Por
Marta Novoa *
“Nuestra patria, más que en el pasado, está en
el futuro y se teje más que de recuerdos, con la tela inconsútil de los sueños”
Arturo
Jauretche
Estamos
ante un momento bisagra de la historia de la humanidad que, como expresa el
Papa Francisco en su encíclica “Fratelli Tutti”, debería transformarse en una
oportunidad para repensar los estilos de vida, la organización de las
sociedades y el sentido de nuestra existencia. El famoso “nuevo orden mundial
“tendría que engendrar una sociedad nueva en la que todo el dolor sufrido no
haya sido inútil y se pueda avanzar hacia formas de vida inclusivas en la que
participen “todas las manos y todas las
voces” pues “estamos todos en la
misma barca y somos llamado a remar juntos”. (FRANCISCO, 2020). ¿Pero, cuán
lejos estamos de este escenario ideal? ¿Quiénes son sus actores?
Globalización
no es sinónimo de integración. Es cierto que gracias al avance de la tecnología
y del mundo digital, tenemos un cosmos cada vez más interconectado, pero sin
embargo, las brechas de desigualdad tienden a acrecentarse cada vez más, y el individualismo
y las políticas neoliberales que abrazan muchas naciones desarrolladas están
conduciendo hacia una desintegración económica, social y moral que trastoca
nuestra vida cotidiana, profundizando las desigualdades, incrementando la
pobreza y la exclusión: Continúan las guerras, el hambre, la falta de agua y de
los servicios esenciales que hacen a la dignidad del ser humano, pero los
grandes recursos siguen orientándose a salvaguardar los intereses de las
corporaciones financieras internacionales y las grandes empresas
multinacionales (DÁVILA, agosto 2020). Parece ser que la voz de los pueblos aún
no se hace sentir.
Como expresa el
autor mencionado ut supra, vivimos en
un mundo multipolar donde sus principales actores y sus alianzas ocasionan
cambios en los organismos multilaterales y plurilaterales, modificando la
configuración de un sistema de relaciones internacionales a nivel global, sin
encontrar un adecuado sistema de gobernanza. El G20 es hoy más trascendente en
lo político comunicacional que la ONU.
En
este contexto considero que la organización sindical debe asumir el rol de sujeto social y político, representante
de la ciudadanía social, más que como mero representante concreto de los
trabajadores/as en los lugares de producción. La acción sindical es también
acción política y profundamente social.
La integración organizacional sindical a escala supranacional, en especial en
la región latinoamericana, es una oportunidad ineludible para alzar las voces
coordinadas de defensa del trabajo como una dimensión irrenunciable de la vida
social. Hay que partir del sindicato como ecualizador de las voces y la acción
colectiva de los trabajadores, sean estos formales o sujetos laborales
ampliados (donde ubico a los trabajadores de la economía popular, los de
empresas recuperadas, los
1 Arturo Martín Jauretche fue un
pensador, escritor y político argentino. Figura relevante de la Unión Cívica
Radical y del peronismo a partir del llamado Día de la Lealtad en el 17 de
octubre de 1945.
monotributistas
sociales, etc) y del sindicalismo como sistema de relaciones colectivas en
implicación con el poder económico y político. Esta raigambre sindical, tejida
en años de lucha, desempeña una función política decisiva en la defensa e integración del trabajo
como salida inclusiva y dignificante frente al individualismo y la meritocracia
elitista del sistema neoliberal y capitalista reinante. Este rol requiere el
afianzamiento como dimensión autónoma de la acción sindical en espacios
supranacionales, como lo son la Confederación Sindical internacional y la
agrupación global Unión.
El
sujeto colectivo por excelencia es el sindicato, columna vertebral del sistema
democrático y debe quedar muy clara la relación directa entre democracia y la
acción del movimiento obrero organizado.
En el
oscuro período de las dictaduras militares que recorrieron Sudamérica, se
golpeó de forma muy despiadada y calculada al movimiento obrero y a
sus líderes, que resistieron los embates a un precio personal y humano
extremadamente alto. Está en el ADN sindical ese espíritu de lucha que no puede
limitarse sólo a la defensa del obrero/a en la unidad fabril, pues a mayor
atomización, menor fuerza de acción y representación. Por ello, la
caracterización del sindicato como interlocutor del poder público y articulador
de reformas sociales amplias, conduce directamente a que la OIT lo considere
herramienta sustancial del diálogo social.
Me he referido a
crisis bisagras que indefectiblemente cambian el paradigma normativo y formal
de raigambre constitucional. Aparece lo que denomino el sujeto trabajador
ampliado, que se mueve en la informalidad, en el amplio campo de los
desempleados y desposeídos, en los obreros que se hacen cargo de una fábrica
cerrada, en el emprendedor o artesano que comercializa su mercadería en el
trueque o en mercados informales. Como siempre la realidad supera al estatus
quo jurídico imperante, y considero que el sindicalismo no puede solo definir
su perímetro de actuación en torno al trabajo asalariado formal, debe reclamar
su derecho primigenio en la articulación y el armado de los puentes que
conduzcan a los miembros de ese sujeto laboral ampliado hacia su normalización
y regularización. No piden solo planes, cajas de alimento o subsidios, reclaman
trabajo digno.
Mientras
que en los ámbitos internacionales se está pensando en un “Nuevo Orden Mundial”
más justo, que considere temas como el medio ambiente, la pobreza y la paz,
parecería ser que, como lo expresa el licenciado Dávila, el capitalismo
estuviera mutando de liberal a progresista. Sin embargo, esto no es más que una
ilusión, pues resulta utópico pensar que empresas multinacionales y
transnacionales se ocupen del medio ambiente, la salud y seguridad de sus
trabajadores cuando tienen altos niveles de evasión y la existencia de paraísos
fiscales donde van a parar los escasos dólares de los países en desarrollo.
En este mundo
multipolar la respuesta geopolítica no puede ser otra que la unidad
latinoamericana, un estado Industrial continental, que nos transforme en un
actor más en la nueva configuración internacional. El capitalismo salvaje y la
oligarquía financiera internacional deben ser contrarrestados con
organizaciones sociales y sindicales unidas y organizadas.
Con
respecto al ejemplo argentino, sabemos que nuestra estructura sindical es una
herramienta jurídica, política e ideológica que determina la posibilidad de
mejora en las condiciones de vida de millones de trabajadores de la Argentina
ya que nuestro país es uno de los que presenta mayores tasas de afiliación en
el mundo.
Desde
los orígenes de nuestro modelo sindical, el creador y líder del Movimiento
Nacional Justicialista, TG. Juan Domingo Perón ha considerado a los sindicatos
como organizaciones intermedias, también llamadas organizaciones
libres del pueblo (VALDÉS, Agosto 2020).
Ahora
bien, la globalización y las políticas neoliberales representaron uno de los
mayores retos a los que se enfrentó el movimiento sindical. La desigualdad, la
erosión de los derechos de los trabajadores/as, el aumento del desempleo, la
precarización del trabajo informal, la desregulación laboral y las
privatizaciones, la revisión del Estado del bienestar, las devaluaciones y la
disminución de las políticas directas de intervención social desde el Estado,
son elementos clave de la realidad que compelen a una redefinición
de la agenda sindical.
El desarrollo
sostenible sólo se puede alcanzar con un crecimiento inclusivo y la movilidad
social no es una consecuencia del crecimiento, sino el motor fundamental del
mismo. En un mundo donde nos encanta hablar de la cuarta Revolución Industrial
millones de personas no tienen agua potable y otras tantas carecen de
electricidad. El planeta puede producir alimentos para una población mayor que
la actual, pero sin embargo más de 1000 millones sufren hambre. Según la OIT,
un tercio de la población activa del mundo está desempleados o subempleados. Es
fácil concluir que la oferta de mano de obra supera ampliamente a la demanda
produciendo un desequilibrio que conduce indefectiblemente a la marginalidad,
la indigencia y la desigualdad. El ejército industrial de reserva de las
teorías marxistas es cada vez más amplio. ¿Se puede dudar que este rostro del
neoliberalismo representa una gran violación de los Derechos Humanos del Siglo
XXI?
Nuestro tiempo
debe marcar la aparición de planteamientos estratégicos novedosos que adapten
la organización sindical al panorama actual de los movimientos sociales, en
Argentina y en toda América Latina, con agendas ambiciosas e inclusivas, como
elemento central de construcción de una hipótesis de emancipación social,
política y económica de nuestro continente. Si no alzamos nuestras voces,
seguirán considerando que somos el patio trasero de los Estados Unidos.
Como consecuencia
y resultado de la globalización y aplicación de recetas neoliberales, se
produjo una desestructuración planificada del tejido industrial. Miles de
trabajadores/as fueron precarizados o despedidos dando lugar al conflicto y a
la protesta, a la movilización activa que ganó las calles y las rutas, con una
voluntad de presencia para reivindicar el trabajo como factor de
cohesión social o en su defecto, para reclamar políticas inclusivas que eviten
o mitiguen la condición de excluidos. La coyuntura interpeló a los actores
sociales para configurar espacios reivindicativos de convergencia más amplios, entre los sindicatos y los
movimientos sociales. El sindicalismo latinoamericano entendió la necesidad de
plantear elementos permanentes de coordinación sindical supranacional que
establezcan políticas y estrategias comunes. El Mercosur alzó su voz en la
interrelación de estructuras sindicales semejantes como la CUT brasileña, el
PIT-CNT en Uruguay Y la CGT y CTA en Argentina.
La estrecha
vinculación que el “trabajo” como categoría ordenadora de lo social garantizaba
entre el sistema de producción económico, la acción política y los procesos de
subjetivación se ha visto claramente alterada a partir de la nueva dinámica del
capitalismo internacional.
Este permanente
ajuste sobre el sector del trabajo, produjo altos niveles de economía informal,
desempleo y precarización provocando, como consecuencia, la consolidación del movimiento obrero y sus
representantes como uno de los principales
protagonistas de la contienda política latinoamericana, que logró
por ejemplo en Brasil, que un
representante sindical ocupara el Poder Ejecutivo por el amplio voto popular.
La contracara de este contexto signado
por la precarización y flexibilización del trabajo cercenó los beneficios
laborales e intentó minar la legitimidad de
las dirigencias sindicales a través de permanentes intentos de fragmentación
disfrazados en el concepto de
“libertad sindical”, desactivación de su capacidad de movilización o la creciente desocupación que incidía de manera
directa en el nivel de afiliaciones y
recursos de los sindicatos (AVALLE, 2020)
Debemos
considerar que los antiguos Estados nacionales, hoy conceptuados solo como
órganos técnico administrativos o burocráticos, dejaron de funcionar como el
marco ideal para el desarrollo del capitalismo debido a que el mercado desbordó
las fronteras nacionales constituyendo macro estados (considerar como ejemplo
la formación de la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio para América del
Norte, etc.) en donde las decisiones económicas impactan más allá de los marcos
nacionales. (OCAMPO BANDA, 2008)
La sociedad civil
latinoamericana busca su lugar en este nuevo marco de poder que impone la
globalización, viendo cómo se debilitan sus referentes colectivos representados
en los partidos políticos y sindicatos, cuando emergen nuevas ciudadanías que
reclaman de estos y del Estado reconocimiento de su
titularidad de derechos a través de la movilización y la protesta.
Como he expuesto,
la generalizada regresión social que impuso la ofensiva capitalista sobre el
trabajo, ha dejado a grandes segmentos sociales en la indefensión, surgiendo
como consecuencia nuevas formas de representación, fuera de las organizaciones
tradicionales, con orientaciones reivindicativas de techo, empleo, tierra, alimento,
autonomía étnica, imponiendo otra forma de diálogo, al
margen de las mediaciones tradicionales, enmarcadas en espacios públicos, a
través de cortes de calle, rutas, marchas multitudinarias y la acción directa
como un nuevo modelo que presiona y obliga a negociar a los gobiernos con
interlocutores variopintos.
Este
“nuevo paradigma”, que surge a partir de la crisis del Estado de Bienestar y
que se encuadra en el modelo neoliberal en estudio, tiene como protagonistas a
los nuevos movimientos sociales, cuyo campo de acción es todavía un espacio de
política no institucional. En Argentina, por ejemplo, los movimientos sociales
emergentes en la escena pública desde 2001 reflejan los esfuerzos de reconstrucción de los lazos sociales a través de nuevas formas
de organización. Su visibilidad, legitimidad creciente, expansión y sus
mecanismos de articulación recíproca interpelan a los demás actores colectivos
a prestar atención a esta nueva realidad que llegó para ser escuchada.
La
urgencia que tiñe la necesidad, se convierte en un motor de las experiencias de
autogestión de los obreros que recuperan las fábricas abandonadas, los
desocupados que se incorporan emprendimientos autogestionados desde la economía
social, que presionan para acceder a subsidios de empleo, planes de inclusión
laboral o simplemente bolsones de alimentos.
Los
movimientos intentan fortalecer una economía social y solidaria que al mismo
tiempo que recupera formas solidarias de gestión como las
cooperativas, exploran nuevos modelos organizativos institucionalizados como el
monotributo social o programas de inclusión laboral como el “Argentina
Trabaja”. La protesta nuevamente se transforma en la herramienta política más
eficaz de los sujetos que carecen de poder y quieren ser escuchados. La
protesta es símbolo porque crea discurso público y acción porque materializa su
contenido político dentro de un escenario abierto de representaciones sociales
(NAISHTAT, 1999), donde un sujeto colectivo presenta una estrategia de acción
común que demanda soluciones.
Considero que el sujeto laboral ampliado
demuestra que puede haber eficiencia identitaria también en los trabajos no
capitalistas, con sus demandas y formas de lucha y organización, o en
territorios y tiempos no laborales, aunque teniendo un hilo conductor de
vinculación con lo laboral ampliado. Esta nueva realidad requiere que la
organización sindical redefina su objeto de incumbencia para incluirlos paulatinamente
en su ámbito de representación.
América Latina ve
decaer su empleo industrial en aras de servicios precarios, y el camino
recorrido por los movimientos sociales y los obreros de las empresas
recuperadas, como sucedió en todos los procesos históricos de luchas sociales,
no tiene retorno. La memoria colectiva, de luchas y reivindicaciones ante la
adversidad, nos permite enfrentar como sociedad organizada la cruda realidad de
la informalidad y del desempleo, máxime después de haber transitado una pandemia.
En el
seguimiento de las experiencias actuales en Latinoamérica se encuentran las
claves para seguir pensando en el sindicato, no solo en su formulación clásica
de autotutela y sujeto protagónico del antagonismo de clase sino en su
proyección más radical como instrumento de emancipación de
los pueblos (BAYLOS Antonio, GIOVANELLI Guillermo y otros, septiembre 2011)
Por
tanto, hoy como siempre, la acción política sindical, a nivel nacional e
internacional, debe representar la resistencia al neoliberalismo, con acciones
concretas de reclamo y de denuncia del discurso hegemónico, que pinta con visos
de libre mercado la mayor transferencia de riqueza de los que menos tienen
hacia pocas manos, que manejan los hilos del poder supranacional y de la
comunicación hegemónica y anestesiante, donde tener conciencia y empatía social
es visto como un ataque certero al individualismo reinante. Ni la pandemia de
Covid 19 ha logrado romper este esquema perverso del “sálvese quien pueda”.
El
peso simbólico de la recuperación del trabajo tiene una doble dimensión: la
primera recobrar una fuente de producción de riqueza con un impacto que se
establece sobre la sociedad en su conjunto, y trasciende la individualidad de
los trabajadores/as involucrados orientándolos hacia la construcción de un
nuevo sujeto colectivo. La segunda, generar un impacto directo en la
subjetividad de quien lo lleva adelante, en tanto individuo capaz
de encarnar el proceso de torcer un destino de marginalidad. Cabe preguntarse
entonces si estamos ante un quiebre social y cultural o ante la posibilidad de
identificar elementos vinculados a nuevos procesos de construcción colectiva.
Seguramente, encontraremos la respuesta entre todos/as y con todos/as.
*Abogada, Directora General de Recursos
Humanos y Organización en Ministerio de Desarrollo Social - Bs As
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