UPCN Digital
Profesionales

03/114

 27/12/2021   401

La pregunta no pretende ser ni irreverente ni despreocupada.

En tiempos donde todo se pone en tela de juicio (empezando por los que juzgan), no parece extemporáneo plantearse la razón de ser de un Ministerio.

En un contexto mundial caracterizado por los monopolios económicos y mediáticos, donde las concentraciones de poder están llegando a dimensiones nunca vistas, a punto de cuestionar, condicionar y combatir el despliegue de los Estados Nacionales y Supranacionales, preguntarse por el sentido de una herramienta de dichos Estados entra dentro de la actual lógica de las cosas.

No obstante, cabe señalar que nada nos aleja más de ese tipo de cuestionamiento. No pensamos regalarle a dichos centros de poder el monopolio (¡uno más!) de la decisión de interrogarnos por el sentido de existencia de un dispositivo institucional, que a la vez constituye nuestro ámbito de trabajo cotidiano.

Porque siempre es bueno a la hora de efectuar cuestionamientos, saber desde dónde surgen como punto de partida para saber adónde se quiere llegar: No es éste el lugar de los que cuestionan una parte del Estado para reducir el déficit presupuestario, ni el de los que consideran que el mercado debe campear por su fueros, para que las problemáticas sociales se resuelvan por la mano invisible, ésa que siempre se presenta como un puño de hierro implacable contra los Pueblos. Tampoco somos de los que pretenden tener verdades reveladas, y entre ellas, las de la razón de ser del Ministerio de Desarrollo, extraída de algún manual esotérico, exclusivo para iniciados.

No, sólo creemos que nos asiste el derecho, y la necesidad, de pensar cuál es el sentido del Ministerio donde trabajamos organizadamente cada día.

Quizás de la mentada relación entre la comprobación de una necesidad y el nacimiento de un derecho, pueda vislumbrarse alguna luz que nos acompañe para resolver nuestra inocente pregunta.

La alusión al apotegma de Eva Perón no ha sido planteada exclusivamente en función de las conocidas imágenes que engalanan las paredes exteriores del antiguo edificio de la Avenida 9 de julio. La “cuestión social” fue cubierta, o más bien atendida por las llamadas “Sociedades de Beneficencia” prácticamente desde la configuración inicial de nuestra Nación hasta la llegada del peronismo. Los problemas que esa cuestión social planteaba, en un marco de inmigraciones y consolidación geopolítica del territorio nacional fueron encarados desde un paradigma muy distante del de la Justicia Social. Esta noción, recién empezaría a primar, no en el aspecto teorético, sino en el más eminentemente práctico dentro del seno del Pueblo, con la Fundación Eva Perón.

Comienza a plantearse al más alto nivel, una serie de reivindicaciones populares, enfatizando sobre la promoción de derechos y, la correspondiente resolución de necesidades de los sectores considerados prioritarios en “la cuestión social”, como la niñez, la ancianidad, y en un plano más general, los derechos políticos de las mujeres. Porque es desde la política desde donde se construye la institucionalidad necesaria para dar cuenta de esos desafíos. La tarea de los sindicatos, aportando su músculo organizativo como también sus aportes monetarios y solidarios a la Fundación, fueron constituyéndose en la herramienta para que la cuestión social pasara a formar parte de una lucha más densa conceptualmente: la de la justicia social como una de las tres banderas fundacionales del Movimiento que condujo el General Perón.

Nótese que este despliegue se efectúa desde una institución Paraestatal: La Fundación Eva Perón. Lo traemos a cuento a fin de no distraernos del interrogante con el cual comenzamos este artículo. Probablemente, la consolidación de la política social en el marco del gobierno peronista hubiera terminado cristalizándose en la figura de un Ministerio, incluso más allá de la desaparición física de Evita. Pero la caída y exilio del General Perón, y la derrota popular consiguiente, no dejan lugar más que para una hipótesis imposible de comprobar.

Con la revolución fusiladora, el General Lonardi nombra a un oscuro coronel de nombre Rottger en el denominado “Ministerio de Asistencia Social” cuya breve existencia consistió en sumarse a intentar borrar del mapa toda simbología y concreción material que pudiera remitir al peronismo. Recién con el gobierno de Arturo Frondizi la política social retoma el rango ministerial con el nombre de “Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública” y luego con el golpe del 66 el Onganiato lo rebautizará “Ministerio de Bienestar Social”. Posteriormente, luego de la muerte del General Perón, la dictadura militar en el año 1981 lo separará del Ministerio de Salud con la denominación “Ministerio de Acción Social” y con la recuperación del estado de derecho, Alfonsín lo fusiona con Salud nuevamente. Así, llegamos al gobierno de De la Rúa, quien lo adorna con el nombre que actualmente ostenta, el de Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

Este apretadísimo racconto histórico, no termina de ayudarnos a responder nuestro interrogante, más allá de las denominaciones, aunque sí pareciera dejar algo en claro: no hay política social que esté separada o pueda llevarse a cabo con independencia del proyecto de país en que pretendan ser efectivas.

Es más, las políticas sociales dependen de las concepciones filosóficas con las cuales una Nación se piensa a sí misma. Por eso, no es un tema menor si pensamos en un Ministerio para el desarrollo de una Sociedad o para la organización de una Comunidad. Son planos filosóficos distintos, que conllevan distintas metodologías a partir de concepciones políticas también diversas.

No se trata de reducir el debate a las denominaciones ministeriales, (las más de las veces hijas del oportunismo o las modas pour la galerie), sino de enmarcar cuál es el papel que se le otorga a determinados sujetos sociales en la construcción del bien común mediante un dispositivo estatal determinado.

Si se aprecia la pregunta del título, se notará que está formulada en plural. Esa pluralidad puede concebirse como una sociedad, donde lo que reúne son intereses de los diversos sectores que la componen y que pueden alterarse conflictivamente o bien como una Comunidad, en donde los deberes y legados en común requieren la construcción continua de una organización que refuerce su sentido, abierta al devenir y al conjunción de los nuevos elementos que el desarrollo comunitario supone.

Pero también hablamos de un Ministerio, y en tanto dispositivo Estatal, éste supone una concepción del Estado que no puede ni debe rehuir de una concepción antropológica del ser humano que lo explique: o el Estado es una construcción contractual ineludible a fin de conjurar las acciones del hombre como lobo del hombre (Principio del Homo homini lupus) o bien el Estado puede ser entendido como la institución que puede armonizar entre las diferentes partes de una comunidad con una función eminentemente promotora (Principio de la competencia y la colaboración).

Incluso, no debería pensarse el papel de un Ministerio encapsulado en un organigrama institucional sino en constante interacción con otras organizaciones de la comunidad, con especial interés en aquéllas cercanas a los sectores más perjudicados por el momento histórico y el desarrollo económico y geopolítico en el cual se encuentra nuestra Nación.

Para muchos trabajadores del Ministerio de Desarrollo Social el ideal es dejar de pensar en un  ”Ministerio para los pobres”. Porque esta concepción supone que la pobreza es una variable que nunca dejará de existir y que, en su persistencia, mantendría la razón de ser de un Ministerio, que a la vez, estaría invalidado de terciar en la redistribución de la riqueza. Algo así, como las antiguas sociedades de beneficencia que citábamos más arriba, aunque con herramientas estatales y sin apellidos plebeyos.

El Ministerio que necesitamos es aquél que interactúe activamente con los otros ministerios y con las organizaciones libres del pueblo, en función de un proyecto de país más justo, más soberano y donde específicamente la acción estatal potencie las organizaciones populares por encima de los individuos.

Y también necesitamos un Ministerio que recupere la dimensión nacional y federal del ejercicio de sus políticas. Fueron muchos años de enviados internacionales que diagnosticaban que aquí hubo y hay provincias “inviables”. Es tan cierto que el federalismo debe ser practicado y respetado desde el puerto de Buenos Aires y aledaños, como desde aquellas provincias que, eventualmente, flaco favor le pueden hacer a una causa noble como la federal, planteando “ismos” separatistas que terminan haciéndole el juego a aquellos enviados.

Necesitamos un Ministerio para concretar mediante programas, planes y obras la integración de los que menos tienen en un proyecto colectivo donde cada argentino o argentina cumpla con la realización de sus expectativas, en la medida en que se sienta efectivamente parte de las expectativas de conjunto. Donde los deseos personalísimos no sean conculcados ni mucho menos, pero sí tengan como condición de posibilidad el desarrollo armónico del resto de la comunidad.

Queremos un Ministerio de Desarrollo Social que genere mecanismos de participación democrática para la ejecución de las políticas económicas, laborales, educativas, para la promoción de las innegables capacidades de nuestro Pueblo tanto en el plano material como en el plano simbólico. Se trata de superar la actual fragmentación de nuestra comunidad, que es resultado no sólo de la acción de los monopolios foráneos, enemigos del desarrollo de nuestras capacidades nacionales, sino también de la acción de la oligarquía que como a lo largo de nuestra historia, no trepida en desatar huracanes de miseria y violencia para continuar con sus injustificados privilegios.

Necesitamos de un lugar estatal para recuperar la concepción de derechos y deberes que supone el protagonismo en una comunidad democrática. Ese lugar tiene que ser nuestro Ministerio, y ese horizonte sólo puede alcanzarse con mecanismos de efectiva redistribución del esfuerzo de todos los compatriotas en función de la producción de riquezas y conocimientos que puedan ser compartidos por el conjunto.

Porque donde hay hambre, la comunidad se disgrega, el pueblo se fragmenta, la nación se debilita y el estado se transforma en un zombi que no termina de estar ni vivo ni muerto.

Entonces: ¿Para qué queremos un Ministerio de Desarrollo Social?

Nuestra respuesta: Para transformarlo en un Ministerio de la Justicia Social para la Comunidad Organizada.

 

 

 

UPCN Copyrights © 2018 Todos los derechos reservados.