Movimiento
obrero organizado
y democracia
A horas de la conmemoración del
40° aniversario de la histórica
movilización “Pan, Paz y Trabajo”,
encabezada por el querido compañero Saúl Ubaldini y que reconocemos como
el principio del fin de la dictadura genocida
que azotó nuestro país desde 1976 a 1983,
nos parece oportuno reflexionar sobre el rol
del movimiento obrero organizado en las
democracias modernas y los desafíos que
lo interpelan de cara al futuro.
Repasando la historia, los sindicatos -bajo el
formato que identificamos en la actualidad comienzan a desarrollarse como respuesta
natural a los cambios sociales, económicos
y políticos derivados de la Revolución Industrial. Del mismo modo lo hicieron la mayoría
de los institutos modernos del derecho del
trabajo. Queda claro que el sindicalismo y
los derechos laborales se han entrelazado
en una relación virtuosa y dinamizadora del
trabajo humano.
Las tensiones, muchas veces dramáticas,
entre capital y trabajo e inherentes al
sistema de producción capitalista fueron
condición necesaria para que trabajadoras
y trabajadores se organizaran alrededor de
intereses comunes y avanzaran en la búsqueda y conquista de mejores condiciones
de trabajo.
Excede el objeto del presente analizar su
evolución histórica, pero no está de más
recordar que hace apenas poco más de 200
años las democracias liberales europeas
prohibían la conformación de asociaciones
de trabajadores1
. Sin embargo, como la gota
de agua que horada la piedra, los sindicatos
se fueron abriendo paso y para la segunda
mitad del siglo XIX la mayoría de los estados europeos toleraba primero y reconocía
después la sindicación.
El siglo XX será finalmente el tiempo histórico de mayor desarrollo de las organizaciones de trabajadoras y trabajadores,
a partir de la primera posguerra pero con
especial relevancia a nivel global luego
de la segunda guerra mundial, obteniendo
inclusive reconocimiento en muchos textos
constitucionales.
No imaginamos en la actualidad un estado
democrático moderno en el que no se reconozca a los sindicatos como instrumentos
indispensables del mismo.
En nuestro país, el
desarrollo sindical,
de origen esencialmente europeo por
las oleadas inmigratorias, tuvo una etapa
primigenia de convivencia de tendencias
anarquistas, socialistas y revolucionarias
que pujaron por la consolidación de una
hegemonía en la conducción a través de
una única central obrera, pero que frente a
cada logro de unidad (FOA, FORA, UGT,
CORA, USA, CGT) fue seguido de sucesivas divisiones2
.
La prevalencia de los sectores anarquistas
más duros por sobre los socialistas más
conciliadores, generaron el rechazo al
proyecto de Código del Trabajo de Joaquín
B. González, Ministro de Julio A. Roca de
1904 y solo se aprobaron leyes laborales
parciales, producto de iniciativas socialistas,
como la Ley 11.729 durante las primeras tres
décadas del siglo XX.
Fue recién con el advenimiento del peronismo en la década de 1940, más precisamente
a partir de la asonada militar del 4 de junio
de 1943, que se produjo el cambio en ese
escenario fragmentario del movimiento
obrero organizado y consecuentemente de
la legislación laboral.
En función de
aquel fenómeno histórico nos
preguntamos:
¿es posible limitar el análisis
del rol de los
sindicatos en ese estado democrático novedoso nacido al calor del 17 de octubre de
1945 al clásico de “asociaciones privadas
creadas por la unión voluntaria de trabajadores para el mejoramiento y defensa de sus
respectivos intereses?”
La respuesta, sin que implique renegar de
ese rol tradicional, es definitivamente NO.
Aquellos sindicatos estructurados alrededor
de la figura de Juan Domingo Perón adoptaron al Partido Laborista para constituir el
frente electoral que lo lleva a la presidencia
en 1946, partido que luego sería disuelto
con la conformación del más amplio Partido
Peronista en 1947.
Es evidente que ello no hubiese sido posible
sin una clara referencia e identificación de
las demandas del movimiento obrero con las
políticas impulsadas por Perón, pero también
lo es que, a diferencia de lo ocurrido en
otras latitudes en las que también se dieron
durante el siglo XX avances significativos en
materia de derechos laborales, a partir del
peronismo el sindicalismo argentino adquirió
protagonismo y participación central en la
política general que casi 80 años después,
con sus idas y vueltas, sus más y sus menos,
continúa vigente.
Sin embargo, este siglo XXI, testigo de
acelerados cambios en los procesos productivos en general y caracterizado por el
avance y expansión de la digitalización, la
robótica, la inteligencia artificial y el control
de la información a nivel global, nos obliga
a repensar el rol que está llamado a ocupar
el sindicalismo argentino.
Enmarcados en un contexto global de creciente desigualdad distributiva, una mirada
humanística de estos desafíos debería imponer respuestas sensatas y sensibles por
parte de los responsables políticos pero, a
pesar de ello, y como señala Fredes Castro,
la creciente desconfianza ciudadana en
las instituciones democráticas propicia un
consenso autoritario a favor de las tecnosoluciones, hábiles para prometer reparaciones desde la “neutralidad técnica”, cuando
en realidad nos hunden en la ideología del
tecnoeficientismo 3.
Se agrega una coyuntura sindical argentina
atravesada nuevamente (¿cuándo no?) por
tensiones y fragmentaciones internas que
distraen las fuerzas del movimiento obrero
organizado de sus objetivos estratégicos.
Adicionalmente, el sindicalismo argentino
afronta enormes dificultades para proponer una agenda positiva que permita resolver las
problemáticas de trabajadoras y trabajadores de un país con niveles de informalidad
alarmantes, en el que gran parte de los
trabajadores formales son pobres y en el
que además ha emergido y consolidado en
la escena política un nuevo actor: los movimientos sociales.
Este escenario local se inserta, además, en
un mundo cada vez más desigual que empieza a buscar en “las derechas” las soluciones
que, invisibilizando sus intereses reales y
los efectos deshumanizantes, dice aportar
la dictadura de
la big data y
los algoritmos.
Tal vez sea
momento de
pensar en fortalecer ese rol
multidimensional que ostenta el sindicalismo argentino a partir del peronismo y que
le asigna responsabilidades más allá del
modelo clásico europeo.
Para hacerlo, creemos necesario definir
cuáles serán los acuerdos colectivos estructurales desde el seno mismo del sindicalismo y que trascenderán de las disputas
y tensiones actuales y futuras.
Sólo así será posible trabajar sobre una
agenda positiva y con el protagonismo que
trabajadoras y trabajadores necesitan. Ése
es el desafío.
1
Puede citarse como ejemplo la Ley Le Chapelier del 14 de junio de 1791 (art. 4°), el Código Penal francés de 1810 (art.415.8)
y en Inglaterra Ley General sobre coaliciones de 1800.
2 Dawid, Darío “Sindicatos y Partidos Políticos. Aspectos históricos de una relación compleja, y una aproximación al caso peronista
(1945-1974). RiHumSo UNLaM (2016)
3
Castro, Fredes Luis; “Sindicalismo, democracia y humanidad” (2019)
Oscar Cuartango y Raúl Ferrara*
*
Oscar Cuartango es Abogado laboralista y fue Ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires (2007-2015) y Jefe de Gabinete
de Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social del Nación (2002).
* Raúl Ferrara es Abogado laboralista y Subgerente de
Relaciones Institucionales de la SRT y fue Consultor de la Organización Internacional del Trabajo (2017) y relator de la Comisión
de Trabajo de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires (2020-2021).