línea hace tiempo señalamos la necesidad de profundizar los llamados dispositivos de intermediación laboral, operados por agentes idóneos, con una formación crítica en la problemática del empleo juvenil” (p. 25).

            La relación entre jóvenes y trabajo es una de las cuestiones públicas que adquiere mayor relevancia en los últimos años. El desempleo y la precariedad laboral las/os afectan de modo particular. En nuestro país, la tasa de desempleo marcó un hito en el 2001 con un 25%, mostrando la profundidad de la crisis económica. Desde 2003, la recuperación económica y del empleo y el salario no han impactado en los y las jóvenes de igual modo que en los adultos, presentándose como un grupo vulnerable, ya que son quienes tienen mayores dificultades para entrar y permanecer en el empleo, sufriendo los niveles de precariedad, flexibilidad, informalidad y bajos salarios, siendo en los sectores populares donde se configuraron las formas más severas de exclusión.

            Gorostiaga (2012) realiza un estudio de las políticas educativas argentinas a nivel nacional y provincial, centrándose en la obligatoriedad de la terminalidad del nivel secundario (Ley N° 26.206) y concibiendo la educación como herramienta para la construcción de una sociedad más igualitaria. De ello concluye que las políticas vigentes no han logrado revertir en su totalidad la brecha existente entre los distintos sectores sociales, sin conseguir la inclusión social a la que se apunta.

            Con respecto al acceso al trabajo, Assusa (2018) sostiene que afectó de manera dispar a los jóvenes según los niveles de ingresos de sus familias. Su estudio sostiene que aquellos pertenecientes a familias con mejores ingresos “percibieron en los últimos años un aumento en el empleo formal y una leve suba en la tasa de desempleo”, y concluye que “los jóvenes de familias de mayores ingresos económicos logran en mayor medida empleos con ocupación plena y cobran más por cada hora trabajada que los jóvenes de familias con menores ingresos” (p. 21). A nivel general, sin embargo, el estudio registra que entre 2004 y 2014, la tasa de desempleo juvenil disminuyó considerablemente del 27% al 17%. De todos modos, “para 2019 la tendencia se revirtió y volvió a aumentar a un 24%”.

            El problema del trabajo trasciende la desocupación, y se constituye en una dificultad central el déficit de empleo “decente”; la sub-ocupación, precarización, flexibilización, bajos salarios e informalidad salarial afectan a los jóvenes más profundamente que a los adultos, por ejemplo, la tasa de jóvenes asalariados no registrados casi duplica a la de los adultos. (Informe OIT, 2011).

            Claudia Jacinto en diversos estudios plantea que los jóvenes y en especial los más vulnerables parecen ser la punta de lanza de una crisis en la organización social de los ciclos de vida considerada desde el doble punto de vista de las instituciones y de los individuos. Aquella quimera de la juventud como etapa de transición entre la niñez y la adultez, donde tal pasaje suponía la salida del hogar de origen y la asunción de responsabilidades laborales y de reproducción familiar es un modelo perimido, se va rompiendo en el marco de la crisis del empleo, para convertirse cada vez más en una transición larga y compleja (Jacinto, 1996; Ramírez, 1998). De allí que la problemática del trabajo en los jóvenes en nuestro país, es tomada como tema de agenda pública en particular en los últimos 10 años.

Actualmente, el proceso de inserción laboral está signado por la inestabilidad, entre condiciones de actividad y las movilidades voluntarias e involuntarias. Ante esta alteración de secuencias laborales discontinuas, se desdibujan las trayectorias previsibles, las certidumbres en torno al trabajo y los límites de la etapa juvenil (Galland, 2002). Los trayectos laborales son procesos complejos de construcción y reconstrucción a lo largo del tiempo. La pérdida de la idea de progreso, la imposibilidad de una continuidad en la vida laboral, el desdibujamiento de esquemas lineales y la obstrucción en la realización de una carrera, requiere dar cuenta de las rupturas que caracterizan a las prácticas laborales contemporáneas.

Los cambios acontecidos en el mundo del trabajo ocurren en el marco de un conjunto de tendencias sociales diversas que trascienden esta esfera, concerniendo otras instituciones sociales y dimensiones de la vida cotidiana de los jóvenes. Existe bibliografía que ha documentado las transformaciones que han experimentado cada una de las esferas de la vida social, Castel (1995, 2010) sostiene que el trabajo constituye “el epicentro de la cuestión social”. Esta posición no intenta subestimar la importancia ni la especificidad de los procesos producidos en otras esferas de la vida social, aunque sostenemos que el trabajo conserva aún su centralidad[1]

Los derechos y protecciones de los/as trabajadores/as no pueden descansar en la estabilidad del empleo salarial clásico, en un mundo del trabajo caracterizado por la fragmentación de los colectivos, la diversificación de los tipos de actividades y la discontinuidad de las trayectorias profesionales (Castel, 2004, 2010). Es por esto que el trabajo ya no puede ni debe ser pensado como el mecanismo principal de integración, frente a la desestabilización de las regulaciones de la sociedad salarial: “para un número creciente de trabajadores/as la relación laboral dejaba de ser el basamento estable a partir del cual podía alimentarse el proyecto de construir una carrera, dominar los avatares del porvenir y contener la inseguridad social” (Castel, 2010: 79). Las secuencias de los itinerarios laborales están sujetas a una menor planificación, reflejo de la fragmentación de los marcos normativos e institucionales.

 

Juventudes y actualidad

En un mundo golpeado por la pandemia, de la cual Argentina y Córdoba no resultan exentas, se buscan realizar diagnósticos asertivos para dar respuestas institucionales, reflotando el rol del Estado, en tanto es responsable principal de llevar a cabo políticas públicas dirigidas a los más necesitados

            En nuestro país, los jóvenes entre 15 y 24 años representan el tercer grupo en el total de la población, son alrededor de 6,8 millones de personas y equivalen al 17,1% de la población. Los adultos constituyen el 47,2% por lo que se puede afirmar que los jóvenes constituyen una elevada proporción de la fuerza laboral. Sin embargo, las posibilidades de inserción y permanencia en el mercado de trabajo son dispares para adultos y jóvenes, mientras la tasa de desocupación juvenil es del 19,1% en el grupo de los adultos es del 5,1%. 

            El INDEC señala que, casi dos de diez jóvenes están desempleados (19,3%), mientras que incide sobre el 7,4% de la población en general. Es decir: la tasa de desempleo en los jóvenes más que duplica a la de la población adulta en general y viene ampliándose desde 2004. Argentina, es el país con mayor desempleo juvenil de la región.   

            En este sentido, Córdoba no es ajena a esta realidad, entendiendo que esta situación se agudiza y profundiza en un contexto de una crisis mundial y nacional que todavía no encuentra salida a la pandemia que no cesa, el INDEC también anunció que el 40% de la población del Gran Córdoba, alrededor de 635 mil personas, no pueden cubrir el mínimo de ingresos para satisfacer necesidades básicas. El 8,1% no llega a cubrir la canasta básica alimentaria. También precisó que la indigencia se ubicó en el 10,5 %, frente al 8 % del mismo período del año anterior.

            Los/as jóvenes deben enfrentarse a una numerosa serie de requisitos, donde les exigen conocimientos técnicos, académicos, capacidades sociales y emocionales, pero no se les ofrecen las condiciones de trabajo reguladas por ley. Es por esto que, surge la necesidad de que se articulen mecanismos que propicien el empoderamiento de los mismos en el marco de generar y acompañar el proceso de inserción laboral.

            En la idea de aminorar los efectos adversos que provoca la pandemia sobre los jóvenes, en nuestra provincia el Plan Primer Paso se transforma en una oportunidad, la certeza de que miles de jóvenes se incorporarán al mundo del trabajo, 15 mil oportunidades para jóvenes de entre 16 y 24 años residentes en Córdoba, sumando que quienes sean trasplantados o con discapacidad no tendrán límite de edad para inscribirse. 

            En nuestra provincia la tasa de desocupación afecta en mayor medida a los sectores más vulnerables: mujeres y jóvenes. Las tasas de desocupación de mujeres son mayores a la tasa de desocupación general, e incluso las tasas más altas de desocupación las presentan las mujeres menores de 29 años. Las tasas de desocupación de hombres menores de 29 años son mayores que las de hombres de 30 a 64 años. Entonces, los más afectados son los/as jóvenes y en especial las mujeres jóvenes.

            El desafío central consiste en desarrollar y ampliar oportunidades, destrezas, saberes y competencias de los/as jóvenes, para que puedan incorporarse al mercado de trabajo con una oferta integrada, articulada y adecuada al contexto.

            Apuntalar el empleo más que subsidiar  la pobreza, resulta alentador; el Gobierno Nacional también lanzó “Te sumo” un programa para jóvenes de entre 18 y 24 años en buscando facilitar el acceso al empleo formal y registrado a hombres y mujeres. Este programa beneficiará a las Pequeñas y Medianas Empresas que contraten jóvenes con una reducción en aportes patronales y con un apoyo económico del Estado, que cubrirá el pago de hasta un 70 por ciento del salario durante los primeros 12 meses a partir del alta laboral.

             La educación y generación de empleo son la mejor manera de combatir la pobreza apostando a que la finalidad de estos espacios sea facilitar la superación de experiencias, generar aprendizajes compartidos, de producción y construcción social, y sobre todo procesos de empoderamiento donde se desarrollen habilidades necesarias y así poder avanzar en el mundo laboral.  Orientadas al desarrollo de capacidades y certificación educativa, esta formación básica es una de las principales herramientas para avanzar hacia un proyecto ocupacional sólido.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Assusa, G. (2018). Jóvenes vulnerados e invisibilizados. Dossier de Publicaciones Universitarias en Derechos Humanos. Córdoba: Secretaría de Extensión Universitaria de la UNC.

Castel, R. (1995) La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires: Paidós.

Castel, R. (2004) La inseguridad social: ¿qué es estar protegido? Buenos Aires: Manantial.

Castel, R. (2010) El ascenso de las incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Galland, O. (2002) Les jeunes. Collection Repères, París: Editions la Découverte

Gorostiaga, J. (2012). Las políticas para el nivel secundario en Argentina: ¿Hacia una

educación más igualitaria? Revista Uruguaya de Ciencia Política, 21 (1), pp. 141-159.

Jacinto, Claudia. Los dispositivos recientes de empleo juvenil: institucionalidades,

articulaciones con la educación formal y socialización laboral. Revista de Trabajo, 123-142. 2008.



[1] Las transformaciones del último cuarto del siglo XX abrieron el debate en torno a su centralidad, al postularse la tesis sobre “el fin del trabajo”. Según la teoría posmoderna, se trata de la desarticulación y marginación del mundo del trabajo con respecto a otros mundos de la vida, en particular el fin de la centralidad del trabajo en la constitución de subjetividades e identidades colectivas. Desde esta perspectiva, autores como Offe (1985), Rifkin (1996) y Gorz (1997) sostienen que los cambios ocurridos en el nuevo capitalismo erosionan la importancia del trabajo como referencial identitario. En esta línea, un conjunto de autores (Bauman, 2000; Pérez Islas y Urteaga, 2001; Svampa, 2005) arguyen que las identidades contemporáneas se construyen en base a nuevos soportes centrados en el individuo, donde las prácticas de consumo asumen un papel central. Frente a la tesis del fin del trabajo, Castel señala que “si bien el trabajo no ha perdido su importancia, ha perdido mucho de su consistencia, de la cual extraía lo esencial de su poder protector” (2004: 103-104). Este autor postula que el proceso al que se asiste constituye una transformación de la condición salarial donde la estabilidad y protección social de antaño son reemplazadas por una creciente precarización (Castel, 2010). Desde una perspectiva similar, De la Garza Toledo (2002) argumenta que la extensión del trabajo precario no significa el fin del trabajo, sino su transformación en nuevas formas que no eran las predominantes durante el modelo fordista.

 

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