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 28/03/2022   611

Hace tan sólo poco más de un año, nunca me hubiese imaginado lo que me iba a tocar vivir. Emociones y sensaciones difíciles de explicar porque me eran (hasta el día de hoy) difíciles de comprender. Me iba a ir un año a Antártida con todo lo que eso significaba: alejarse de mi familia, de mis seres queridos, de mis mascotas, rutinas etc.

Si bien desde 2016  viajo constantemente a estas latitudes, nunca fue por más de unos pocos meses, en verano y en diferentes destinos con diferentes tareas: Base Antártica Marambio, embarcado en diferentes avisos, Rompehielo, Motovelero oceanográfico. Esta campaña tendría un condimento especial y era que me quedaba nada más y nada menos que un año.

Cuando me confirmaron que me quedaría a invernar como logístico de la Dirección Nacional del Antártico en la Base Carlini, quede totalmente paralizado. Me senté en un poste de luz tirado en un jardín y lo primero que pensé es ¿estoy seguro de que quiero quedarme un año allá? Hoy en día puedo contestar que fue la mejor decisión que pude haber tomado.

Todo arrancó dentro del famoso e icónico Rompehielos ARA Almirante Irízar, con cuarentena de por medio y con una emotiva despedida de familiares que sabían que no te iban a poder abrazar por un largo tiempo. Entre bocinas de todos los buques aledaños y muchas lucecitas de celulares que te iluminaban en una hermosa noche, con los pies temblorosos y llenos de emoción, logré entender que me iba, que la aventura comenzaba.  Siempre rodeado de gente del ambiente antártico, con esa gente tan querida que sabe lo que estás a punto de vivir, que te apoya en esa decisión tan difícil, llenándome de energía para que luego de 13 días de navegación, al bajar del barco, con un bote que te esperaba al finalizar las escaleras del mismo, poder ver la base y con lágrimas en los ojos decir “Éste va a ser mi hogar por un largo periodo”.

Una vez ya estando en mi nuevo hogar, solo me quedaba disfrutar de todo lo que tiene este maravilloso continente blanco para ofrecernos: naturaleza extrema. La tranquilidad que reina de manera absoluta, rodeada de diferentes tipos de animalitos que siempre tienen algún gesto divertido para mostrarte. Verlos nacer, crecer, interactuar y hasta morir… en  fin, la vida.

 De frent, un gran glaciar que cada tanto al erosionarse, nos regala algunos ruidos similares a los de los truenos producto de su retroceso.

El suelo barroso en verano, los pies de hielo en primavera que nos incitan a patinar, la nieve a montones que te pide armar un muñequito de nieve, el día eterno en verano, la noche interminable en invierno.

En la base se puede decir que hice de todo, comprendí que todos éramos uno, y que si uno fallaba el resto fallaba. Me tocó “hacer agua”, que era ir a la laguna más cercana, prender una bomba y rezar para que los caños no estuvieran congelados para así proveer de agua a la base. Me tocó hacer turnos de cocina, que era darles una mano a nuestros cocineros, salir a ayudar a nuestros excelentísimos científicos invernantes, realizando diversas tareas en bote principalmente.

También fui y soy el ferretero, el maestro de víveres, el soldador, el animador de fiestas, el recolector de residuos, y todas las cosas que  puedas imaginarte dentro de una comunidad.

Recuerdo que el 21 de junio solo pensaba “de ahora en adelante solo queda esperar unos minutos más de luz por día”, (amanecía a las 11:00, oscurecía a las 14:30) aunque no voy a negar que esas noches estrelladas y sin viento, con -20 de térmica en las que nos abrigábamos a más no poder eran de lo mejor que nos podía pasar y lo que nos motivaba a seguir.

Antes de vivir esta experiencia, sentía que pasar un año acá era infinito. Actualmente me toca estar escribiendo esto, desde mi habitación en “casa nueva” (uno de los alojamientos de la base) pienso que me quedo muy corto.

Hoy y con mucho orgullo me toca decir que soy antártico, que estuve un año completo en una base antártica. Una experiencia enriquecedora tanto laboral  como personalmente.  Me voy rodeado de amigos, gente con la que compartí muchas cosas hermosas como también otras no tan lindas. Me tocó sentir casi todas las emociones que un ser humano puede sentir. Eso es Antártida, emociones intensas, sensaciones divinas y experiencias inolvidables.

*Trabajador del Área Logística de la Dirección Nacional del Antártico dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación

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